En estos días está de moda el tema de los besos en algunos de mis blogs favoritos. ¿Coincidencia? Seguro. He tenido varias semanas sobre el escritorio un recorte sobre el tema, una especie de recordatorio para un nuevo post. Así que, aprovecho la feliz simultaneidad con 38 grados y con Dark Angel para aportar algo más a esto de la Filemamanía, nombre científico que recibe el deseo de besar.
Según los expertos, si hay comunión mental y la suficiente atracción física en el beso, el alud de procesos químicos que se suceden provoca una auténtica conmoción en el organismo. A pesar de que alrededor de dos millones de bacterias y 40.000 microorganismos cambian de dueño después de un beso, el efecto es tan abrumador que, según algunos biólogos, podría compararse a una sobredosis de anfetaminas. Durante un beso de alta intensidad aumentan los niveles de dopamina (sustancia asociada con la sensación de bienestar) y de testosterona (hormona asociada al deseo sexual), y las glándulas adrenales segregan adrenalina y noradrenalina, que aumentan la presión arterial y la frecuencia cardiaca.
A la vez, la glándula pituitaria, situada en la base del cerebro, libera oxitocina, mágica hormona que, además de hacernos sentir como flotando, dicen que ha ayudado bastante a la perpetuación de la especie humana. Además, el acto de besarse también estimula la parte del cerebro que libera endorfinas (hormonas de la felicidad) en el torrente sanguíneo creando una sensación de bienestar, siendo antídoto para la depresión, y mejorando las defensas del cuerpo. (Datos obtenidos en cienciapopular.com).
NOTA: Soy Merlín Púrpura y soy Filemamaníaco. Y no quiero curarme. Sobre todo por algunos besos que crean adicción.
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