martes, 1 de diciembre de 2020

A propósito de Covid y VIH

ABRALAZO, de Samuel Abedola Akinfenwa Onwusa.
Cartel ganador del XIV certamen En el Sida pintamos todos.
 

Se me ocurre una pregunta, a raíz del revuelo con las vacunas contra el Covid 19, pandemia que nos ha tenido anormalizados durante todo lo que llevamos del 2020 (¡y lo que nos queda!). Si en menos de 11 meses  han resultado positivos los resultados para una vacuna contra este virus, ¿por qué en más de 40 años no ha habido quién desarrolle una vacuna (real, no un tratamiento) contra el VIH? 

¿No interesa? ¿Hay intereses en contra? ¿Demasiados celos entre los científicos? ¿Este virus no afecta la economía como lo hace el Covid19 y por eso no corre prisa? Como se detectó primero en el colectivo homosexual, ¿hay razones ideológicas absurdas y arcaicas? ¿Todavía pesa el tabú del sexo?

Ahí lo dejo. 


miércoles, 11 de noviembre de 2020

Nunca se olvida aquello que se ha amado

(De la agencia EFE)

La primera bailarina del Ballet de Nueva York en 1967, la española Marta Cinta, que ha fallecido durante el primer confinamiento, ha sido homenajeada en las redes sociales con la difusión de un vídeo grabado hace un año cuando estaba en una residencia de Muro de Alcoi (Alicante) donde aparece bailando espontáneamente 'El Lago de los Cisnes' al escuchar esa composición.

 La iniciativa ha partido de una asociación que promueve el uso terapéutico de la música en personas con alzheimer y otras demencias, "Música para despertar", cuyo fundador y director es el psicólogo granadino Pepe Olmedo.

 En declaraciones a Efe, Olmedo ha explicado que grabó hace ahora más de un año a esta artista cuando se hallaba en la residencia Muro de Alcoi (Alicante), y ha continuado que estos días ha colgado su reacción para recordarla varios meses después de su muerte durante el primer confinamiento.

 Marta González Saldaña, conocida como Marta Cinta, que hizo su formación artística en Estados Unidos e Iberoamérica y llegó a ser primera bailarina del Ballet de Nueva York en los años sesenta, se emociona desde su silla de ruedas e intenta interpretar principalmente con las manos la conocida composición de Tchaikovsky.

 En apenas unos días, más de ocho millones de personas han visto el vídeo en redes sociales como TikTok, Instagram, YouTube, Facebook o Twitter, donde celebridades como los actores Antonio Banderas han compartido la emoción y el poder de la música.

 "Una bailarina siempre será una bailarina. Emoción a flor de piel, al escuchar, sentir y volar junto con 'El lago de los Cisnes'", señala la publicación de la asociación, cuyo responsable ha indicado que este es un ejemplo de lo que tratan en los cursos de formación que desarrollan con residencias y sus familiares.

 "Promovemos que usen la música de forma terapéutica, basada en la psicología, en personas con alzheimer y otras demencias", ha explicado Olmedo, que invita a que los familiares vuelvan a acercar a sus allegados las canciones que pudieron acompañar su vida.

 "Nos encontramos con Marta González, conocimos su historia y probamos con ella las herramientas de 'Música para Despertar' (...) En el vídeo podemos ver cómo reacciona ante una de las canciones más importantes de su vida. Estaba cabizbaja y, ya al empezar los primeros acordes, conecta con la obra y se emociona", ha explicado.

 El proyecto de esta asociación, que ahora se promociona con el vídeo viral en internet, comenzó como un voluntariado desde el centro de mayores "Cáxar de la Vega", junto a la colaboración de los trabajadores, residentes y familiares.

 

Vídeo facilitado porMúsica para Despertar

martes, 3 de noviembre de 2020

Homenaje a los fallecidos por COVID-19 en el Día de Difuntos



La muerte es una constante en la vida, que azota diariamente lo cotidiano con su certeza. La muerte y la vida son parte de un mismo todo, una misma verdad. Ambas deben ser celebradas con esperanza porque a través de ellas se abre paso el incesable caminar de los tiempos, la eternidad.

Ara Malikian, ante las adversidades y terribles circunstancias que nos afectan estos días, no pierde, ni por un instante, la fe en la vida. Ahora, más que nunca, quiere seguir llevando su música a todo el mundo, como bálsamo reconfortante que alimente la esperanza de la gente. 

Es por ello que, en una fecha tan señalada y celebrada, ya sea el día de los muertos o el día de todos los Santos, en la que todos recordamos a nuestros seres queridos que ya no están, ha querido, a modo de ofrenda, componer un requiem por los fallecidos de Covid–19.

Una ofrenda grabada en directo y dirigida por el célebre director  mexicano Gabriel Beristáin desde el corazón de Michoacán, en la noche en la que el puente que une la vida y la muerte se hace presente en cada hogar, cada panteón y rincón de México, el pueblo que siempre ha celebrado la muerte como parte de la vida.

Un recorrido sonoro que sirve de guía y compañía a los muertos entre el vivo color amarillo del Cempasúchil.

Desde El Panteón Arocutín, en Erongaricuaro, Ribera del Lago de Pátzcuaro con la colaboración de la Ancestral Cultura Purépecha, y del Gobierno del Estado de Michoacán.


Temas:
Requiem - Wolfgang Amadeus Mozart
Estrellita - Manuel M. Ponce
La Llorona - Anónimo
Nana arrugada - Ara Malikian
Pisando Flores - Ara Malikian


Violin .-Ara Malikian
Piano - Iván "Melón" Lewis
Directed by Gabriel Beristáin.

sábado, 24 de octubre de 2020

Once años

 Te fuiste

como la noche cuando llega el día

como un suspiro que se va y no vuelve...


Y ahí sigues en la memoria de los bellos recuerdos. Más que en aquella camiseta con alas bordadas en la espalda, más que en la chaqueta que uso todos los inviernos y me abriga(s). A veces te veo en los tristes ojos azules de tu madre y siento que vuelvo a  mirarme en ellos como tantas noches. En la memoria llevo tus andares, tus anhelos, tus lágrimas azules, tus esfuerzos por resistir. Y en el alma llevo todo el Amor que me diste, todo lo que me enseñaste, todo lo que me has dolido... 

Tu luz se unió a la de la Eternidad hace once años. Y era tan grande, tan brillante, tan cegadora, que no se puede apagar en esta parcela donde persiste tu presencia.




lunes, 12 de octubre de 2020

Ofrenda a la Virgen del Pilar en tiempos de pandemia

 

Muchos años antes de las multitudinarias ofrendas a la Virgen del Pilar, estas se hacían frente al conjunto escultórico, en la fachada de la Basílica. Hoy, cuando la pandemia nos ha privado de reunirnos para llevar los ramos a la Reina de la Hispanidad en medio de la plaza, más de un espontáneo se ha acercado a depositar su ramo aquí. No hacía falta ponerse el traje regional, no era necesario madrugar con ningún grupo ni esperar horas para pasar ante La Pilarica. Solo hacía falta fervor, convencimiento, ganas de pedir y de agradecer.  Que aunque hay mucho de folclor en estas fiestas, no deja de existir la fe religiosa en su esencia.



¡Viva la Virgen del Pilar!

¡Viva la Patrona de la Hispanidad!

¡Viva la Patrona de Zaragoza!



jueves, 24 de septiembre de 2020

Gente que hace honor a su nombre

Mercedes, Misericordia. Advocaciones a la Virgen María, cuya fiesta se celebra hoy en la iglesia católica. Patrona de cientos de pueblos en España y América Latina y especialmente intercesora de los cautivos y de las instituciones penitenciarias.

Por esta fecha me acuerdo especialmente de Merche, que partió hace  trece meses a la Eternidad. Hoy seguramente hubiésemos quedado para tomar un café a media mañana. Sin duda le hubiera llevado un ramo de lirios, porque siempre los asocié a su nombre y porque ella estaba segura de que se los ofrecería como en cada cumpleaños, o en su santo, o cuando estaba enferma.

Me acuerdo de Merche porque hizo honor a su nombre. Fue la mujer que supo brindar favores, mercedes. Que tuvo misericordia con todos, conocidos o desconocidos, agradecidos o ingratos. Que se metía en líos por ayudar, por dar una mano, por dar de comer, de beber, de vestir y de habitar a quien lo necesitaba, porque sí, sin más explicaciones, porque era así. 

Hoy, como tantos otros días la echo muchísimo de menos. Para contarle algún logro, para comentar un programa de la televisión, para planear ir a un concierto, para desahogarnos de las vicisitudes de la vida. Trece meses después extraño su insistencia en que hablásemos a diario, su intensidad imparable, su palabra a punto y su acción en el momento justo. Me consuela, y mucho, que la Virgen de las Mercedes la abraza en el Cielo porque hizo honor a llamarse como Ella, siguiendo a cabalidad esa tarea con la que la bautizaron. 

¡Dios te tiene en Su Gloria, Merche!


jueves, 13 de agosto de 2020

"Especial para mayores de 50”, de Harold Schlumberg

En la vida todos tenemos un secreto inconfesable, 
un arrepentimiento irreversible, 
un sueño inalcanzable 
y un amor inolvidable.

Modelo: Jean Ives, the rollerman.

Las mujeres y hombres maduros de ahora hemos llegado a una edad maravillosa en la que emprendemos el camino del desaprendizaje. Fuimos criados con la creencia de que debíamos ser los mejores en todo: mejores estudiantes, mejores esposas, mejores esposos, mejores profesionales, mejores madres y padres, etc. Fuimos educados con la creencia de que todo es pecado.

Ha llegado la hora del desaprendizaje. Ha llegado la hora de decir no en muchas ocasiones, de mandar al carajo los compromisos y las obligaciones. Pasó la hora de las responsabilidades desvelantes. Ahora nos gusta estar solos, disfrutar buenas conversaciones con gente que no nos insulta y que cree lo mismo que nosotros o que no le importa que opinemos diferente. Es la hora de hablar de todo sin necesidad de sostenerlo como medio de defensa.

Modelo: Jean Ives, the rollerman.
Es hora de ver películas, de estar en una finca, de ir a pescar al río, durante la semana, de leer, de escuchar, de sonreír y de burlarse de la mayoría de los mortales que viven pendientes de las pendejadas. Nosotros ya demostramos que las responsabilidades fueron bien atendidas por nosotros, que hicimos las cosas lo mejor posible, que dejamos huellas, que somos buenas personas.

Lo que nos queda de vida es para nosotros, para disfrutar, para cumplir el mandamiento divino de amarnos a nosotros mismos. Por eso vamos a hacer lo que nos da la gana. Viajar al máximo, tomando café con amigas y amigos, conversando con todo el que nos encontremos. Ya pasó la época de los roles. Lo que fuimos, fuimos; ahora somos para nosotros mismos sin tener que rendir cuentas a nadie. Los demás seguirán su camino de responsabilidades y de afanes, de preocupaciones y nerviosismos. Nosotros ahora, estamos por encima del bien y del mal.

Vamos a museos, asistimos a conferencias y si no nos gusta nos salimos sin que nos importe, redescubrimos al Quijote. Ahora asistimos con mayor frecuencia a entierros y nos damos cuenta de que se aproxima el nuestro, pero estamos preparados, pues al fin y al cabo vivir es mortal. La vida es para nosotros una profunda experiencia interior, lejos de mitos, ritos, limosnas y pecados sin fin.

Es la hora de empezar a relajarnos y de conversar largas horas con uno mismo, que es el único que permanece siempre, ahora y después de que abandonemos la nave del cuerpo. Nos rodean pocos seres a quienes amamos profundamente y que seguirán viviendo sus propias experiencias, estemos nosotros o no. Mandaremos para donde sabemos a la gente que nos molesta, la tóxica. Quienes nos buscan sin egoísmos van a encontrar una sonrisa, una mirada tierna y comprensiva, un consejo acertado o no, afecto.

Somos, ahora sí, libres de ataduras, de prejuicios, de creencias.

Somos libres si no le tememos ni a la vida ni a la muerte…

lunes, 10 de agosto de 2020

Más abiertos que nunca

George Mpanga, más conocido por su nombre artístico, George the Poet, es el autor de la letra de Más abiertos que nunca, la primera campaña de Coca-Cola tras el inicio de la crisis sanitaria, en la que nos anima a encarar el futuro con optimismo y aprovechar este momento de inflexión para construir una sociedad mejor entre todos. 

De origen ugandés, criado en un barrio humilde de Londres, pero graduado en la prestigiosa Universidad de Cambridge, este premiado poeta, rapero y presentador de podcasts británico encarna lo mejor de ambos mundos y comparte una visión del futuro similar a la de Coca-Cola

Muy comprometido socialmente, aboga por que, paso a paso, rompamos con lo anterior y estrenemos una nueva realidad en la que nos miremos, escuchemos, sonriamos y acerquemos más, celebrando y sintiéndonos orgullosos de lo que cada uno somos.

... ... ...

Eh… Un momento. 
¿Quién dice que tengamos que volver a la normalidad?
¿Y si la nueva normalidad fuera una nueva realidad que rompiera con todo lo anterior?
¿Y si el cambio estuviera en nuestras manos?
¿Y si decidiéramos abrirnos y decir…:
Nunca más diré que mi trabajo no es importante.
¿Por qué esperar a otra crisis para amarnos abiertamente?
No diré que el profesor tiene muchas vacaciones ni "el cole me aburre y quiero que se acabe".
¿Y si dejo mis auriculares
y escucho de verdad?
¿Y si me estoy perdiendo el brillo de tus ojos?
¿Y si sonrío más a menudo,viajo menos y lo disfruto más?
¿Y si aprendo repostería……y a tocar la batería?
¿Y si bailo solamente para ti?
Puede que así coja el ritmo antes.
¿Y si dejo de ser un extraño en mi casa…
y aprendo de todas las experiencias...
y (le) aplico la distancia social al mal rollo…
y pruebo que lo divertido puede ser sexy?
"En cualquier caso, sigo siendo mono".
¿Y si dejo de posponer mis sueños? 
¿Y si estoy ahí cuando necesites un amigo?
¿Y si celebro mi color, 
mi pelo, 
mi cuerpo, 
cada día, 
¡incluso los lunes!
Cumpliré todo lo que diga.
Haré valer mi voto y alzaré mi voz.
Nunca más diré que la ciudad tiene demasiados turistas.
Seré un líder coherente.
Tendré una gran familia.
Siempre estaré a tu lado.
Diré "Sí, quiero""... y "te quiero".
Nunca olvidaré lo fuertes que somos cuando estamos unidos.
Lo vamos a conseguir, 
vamos a capear el temporal.
Así que seamos abiertos.
Más abiertos que nunca. 


jueves, 6 de agosto de 2020

Yo soy...

¿Qué eres? ¿Quién eres? 
¡Yo soy!

Las etiquetas para los envases.

Maravilloso spot de la compañía bancaria ING, tan necesario para ser conscientes de las etiquetas que no llevan a ninguna parte. Lo que tú eres es cosa tuya. El banco que elijas, también.



Ni progre ni facha. Ni pijo ni tirao. Ni cultureta ni frívolo. Ni guapo ni feo. Ni de estos ni de aquellos. Ni tibio ni radical. Ni carroza, ni milenial ni fofisano ni viejoven. No lo intentéis más, porque yo soy mucho más grande. Yo soy...: Juan, Cristina, Carlos, Ezequiel, María, Alberto, Inés, Ester... 

Yo soy yo. 
Yo soy libre. 

martes, 4 de agosto de 2020

De confesiones, estereotipos y riendas vitales

Ser homosexual no es el estereotipo de loca afeminada, ni de hombre  musculoso de barba y bronceado, ni la travesti de lentejuelas. Ninguno de ellos significa lo masculino o lo femenino. Yo, en mi transitar de casi 50 años he establecido una interacción conmigo que no se reduce a lo uno ni a lo otro. Soy un hombre ético, sensible, que ha explorado su cuerpo, que ha hecho su voluntad de diferentes maneras,  desde una maleta con maquillaje y tijeras,  hasta otras con tenis y trusa, o con libros de pedagogía y filosofía, con neurociencia y psicología, con una pala y unas botas, después una mascarilla,  hasta una maleta para vaciar en un psicoanálisis profundo a cargo de mí,  de hacer de mi vida algo más que un  síntoma.

He amado, me han amado, también he sido odiado. He besado y tocado muchas pieles, quizás he sido más profundo o más ligero con algunos. Unos bellos, otros no tanto; algunos más masculinos y otros más femeninos, no es lo que importa. Mis semblantes algunos agradan otros repudian. Finalmente nunca me he dejado determinar ni en mi casa, ni en el colegio, ni en las universidades, ni en los trabajos. No tengo la necesidad de ir en tacones ni de ir fortaleciendo mis músculos porque no me impongo el estereotipo. Simplemente voy en mi vida entre múltiples opciones, tomando unas, dejando otras. Me gusta mi versión masculina y disfruto de ella, la cual es demasiado débil para ser macho. Así mismo, disfruto mi sensibilidad, mi ternura, mi voluntad de servicio, mi mirada acogedora y amorosa de la vida. Eso que no me hace suficientemente mujer, porque mi rebeldía y mi pasión más masculina resulta insultante para quienes creen que lo femenino mío es debilidad.

Entonces, para este momento de aislamientos y crisis solo me queda lo poco que reposa en mi almohada, sin tacones, sin músculos y con la profunda convicción de transitar mi vida en la ética, desde donde el espectro gay o hetero no me va a definir. Simplemente soy lo poco que soy en lo más íntimo de mí, eso sí, sin dejarme de nadie.

Nelson

lunes, 3 de agosto de 2020

No es la mascarilla







No asfixia la mascarilla

Un poema de Rafael Montoya Juárez



Coronavirus - ¿Qué tipos de mascarillas hay y quiénes tienen que ...




Asfixia el futuro
que acecha expectante
El peso del tiempo,
Lento, inexorable.

Asfixian las lágrimas
nunca derramadas.
Las frases no dichas

Las bocas tapadas.

Asfixia la vida
que ya no es la misma.
Como aquella estrella
que brilla ya extinta

Asfixia estar solo
entre tanto ciego.
Saberse distinto
y a la vez ajeno.

Asfixia el contagio,
probable, incierto.
Causarles un daño
a quien yo más quiero

Cuando me la quito
duele respirar.
No es la mascarilla,
es todo lo demás.

domingo, 2 de agosto de 2020

Sólo te llevas el Amor. Alex Lequio

Álex Lequio Ana Obregón carta antes de morir

“El problema más grande del ser humano -y el mío hasta que me dijeron que tenía cáncer- es la manera de entender la felicidad, de ser feliz. Me he pasado 27 años de mi vida intentando ser el mejor estudiante, graduarme en la mejor universidad, montar empresas y sentirme un cowboy del capitalismo, siempre anclado en el ‘más es mejor.’ Todo precioso y bonito hasta que un día te dan la noticia y no sabes cuántos meses te quedan de vida”, escribía Álex Lequio antes de morir.
"En un abrir y cerrar de ojos, te das cuenta de la importancia del ‘tiempo.’ Mejor aún, te das cuenta cómo y con quién quieres invertirlo. ¿Cuántas veces no he estado con mi novia por quedarme enviando correos hasta las 3 de la mañana? ¿Cuántas veces he ido a jugar con mi hermanita pequeña? ¿Cuántas veces habré ido a ver a mi madre? ¿Cuántas la he colgado? ¿Cuántas invitaciones rechazadas al cine con mi padre? ¿Cuántas? ¿Cuántas?”.
Y como escribía Ana Obregón, su madre,  Alex quería compartir con todos lo que había aprendido en su corta vida como consecuencia de su cáncer: “No soy nadie para darte un consejo pero quizás, Dios no lo quiera, un día recibas una llamada del hospital después de hacerte una tac, una placa o un análisis de sangre, invitándote a cerrar una cita con urgencia. Quizás ese día se sienten 7 médicos delante de ti y ‘bum’ todas esas metas por ser un as se evaporan. Al final sólo te llevas el tiempo y el amor que has dedicado a las personas que quieres, a las que... ”, escribía el joven Alex Lequio sin poder terminar su carta.

domingo, 5 de julio de 2020

¡No me gusta...!




No me gusta esta pandemia, llena de miedos, de ansiedad, de desinformación, de fakes, de falsos profetas de las soluciones y de los oscuros augurios. 

No me gustan los impasibles olvidadizos, que creen que "eso es para los demás, a mi no me va a pasar".  

No me gustan los políticos que sólo quieren mantener sus sueldos, sus dietas, sus privilegios; aquellos para los que el sentido de servicio a su país es letra muerta.

No me gustan las faltas de educación. No me gusta usted que no contesta cuando se le dan los buenos días. No me gusta que no ceda el asiento a una persona que lo necesita más que usted. 

No me gustan los que siguen creyendo que deben estar de primeros en todas las filas, en ser atendidos, en subirse al bus...

No me gustan sus pies sobre el asiento.

No me gustan sus basuras en el suelo (llámese mascarilla, cáscara, servilleta, colilla o popó de su perro). No me gustan los que creen que su falta de solidaridad y de civismo se cubre pagando una multa. 

No me gusta el inspector de tranvía que va señalando a quien lleva mal puesta la mascarilla pero él va a cara descubierta. No me gusta el aviso de obligatoriedad de su uso en el autobús, pero el conductor no lleva. 

No me gustan las farolas y las marquesinas llenas de anuncios de compradores de casas (que no tienen para pagar anuncios en condiciones pero sí para explotar a quienes empapelan la ciudad con cuartillas amarillas y cinta de carrocero).

No me gustan los racistas, los LGTBImófobos, pero tampoco los heterófobos ni feminófobos. Ni mucho menos los que se creen de mejor raza (cuando son el maravilloso producto de las mezclas de múltiples culturas y procedencias).

No me gusta la falta de empatía, de generosidad. 

No me gustan los egoístas. 

A veces, no me gustan ciertos humanos.

¡A veces no me gusto ni yo!

viernes, 19 de junio de 2020

Lo Feo de Medellín (Voy a hablar mal de mi marido y ¡Ay del que me ayude!)

Por: Clarita Gómez de Melo (psiconalista y columnista del diario El Tiempo). 

En el debate Lo bueno, la malo y lo feo de Medellín, convocado por la Revista La Hoja. el 21 de abril de 2002. Lo triste es que no pierde vigencia


Comienzo diciendo que soy paisa. Claro que vivo en Bogotá, pero es que nadie es perfecto! Soy psicoanalista y ese era un trabajo difícil en Medellín, pues aquí gustaba mucho más la confesión, pues es gratis y enciman el cielo. Y en Antioquia corren para donde haya rebajas y den ñapas. Las señoras nunca se realizan más que en una "realización" y le piden rebaja a un termómetro.

Para hablar de lo feo habrían sido mejores Tola y Maruja, que son tan buenos, tan agudos, tan ingeniosos, que no parecen paisas. Es cierto que los antioqueños nos reímos fácilmente, pero tal vez por eso ha sido poco el esfuerzo en este campo. Los chistes antioqueños son burdos, simples, sin ingenio. Buscan hacer reír con la vulgaridad, la palabra fea, la ordinariez. Fuera de esto, el humor local se distingue por la vitalidad de frases hechas y refranes. No se espera de un paisa que haga un buen chiste en la conversación, que sea ingenioso. Lo que se espera es que repita con oportunidad los chistes y refranes que ha oído y, sobre todo, las exageraciones. El chistoso es el que repite y se sabe muchos de estos dichos, casi todos españoles. El único refrán que es con seguridad invento local es "antioqueño no se vara".

Uno de los rasgos más feos es el racismo, suave y un poco vergonzante, pero real. Las abuelas y mamás siempre preguntan por el color del novio. Los refranes son claros: "Negro con saco, se pierde el negro y se pierde el saco", "Negro que no la hace a la entrada la hace a la salida". En Carrasquilla se dice: "Los negros a la cocina y los blancos a la tarima", "negro no la hace limpia". La copla popular, que reitera el desprecio a los negros, musita por excepción alguna respuesta: "Si vieres comer a un blanco / de algún negro en compañía / o el blanco le debe al negro / o es del negro la comida". Aunque aquí los insultos, a diferencia de Bogotá, son con negro y no con indio, estos no se escaparon, y quedan algunos refranes, aunque han perdido su connotación peyorativa: "Indio comido, indio ido".

Aquí se habla desde hace mucho tiempo de la raza antioqueña. Nadie habla de la bogotana o caleña o santandereana o colombiana, pues eso no existe, como no existe antioqueña. Somos hijos del mestizaje y son tan antioqueños los monos de Marinilla como los negros de Remedios o los mestizos más o menos aindiados de Frontino o Urrao. Pero el mito de la raza antioqueña pretende que el valor de lo antioqueño surge de que somos todos como los ricos de Rionegro o Medellín, que eran un poco más blancos que los demás, y que viene en la sangre. No sabemos en qué sangre, pues unos dicen que somos vascos, otros que judíos y los historiadores alegan que el mestizaje antioqueño no es muy distinto al de Colombia o América Española, que mezcló andaluces y castellanos primero y luego añadió a los vascos.

A la idea de raza se añadió el cuento de la antioqueñidad , que es un reguero de lugares comunes que hacen del paisa una caricatura. Esa antioqueñidad está hecha de lo pintoresco, de folclor convencional, de exaltación del carriel, de la música más pobre de la tradición popular, de comida típica, de aguardiente (para mejorar las rentas de la Licorera, que ayuda a los políticos que promueven la antioqueñidad), de la idea de que somos muy especiales en costumbres, que son casi siempre importadas o comunes a muchos otros países. 

Por ejemplo, el carriel fue una bolsita de los mineros ingleses (carry all). La bandeja paisa, que se llama así hace poco (en El testamento del paisa, que es de 1961, lo llaman dizque "almuerzo de maromero"), la encuentro descrita así: "el plato nacional está compuesto por arroz, carne desmechada y caraota" y con plátano maduro frito al lado se llama "pabellón con baranda": es el plato nacional de Venezuela, y con el nombre de casado es el plato nacional de Costa Rica. El "oloroso tamal" de Juan José Botero es plato nacional en Venezuela, México y Costa Rica, que yo sepa, y los venezolanos están seguros de que inventaron la arepa.


La cultura de la antioqueñidad es más bien rara. Antes de los narcos, aquí había una más bien austera, la ostentación y el derroche eran mal vistos, mirábamos al mundo, queríamos aprender de los demás. Los narcos nos enseñaron las virtudes del derroche, la parranda escandalosa, la generosidad ostentosa. Hoy ya no pesan tanto, pero nos dejaron su herencia: lo que cuenta es la rumba y para las autoridades son más importantes la fiesta y la feria que parar la violencia o mejorar la educación. Aquí ponen una bomba y la televisión se llena de invitaciones a tomar aguardiente a mitad de precio el día siguiente: ya ni siquiera les hacemos el duelo a los muertos.

Una de las cosas más feas ha sido el "hacha que mis mayores...", la cual, según Efe Gómez, era lo más destructivo: "El hacha del antioqueño y el caballo de Atila serán en adelante en la historia los símbolos definitivos de la desolación; con la sola diferencia de que Atila asolaba para saquear y los antioqueños para sembrar maíz. Y saquear ha continuado siendo un magnífico negocio, en tanto que sembrar maíz no ha dado nunca los gastos".

Cada vez los paisas se miran más el ombligo. Es un problema de inseguridad. Toda ciudad, toda región, todo país, tiene cosas buenas y malas. Hay rasgos, desde el siglo XIX, que pueden ser feos. La gana de plata era para unos excesiva, aunque para otros era una forma de la virtud del trabajo y del deseo de progresar, y algo democrático: una sociedad sin aristocracia donde la plata igualaba. Un viajero francés, Saffray, escribió hace 150 años: "El dinero es lo único que da a cada cual su valor. El muletero enriquecido llega a ser don Fulano de Tal; y si pierde su fortuna no ha de imponerse privaciones para conservar su rango adquirido por casualidad; vuelve a vestir su antiguo traje... El único término de comparación es el dinero: un hombre se enriquece por la usura, los fraudes comerciales, la fabricación de moneda falsa u otros medios por el estilo, y se dice de él es muy ingenioso!". Hace diez años, en todas partes decían que un refrán local era "haga plata, mijo. Si puede, honradamente. Pero si no, haga plata, mijo". Hacer plata sí ha sido una obsesión local, y muchas cosas buenas se sacrificaron por la plata. Medellín, que tiene sitios tan bonitos, pero tanta zona feísima, es pobre en espacios públicos, en parques, en hitos urbanos. Aquí todo se tumbó para hacer lo nuevo encima: no quedó ciudad colonial, no quedó ciudad del siglo XIX. Pavimentamos el río que cruzaba la ciudad vieja, la quebrada Santa Elena, pero seguimos llamando al cemento La Playa. 

Y por la plata (no sé si para hacerla o robarla) se hizo el adefesio del Metro por el Parque de Berrío, que convirtió a la Gobernación en un orinal y a la Candelaria, en una iglesita de pesebre: el altar es la estación. Ni en Estados Unidos, adoradores del becerro de oro, son capaces de poner una estación que tape el Capitolio. Aquí no solo se adora el becerro de oro: lo ordeñan pa vender la leche!.


La falda de la mamá.

Frente a las cosas feas, la reacción es asumirlas como si fueran una maravilla. Le cantamos al hacha con entusiasmo, cada que entonamos, con entusiasmo que comparto, el himno antioqueño. Creemos que Medellín, después de ese machetazo a la Avenida Oriental, después del Metro por el centro, es la ciudad más hermosa del planeta. Antes creíamos que tenía la catedral más grande del mundo, "de ladrillo cocido". Tenemos que exagerar para sentirnos tranquilos. Nos sentimos chiquiticos si no decimos que somos los mejores y más ingeniosos del mundo, los más madrugadores y trabajadores, los del ritmo paisa -que solo sirve para levantarse temprano, porque para bailar no: los antioqueños hemos sido, aunque cada vez menos, muy reprimidos a nivel pélvico. Aquí las cosas ya no son muy buenas o bonitas, sino "demasiado buenas" o "demasiado bonitas". En la Gobernación, el ascensor que lleva a la oficina del Gobernador tiene un letrero que advierte: "Este ascensor es demasiado seguro". La exageración tiene cierto dejo trágico: de lo mejor se dice que es "horrible de bueno".


No quiero ejercer de psicoanalista, pero a los paisas les resulta difícil bajarse de la falda de la mama. Muchos de los asesinatos de los adolescentes, según dicen, eran para llevarle nevera a la cucha. A ningún hombre le saben los frisoles o la arepa de la señora como los de la mamá. Y las mamás son expertas en crearles culpa a sus crías, que siguen pegadas a la teta. Claro que otro cambio que debemos a ese cataclismo cultural de la plata de la droga, es que ya no nos gusta la belleza natural de las mujeres, sino la de silicona. Quién sabe cómo será el complejo de Edipo de estos muchachos de ahora, a los que la leche les debe saber a plástico. Porque Medellín se está volviendo la capital de la silicona.

El poder de la mamá puede tener relación con el que tuvo la Iglesia, y que fue bastante maluco: en Antioquia estaba prohibido bailar, ponerse suéter, leer El Espectador y El Tiempo, ser liberal, separarse. A quien desobedecía a Monseñor Salazar y Herrera, Monseñor Caycedo o Monseñor Builes, lo "pulpitiaban", y si una mujer se separaba la declaraban "mujer infame". Con tanta represión el desquite fue total: la sexualidad se soltó y el demonio, que antes se quedaba en Puerto Berrío, se apoderó de los paisas. La gente dejó de hacer caso a la religión y a los mandamientos, y las acciones de la Iglesia se desvalorizaron. Fue tal la crisis, o el influjo de Satanás, o el gusto por la plata, que la Arquidiócesis convirtió el Seminario en Centro Comercial. A los paisas los cuidaban la Iglesia, la mamá y El Colombiano. De esta santísima trinidad solo está firme El Colombiano, porque lo que es a la Iglesia y a las mamás ya pocos les comen cuento.

Tampoco me parece bonito ese acento exagerado, esas ganas de mostrar que somos ordinarios. Ni los nombres que les gustaban a los papás paisas: que dizque Clara Victoria o Nicanor! Y eso que no nos tocó la hora de la verdadera antioqueñidad, la de los John, William, Morgan Echavarría y los Orson Vélez. Quizás lo más feo es que queremos ser tribu. En cualquier parte hay gente de todas clases. Buenos y pícaros; gente simpática y antipática; generosa y amarrada. Pero aquí exigimos que nos juzguen en bloque, que hablen de "los paisas" o de "los antioqueños". Y reivindicamos solo la parte buena de la tribu: son antioqueños los deportistas que ganan, los políticos que triunfan, los empresarios exitosos, pero no los desempleados, ni los pobres o los negros, ni los empleados corruptos, ni los delincuentes, ni las putas.
Y después de enumerar lo bueno inflamos pecho con lo que algunos hacen. Vivimos de la gloria de Botero o sentimos que Juanes debe sus éxitos a algo que también hice yo. Y lo que nos emociona es que les paren bolas en Miami o Nueva York.

Estos orgullos vicarios tienen un problema: la misma tribu ha hecho aportes tan importantes a la vida nacional como Pablo Escobar, Carlos Castaño o Pedro Antonio Marín. Somos muy ingeniosos e inventamos cómo volar un avión lleno de pasajeros inocentes, hemos llevado las masacres y el terror a un desarrollo incomparable, con mucha industria y organización. Según esas páginas de dulce melosería que describen a los paisas en Internet, los antioqueños reciben con los brazos abiertos a los extranjeros. Claro!, pero que cuiden la billetera. Somos muy trabajadores, pero, como lo ha escrito Fernando Vallejo, la más trabajadora ha sido la muerte: hemos mandado para el otro lado a casi 100.000 personas en veinte años, más que en la guerra de los Balcanes. ¡Esa sí es gracia!.

El auge del narcotráfico y la violencia nos avergüenzan callada e íntimamente y por eso ahora solo hablamos de cómo somos de buenos, inteligentes, recursivos y pacíficos. "Chicaniando", mostrando la mitad de la moneda. Nos volvimos mentirosos, para engañar a todo el que viene a Medellín y nos acabamos creyendo la mentira. Por eso, no podemos arreglar los problemas que tenemos. Cómo mejorar la educación, si estamos convencidos de que es una maravilla? Cómo resolver el problema de la violencia, si creemos que es igual en todas partes y que es lo mismo en Nueva York o Bogotá, donde también lo matan a uno? Pero no vemos que en Medellín mueren 3.000 personas al año, cuando en Bogotá, que tiene tres veces más habitantes, ya han logrado bajar a menos de 2.000.

Insisto: estoy mirando solo la mitad del problema. Pero me pidieron hablar de lo feo... Habría podido hablar de lo bueno, porque hay muchas cosas buenas entre mis coterráneos, pero esa suerte la tuvo Nicanor Restrepo. Pero lo más feo es que no aguantamos lo que somos, que queremos engañarnos viendo solo la mitad y negando el resto. Tenemos que demostrar que somos grandes.

***

Dentro del debate de La Hoja , después de Clarita Gómez, el empresario Nicanor Restrepo habló de lo bueno y el escritor Alonso Salazar de lo malo. Según la cabeza el Sindicato Antioqueño, fuera del vigor antioqueño, demostrado entre otras cosas por haber sobrevivido la deliciosa y pesada comida local, había que destacar el lenguaje, el sentido de clan y de familia, la montañerada y la vigorosa cultura: Es imposible pensar a Antioquia sin recordar a un León de Greiff, a un Barba y en los poetas modernos a un Darío Jaramillo. Es imposible hablar de nuestra cultura sin mentar a un Carrasquilla, un Efe o un Mejía Vallejo o un Fernando Vallejo .
Alonso Salazar, el autor de No nacimos pa semilla y Pablo Escobar, tras advertir que hablar de lo malo podía obligarlo a vivir por siempre a 2.600 metros más cerca de las estrellas, se refirió a la mentalidad excluyente, el rechazo a las demás culturas, la vanidad ( es más fácil convencer a un católico de que la Virgen no es virgen que a un antioqueño de que no es superior en todo ), la capacidad para elegir malos alcaldes y gobernadores y creer que son los mejores del país, la idea de que el progreso se mide en cemento. Salazar concluyó diciendo: Lo malo de Medellín y Antioquia es que están al garete, sin líderes contundentes que nos ayuden a desatrancarnos y tomar un nuevo y útil papel en el concierto nacional. Pero, en todo caso, no hay nada como Medellín .

domingo, 7 de junio de 2020

Colombita



Autor: Pala
Álbum: Palabras

Quizás una de las mejores descripciones poéticas que he escuchado y leído de mi amada Colombia., "la colombita", de la autoría del antioqueño Carlos Palacio,  considerado por la crítica especializada como uno de los mejores letristas de su género y ganador del Premio Nacional de Música del Ministerio de Cultura

Niña fatal. Adolescente con las medias mal bordadas.
Roto un cristal y manchas rojas salpicando tu fachada.
Mírame aquí, con un dolor de puta enamorada;
Para empezar, para seguir, no sé si matan más tus besos o tu espada.
De cuando en vez, tienes el don de despertarme la esperanza;
Luto al revés y soy un niño adivinando adivinanzas.
Pero al sumar no sé qué pesa más en la balanza:
Si este café que huele a gol o tantos montes de las malaventuranzas.
Tanta postal, tanto papel
Y aún no hay nadie que le escriba al coronel.
Tan pedigrí, tan medieval,
Mi colombita tan monjita y tan sensual.
Tonta genial que vas sonriendo por el borde del abismo.
Santa inmoral, en tus ligueros guardas siempre un catecismo.
Culta y vulgar y diplomada en meimportaunculismo.
Amnesia, ¿quién? Amnesialand, el funeral y el carnaval te dan lo mismo.
Te conocí siempre en tu esquina y con tus dos mares de dudas.
¡ay! ¡colibrí que con un beso me asesina o me desnuda!
Eres mi sol, mi virgencita, mi hospital, mi viuda.
Ponte el rubor, bésame aquí, que hoy no me importa que tus besos sean de Judas. 
Tanta postal, tanto papel
Y aún no hay nadie que le escriba al coronel.
Llueve sudor más que maná,
Mi colombita que me quita y que me da. 
Loca, no más. ¡cómo disfrutas inundando noticieros!
Loca que vas entre tus pablos, tus gabitos, tus boteros.
Loca, mi amor. O ¿quién declara guerras por floreros?
Loca también esta canción que grita igual que te detesto y que te quiero

jueves, 4 de junio de 2020

Un amor del tamaño del mar



Por  Jaime Bayly
Artículo publicado en 2017, pero que no pierde sensibilidad ni actualidad.


La señora que viene los fines de semana a limpiar la casa se llama Lorenza Pastora. Es paraguaya. Habla como paraguaya. Es una delicia escucharla. Tiene un acento musical. No ha cumplido cuarenta años. Tiene apenas treinta y ocho. Lleva diez años viviendo en este país.

Lorenza Pastora dejó a sus dos hijos en Asunción antes de venir a los Estados Unidos. Entonces tenían cinco y tres años. Ahora el muchacho, Isidro Daniel, tiene quince años y la chica, Paula Edith, trece. Lorenza Pastora no los ha visto crecer. Hace diez años que no los ve. No puede verlos porque si regresa a Paraguay, pierde la posibilidad de entrar de nuevo a los Estados Unidos. Hablan por teléfono todos los días. Se ven por Skype. Son chicos buenos, responsables. Sacan buenas notas en el colegio. Su madre está orgullosa de ellos.

Con el dinero que ha podido ahorrar estos últimos diez años trabajando como limpiadora de casas, Lorenza Pastora se ha comprado una casa en el campo, en las afueras de Asunción, con muchos árboles de aguacates. Allí viven su madre y sus dos hijos. Ella todavía no ha conocido esa casa. Su sueño es retirarse en unos años, regresar a Asunción y vivir en esa casa en el campo con su mamá y sus hijos. No está lejos de lograrlo. Va por buen camino.

Cuando le pregunto por sus hijos, se emociona, se le corta la voz, se le humedecen los ojos. Diez años sin verlos es mucho tiempo, demasiado. Está loca por verlos. No sabe qué hacer. Está tramitando su residencia. Mientras no se la concedan, no puede salir de los Estados Unidos. Si viaja al extranjero, no la admitirán de regreso. A veces se entristece, se llena de melancolía, decide que volverá a Paraguay de una buena vez y para siempre. Pero luego hace acopio de valor y perseverancia y se promete trabajar unos años más, hasta que tenga un dinero ahorrado que le permita abrir un negocio allá. No quiere volver a su tierra a pedir trabajo como empleada. Su sueño es abrir un negocio, ser la dueña, la jefa, y no obedecer órdenes de nadie. Yo la animo a que no desmaye y cumpla su sueño. Ella piensa en abrir un negocio simple, una tienda de abarrotes, una bodega, una ferretería. Le pregunto si una peluquería sería una buena idea y me dice que no. Le pregunto si una licorería sería rentable y me dice que seguramente sí, pero ella es una mujer seria, honorable, de convicciones religiosas y valores morales, y no quiere hacer dinero vendiendo cosas que hacen daño, que intoxican, que sacan lo peor de la gente. Admiro su sabiduría. No lee libros de alta literatura, pero me parece que sabe de la vida mucho más que yo. Y su ética de trabajo es, en verdad, asombrosa. Nunca se queja, nunca pide vacaciones, nunca se enferma o indispone, y cuando viene los fines de semana, está siempre atareada, limpiando algo, inventándose un quehacer, una faena, no descansando ni mirando la televisión. Yo no trabajo ni la décima parte de lo que ella trabaja. Yo voy a la televisión, me pintan la cara y hablo. Me pagan por hablar. Eso no es trabajar. También escribo cosas raras, ficciones que no lo parecen. Eso tampoco califica como trabajar. No a mis ojos ni a los de mi madre.

Le digo a Lorenza Pastora que, si ella no puede viajar a Asunción a abrazarse con sus hijos, hay que traerlos a Miami. Me dice que es imposible, que no les darán la visa. Le digo que haré mi mejor esfuerzo y usaré mis contactos e influencias para que les den la visa de turistas. Hablo con un amigo que trabaja en la Casa Blanca. Me sugiere que mande cartas de invitación al consulado de los Estados Unidos en Asunción. Me promete que le enviará un correo al embajador, pidiéndole que nos ayude. Le agradezco de corazón. Escribo una carta, invitando a los hijos de Lorenza Pastora, diciendo que Isidro Daniel y Paula Edith son artistas, escriben música, cantan canciones muy lindas y quieren venir a promocionar el disco que pronto lanzarán al mercado. Todo es mentira. Pero es una mentira piadosa, necesaria para que les den la visa. Digo en la carta que voy a entrevistarlos en mi programa, que voy a pagarles el pasaje aéreo y el hotel, que me hago responsable de que, cumplida la entrevista, no se queden a vivir en los Estados Unidos, excediendo el tiempo límite que les fijen como visitantes. Unas semanas después, los jóvenes llaman a Lorenza Pastora y le cuentan, eufóricos, que les han dado la visa. Lorenza Pastora está emocionada, me abraza, llora, lloramos. Yo soy muy sentimental, muy fácil de llorar. Una madre que no ve a sus hijos hace diez años porque se sacrifica trabajando como una leona para que ellos tengan una mejor futuro, una casa propia, una profesión, es a mis ojos una heroína, una santa, una persona que enriquece al mundo con su contribución generosa, altruista. Necesitamos gente como Lorenza Pastora. Estoy con ella hasta el final. Por eso, apenas nos confirman que les han dado la visa a sus hijos, compro los pasajes. No hay vuelo directo entre Asunción y Miami. Deberán hacer escala en Lima. Volarán en Avianca. Decido comprar los boletos en clase ejecutiva, así los chicos tendrán un viaje de ensueño. Se lo merecen. Lorenza Pastora se lo merece. Y yo tengo la plata para darles ese pequeño gusto. Son los pobres, los desamparados, los desheredados de este mundo quienes deberían viajar en primera clase. Los ricos llevan ya vidas demasiado confortables, no estaría mal que viajasen de vez en cuando en clase turista para recordar que otros viven más apretados e incómodos que ellos.

Le digo a Lorenza Pastora que iremos juntos al aeropuerto de Miami a recibir a sus hijos. Ella no ha dormido en la víspera, no puede creerlo, todo le parece un sueño. El vuelo debe de llegar poco antes de las cuatro de la tarde. Lorenza Pastora viene a mi casa, comemos algo ligero, pasamos por una florería y compramos rosas y orquídeas, luego compro chocolates y vamos al aeropuerto. Mientras los esperamos en el tercer piso, Lorenza Pastora me cuenta que el papá de sus hijos la dejó embarazada dos veces y luego desapareció. No está en la foto, nunca lo estuvo, no colaboró económica ni afectivamente en la crianza ni en la educación de los chicos. Es una historia tantas veces repetida en nuestros países. Le digo que ella es, a un tiempo, una madre y un padre, un gran ejemplo para sus hijos, y que son personas de bien gracias a ella, a su esfuerzo, su tenacidad, su espíritu de lucha. Cuando habla del papá de sus hijos, no siento rencor en sus palabras ni en su mirada. Lorenza Pastora es una mujer hecha de madera noble. No conoce el odio, el resentimiento, el rencor. No piensa que hubiese merecido una vida mejor. Está agradecida por la vida que le ha tocado. Se siente una mujer con suerte, y más aún ahora, a pocos minutos de abrazar a sus hijos, tras diez años sin verlos.

Equipajes
Los chicos aparecen a lo lejos, empujando unos carritos metálicos con maletas abultadas. Isidro Daniel y Paula Edith corren extasiados a abrazar a su madre. Lloran con ella. Le dicen cosas dictadas por el amor más profundo, un amor que nace en esa zona del espíritu que no perecerá, que es inmortal. Se parecen muchísimo a ella. Son gorditos y pecosos como ella. Son buenos, bonachones, querendones, su mirada los delata. Ambos la han sobrepasado en altura, sobre todo él, que es ya un hombre, un muchachón. Los abrazo, les doy las flores. Les digo que su madre es una campeona, que tengo tanta suerte de haberla conocido, que todos quienes la conocemos, la respetamos y admiramos profundamente. Entramos en la camioneta, las grandes maletas apretujadas atrás. Comemos chocolates. Ellos hablan en su lengua pintoresca, musical. Cuentan cómo fue el viaje. Nunca habían viajado en avión. No se dieron cuenta de que iban en clase ejecutiva. Lorenza Pastora y yo nos reímos.

Al llegar a casa de Lorenza Pastora, nos despedimos con un gran abrazo y les dejo a los chicos unos sobres con dólares para que puedan costear sus gastos y comprar regalitos a su madre. Qué lindos chicos, qué humildes, qué tiernos, qué agradecidos con la vida. Le digo a Lorenza Pastora que venga con ellos a la casa el fin de semana. Quiero que mi hija los conozca, los escuche, aprenda a quererlos. Les recuerdo que deben traer traje de baño para meternos en la piscina.

El fin de semana los chicos vienen con Lorenza Pastora a mi casa. Dormirán con su madre, en el cuarto de huéspedes. Hemos puesto dos camas plegables, y es un cuarto grande, de espacios generosos. Han traído ropa de baño. No saben nadar. Por suerte la piscina no es tan honda y tienen piso en una parte de ella. Lorenza Pastora y su hija Paula Edith no se animan a meterse en el agua. Solo el joven Isidro Daniel se da un chapuzón rápido. Luego nos echamos en las tumbonas y hablamos de fútbol, sobre todo de fútbol argentino, del partido increíble que Lanús le volteó a River, mientras Lorenza Pastora y su hija hablan con mi esposa y nuestra hija. Ellos, los visitantes paraguayos, son muy comedidos y solo aceptan agua y helados, no toman vino ni cerveza. Mi mujer toma cerveza, yo, vino helado canadiense.

Más tarde entramos en la casa y, cuando ven el cuarto de música de nuestra hija, los hijos de Lorenza Pastora parecen especialmente felices, sus ojos refulgen de ilusión. De pronto descubro que sienten pasión por la música. Cuando dije que vendrían al programa a cantar y hablar de su nuevo disco, pensé que estaba mintiendo en toda la línea. Pero ahora los chicos me preguntan si pueden cantar dos o tres canciones. Les digo que sí, por supuesto. Paula Edith toca el piano, Isidro Daniel, la guitarra, ambos cantan y Lorenza Pastora, embriagada de amor y ternura y gratitud, me mira y llora y lloramos, y en ese momento somos eternos, inmortales, y todo el amor que ella siente por sus hijos es del tamaño del mar.