martes, 24 de marzo de 2020

¿Sabrá la primavera que la estamos esperando?

Si sabrá la primavera
que la estamos esperando...
Si se atreverá a cruzar
nuestros pueblos despoblados,
colgando en nuestros balcones
la magia de sus geranios.
Si dejará su sonrisa
esculpida en nuestros campos,
pintando nuestros jardines
de verde, de rojo y blanco.
Si sabrá la primavera
que la estamos esperando...
Cuando llegue y no nos vea
ni en las calles ni en los barrios,
cuando no escuche en el parque
el paso de los ancianos,
o el bullicio siempre alegre
de los chiquillos jugando.
Si creerá que equivocó
la fecha del calendario,
la cita que desde siempre
la convoca el mes de marzo.
Si sabrá la primavera
que la estamos esperando...
 
Cuando estalle jubilosa
llenando de puntos blancos
los almendros, los ciruelos,
los jazmines, los naranjos…
una lluvia de azahar
refrescando nuestros patios.
Y no vea que a la Virgen
la engalanan para el Paso,
y nadie alfombra sus pies
con pétalos y con nardos.
Que se ha guardado el incienso,
el trono, la cruz y el palio.
Y que Cristo, igual que todos,
está en su casa encerrado,
y no lo dejan salir
ni el Jueves ni el Viernes Santo...
¿Pensará la primavera
que tal vez se ha equivocado?

¿Escuchará los lamentos
de quien se quedó en el paro,
de quien trabaja a deshoras
por ayudar a su hermano,
de aquél que expone su vida
en silencio y olvidado?
¿Escuchará cada noche
los vítores, los aplausos
que regalamos con gozo
al personal sanitario?
¿Pensará la primavera
que tal vez se ha equivocado
y colgará sus colores
hasta la vuelta de un año?
Si sabrá la primavera
que la estamos esperando...
Que se nos prohíbe el beso,
que está prohibido el abrazo;
el corazón, sangre y fuego,
el corazón desangrado.
Si sabrá la primavera
que ya la estamos soñando...
Asomados al balcón
de la Esperanza, esperamos
como nunca, que ella vuelva
y nos regale el milagro
de ver florecer la vida
que hoy se nos va de las manos...
¡Bienvenida, primavera!
Hueles a incienso y a ramos,
con tu traje de colores
y los cantos de tus pájaros.
Ven a pintar de azul-cielo
esta tierra que habitamos.
¿No sentís que en este mundo
algo nuevo está brotando?
Si será la primavera
que está apresurando el paso…
Lucía Carmen de la Trinidad
Carmelita descalza. Antequera

sábado, 21 de marzo de 2020

¿Dónde comienza la civilización?

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"Hace años, un estudiante le preguntó a la antropóloga Margaret Mead (1901 - 1978) cuál consideraba ella que era el primer signo de civilización en una cultura. El estudiante esperaba que Mead hablara de anzuelos, ollas de barro o piedras de moler. Pero no. 


Mead dijo que el primer signo de civilización en una cultura antigua era un fémur que se había roto y luego sanado. Mead explicó que en el reino animal, si te rompes una pierna, mueres. No puedes huir del peligro, ir al río a tomar algo o buscar comida. Eres carne de bestias que merodean. Ningún animal sobrevive a una pierna rota el tiempo suficiente para que el hueso sane. Un fémur roto que se ha curado es evidencia de que alguien se ha tomado el tiempo para quedarse con el que se cayó, ha vendado la herida, le ha llevado a un lugar seguro y le ha ayudado a recuperarse.











Mead dijo que ayudar a alguien más en las dificultades es el punto donde comienza la civilización."

Ira Byock.
Doctor en medicina y abogado, es una autoridad mundial en cuidados paliativos. Director de diversas fundaciones y programas, colabora con medios como el Washington Post o el Wall Street Journal, tiene gran experiencia en cuidados a personas que se enfrentan a situaciones extremas.

viernes, 20 de marzo de 2020

Recordando otros virus...

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Hace casi 20 años recibí de la propia boca de un amigo la noticia de su diagnóstico positivo para el virus del VIH. Eran tiempos de miedos, de desinformación, de escasas medidas para controlarlo; se decía que para el 2000 en cada familia habría una persona conviviendo con el VIH/Sida. Acompañamos a muchos en su diagnóstico, aprendimos del virus, de la enfermedad y de la pandemia, aprendimos a ser "positivos por la vida". Y aunque a algunos los despedimos en su viaje a la eternidad, otros muchos siguen aquí, vivos, amando, riendo, llorando, sintiendo, estudiando, luchando como los mejores guerreros.

Ese amigo con el que lloré hace 20 años, sigue tan bello, vital y fuerte como cuando lo conocí. Y en estos tiempos de otra pandemia, causada por el democrático Covid 19, que no distingue a políticos, artistas, famosillos, youtubers e influencers, predicadores, color de piel, origen u oficio, le vino a la mente escribir sobre lo que vivió en aquellos tiempos estigmatizadores: 

"¡Me da una nostalgia! La humanidad entera viviendo el pánico que sentíamos nosotros con el sida, esa sentencia moral y de muerte con estigma de "maricón". Muchos no están para contar la historia de ver morir a un amigo o a un familiar desprovisto de defensas. Algunos sentimos correr el terror viral en angustias noctámbulas, de sudor frío y dolor en los huesos; todo era un motivo para verte en camino a la muerte, sentías una tristeza que no se describe, sentías pavor de tocar o ser tocado, temías la mirada inquisitiva de algún dueño de la moral, aún entre los mismos estigmatizados. 

Cada día morías un poco. Se derrumbaron sueños, temías cada paso transcurrido. Muchas lágrimas en la almohada, muchos silencios guardaban la tormenta del dolor. De a poco retornaba el amor de los tuyos, el encuentro amoroso con muchos médicos y personal de apoyo. La sentencia no estaba dada completa: aparecieron los primeros remedios que te corrían como veneno en la sangre y, luego, la depresión más profunda, con náuseas, mareos, olvidos y ganas de mejor dejarte morir. Esa parecía la esperanza y ella se tornaba más amenazante que el mismo virus. Entonces desistir era también un derecho negado, ante lo que otros acusaban un suicidio.  

Entretanto,  algo de esperanza debatía sin defensas:  algún sueño terco apareció, resurgía un brotecito de deseo, algún amor sin flechazo apareció, un perdón se atravesó en el camino, reconciliando un tanto.  Ya la medicina era más vital y lo que auguraba milagroso brotó en la vida:  aún tengo angustias y vivir no hizo que se ahuyentaran temores, decepciones, sueños, incomprensiones; han caído mis ídolos, mis temores están, pero han retornado las defensas, con ello la palabra, la escucha y otros que amo me han permitido vivir -sin negar la posibilidad latente de morir vital-. 

Te quiero y deseo mucha vida para ti que eres importante para mi. Te escribo de manera personal, no es un poema, no es un decálogo y no es mi epitafio..."

jueves, 19 de marzo de 2020

¿Aprenderemos algo?

Resultado de imagen de vacunaEs de suponer que cuando acabemos con el coronavirus, que será más pronto de lo que pudiera parecer con tanto alarmismo, reflexionaremos sobre esta pesadilla y acabaremos siendo todos más humildes. Un virus nos va a hacer mejores a los que quedemos vivos para contarlo. Un bichito que lo mismo le ha metido mano a Santiago Abascal, que a Irene Montero, luego no entiende de ideologías. Supongo que tampoco de ricos y pobres, y no se extrañen si cae alguno de esos ricachones que se suelen hacer más ricos con estas pandemias.


A pesar de que ellos se pueden hacer la prueba al aparecer el primer síntoma, como ocurre con los señores diputados, las ministras o los reyes. Y de que se pueden mudar de residencia en un solo día porque tienen dinero, como los Aznar, que se han ido a Marbella huyendo del virus de la Villa y Corte. Sigamos suponiendo. ¿Cuántas veces tendría que llamar yo para que me hicieran la prueba en casa si notara algún síntoma? Oiga, que tengo tos seca y me duele la cabeza un montón. “Tranquilo, que estamos desbordados, tómese la temperatura que iremos esta tarde a verlo”. El coronavirus no diferencia entre ricos y pobres, famosos o anónimos currantes, pero el Estado sí. Estamos tan asustados, tenemos tanto miedo, que si salimos de esta vamos a pensar un poco más en los demás. En esas criaturas que están siempre con el agua al cuello, si no es por un virus, por el hambre o porque los quieren matar quienes son de otra religión o ideología política.

Huyen de sus países de origen para salvar la vida y los recibimos con un megáfono desde la costa diciéndoles que regresen a su tierra porque el pan y el curro de aquí, son nuestros. Un virus asesino, neutral, nos va a poner de acuerdo en temas sociales y políticos importantes y vamos a ser la repera de aquí en adelante. ¿Más solidarios? Se supone. Y es probable que hasta más humanos y agradecidos. A lo mejor hasta vemos bien que Amancio Ortega done millones de euros cada año al Estado español para que nuestra sanidad pública sea mejor de lo que es, que no es de las malas, aunque tiene sus carencias y limitaciones, como estamos viendo estos días. ¿Vamos a aprender algo con todo esto del dichoso coronavirus? Es de suponer que sí. Y deseable.

Ojalá salgamos de esta y seamos por fin un país nada cainista, en el que dejemos de una vez por todas el garrote para empezar a querernos y a respetarnos un poco más. Alguna vez he deseado que un asteroide tan grande como Barcelona cayera sobre nuestro planeta y que no quedaran ni las moscas. Lo confieso. Pero ahora quiero que el coronavirus se vaya con sus muertos lo más pronto posible. En serio. A pesar de todo, el nuestro es un país que merece mucho la pena.

Opinión en El Correo. 14 de marzo, 2020

miércoles, 18 de marzo de 2020

¿Que este año no habrá Semana Santa?

Mensaje de Manos Unidas:

¿Quién dice que este año
el Cristo de la Salud no sale,
si está vestido de verde
de azul o blanco en los hospitales?


¿Quién dice que los nazarenos
no harán su penitencia
si vienen con sus enfermos
a las puertas de urgencias?

¿Quién dice que Jesús Caído
no saldrá el Miércoles Santo
si vemos a nuestros médicos
caídos y agotados
con humildes cireneos:
celadores, limpiadoras y personal sanitario?

Y al igual que en la Borriquita
Cristo nos trajo la Buena Nueva
nuestros héroes camioneros
pasan las noches en vela
para traernos a todos
alimentos para nuestra despensa.
Y desafían los caminos
por donde el virus ya vuela,
pensando en sus familias
y en no quedar en cuarentena.
Y la Virgen de la Paz
lucirá su manto blanco
en tantas hermanas de ADL
que cuidan de nuestros ancianos
llevándoles la paz del cariño
con sus uniformes también blancos.

Y  con el cansancio en la mirada
como cuando en el Huerto estaba orando
también Cristo está presente
en los que en cualquier supermercado,
o en una pequeña tienda
de esas que están en nuestros barrios,
reponen las estanterías
o están en las cajas cobrando
para saciar nuestra hambre
como hiciera en aquel milagro,
con la misma Humildad y Paciencia
con la que sale el Jueves Santo.

Y nuestros santos sacerdotes
con la Virgen del Rosario
ofrecen sus oraciones
por el pueblo encomendado.

Y en nuestra Policía y Guardia Civil,
también está crucificado,
dándonos todo su Amor
y su tremendo cuidado
para que pase de pronto la plaga
y no suframos ningún daño,
que ellos no se quedan en casa
y están en la calle velando.

 ¿Y cómo no va a salir la Esperanza
si eso es lo que ha quedado?
La Esperanza para aquellos
que tienen negocios cerrados,
y miran pidiendo Remedios
en sus casas confinados.

Y la Virgen de la Palma
también sale este año
por el agradecimiento del pueblo
que toca las palmas en un aplauso
a aquellos que se juegan la vida
para que nosotros estemos sanos.

Y a la Virgen de la Concepción
le pedimos este año
que al igual que ella que fue tan Pura
así nos preserve bajo su manto
y quede este pueblo puro
sin ningún contaminado.



Y si piensas en cuántos de los nuestros
se sienten solos y abandonados
comprenderás que también el Cautivo
sale a la calle este año
porque encerrados en sus casas,
sin poder ir a ningún lado,
se sienten como Jesús Preso,
que sale sin ser Martes Santo,
y solo sienten la compañía
de la Virgen de los Desamparados.

Y cuando veo la de gente
que sin un ser querido se han quedado
y lloran mirando al cielo
buscando un consuelo santo,
siento que también ha salido
la Piedad del barrio bajo
o la Virgen de las Angustias
con su Hijo en el regazo.

 


Y también saldrá de Madrugada
el Cristo de la Expiración,
que muriendo salvó al mundo
y de sus pecados lo limpió,
en nuestros hermanos de la limpieza,
que para que no haya infección,
recogen nuestras basuras
en silencio y abnegación.

Qué importantes son estos hermanos
que trabajan en el campo
llevando pesada cruz
como el Cristo del Calvario,
demostrando su fortaleza
expuestos a ser contaminados,
pero siguen siempre de frente,
como anda el Señor en su paso.

Por eso que no me digan
que nos quedamos sin Semana Santa
que ya lo dijo el Señor,
que Él mismo estaba
en aquel que es tu prójimo
y de tu amor necesitaba.

Que tal vez no habrá procesiones
de bellas imágenes talladas
pero como ves, Cristo sale a la calle
junto con su Madre cada mañana.

Y descubrirás el rostro de la Virgen
cuando mires a una anciana
que está pasando la cuarentena,
tan solita en su casa,
y al cerrar los ojos verás
que esa abuelita santa
es la Virgen de la Soledad,
con el pelo lleno de canas.

Y la Virgen de los Dolores
aunque con sus mantillas no salga
también estará en la calle
en nuestros hermanos de las farmacias
que para aliviar nuestros dolores
las medicinas nos despachan.

Y aunque a todos nos asuste
el pasar por el Sepulcro,
incluso ahí está la fortaleza
del que es el Rey del mundo,
y refugiarte en la Amargura,
que Ella es puerto seguro,
que en sus lágrimas hay dulzura
y después de esto habrá triunfo.

Que cada día nos bendice
Nuestro Padre Jesús Nazareno
sin salir a la cuesta o a la plaza
Él sigue cuidando de nuestro pueblo,
para que vivamos esta Semana Santa
con el corazón y el sentimiento.

Una Semana Santa diferente,  
y cuando ya todo haya pasado
comprobaremos realmente
que Cristo ha Resucitado,
y nos traerá con Él la alegría
de un pueblo recuperado
para bailar como baila la Antigua
y vivir mejor como hermanos.

Que aunque no haya procesiones
en nuestro pueblo por primavera
sigue oliendo el incienso
que pone su gente buena,
porque nuestro sentir no se suspende,
porque nuestra fe es verdadera,
porque siempre es Semana Santa

lunes, 16 de marzo de 2020

¿Qué nos puede decir esta pandemia de coronavirus?


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De William Ospina

Parecen cosas que solo ocurren en los cuentos. Tener que quedarse forzosamente en casa, volver a alternar con los hijos, trabajar a distancia, consumir apenas lo indispensable, tratar de tener reservas de las cosas más básicas, querer respirar aire puro, esquivar las aglomeraciones, temer los contactos. Que de pronto se cierren las escuelas, se clausure el comercio, se cancelen los espectáculos, se paralicen las fábricas. Que de un momento a otro las economías se hundan, las monedas colapsen, los transportes se interrumpan, ¿qué nos dice la Tierra con todo esto?

Cuando se presentó la última gran pandemia, la de la gripe española de 1918, no se le experimentó de la misma manera. Era un hecho planetario, pero había que vivirla como un hecho local en todas partes. Ahora, por primera vez, sentimos que nos está ocurriendo lo mismo en el planeta entero. Esta sociedad ultrainformada y ultraglobalizada nos está brindando esa experiencia nueva de compartir la curiosidad, el miedo y la fragilidad de toda la humanidad, nos está haciendo comportar como especie.

Es extraño sentir por primera vez (porque antes fue distinto, y lo vivieron otros) que el tejido de la civilización se conmueve y parece vacilar. Casi nos alcanza el recuerdo de esos viejos oráculos que descifraban señales en el vuelo de las aves, mensajes en los hechos de la naturaleza y en las tragedias de la historia. Ya nada parece azaroso, ni siquiera las formas de las nubes, y al fin se nos revela cuán conectados estamos, de qué manera asombrosa está entretejido este mundo. Entonces cada uno de nosotros se pregunta cuál es el mensaje.

¿Que somos muchos ya? ¿Que devorar animales es dañino? ¿Que la mayor parte de los afanes del mundo son vanos? ¿Que la lentitud y la soledad son preferibles? ¿Que las ciudades, más allá de ciertos límites civilizados, son un error y una trampa? ¿Que el modelo económico en que vivimos no solo es desigual e injusto, sino absurdo y asombrosamente frágil? ¿Que las corporaciones pueden derrumbarse con la misma facilidad que los seres humanos? ¿Que lo que llamamos el poder es una brizna de hierba al viento de la historia? ¿Que así como Ricardo al final estaba dispuesto a cambiar su reino por un caballo, hay un momento en que cambiaríamos todas nuestras riquezas por un poco de aire puro en los pulmones, por un sorbo de agua en la garganta?

Todo viene a recordarnos que podemos vivir sin aviones, pero no sin oxígeno. Que los que más trabajan por la vida y por el mundo no son los gobiernos, sino los árboles. Que la felicidad es la salud, como quería Schopenhauer. Que, como dijo un latino, la religión no es arrodillarse, rezar y suplicar, sino mirarlo todo con un alma tranquila. Que si los humanos trabajamos día y noche por enrarecer la vida, por intoxicar el aire, por arrinconar al resto de los vivientes, por alterar los ritmos de la naturaleza, por destruir su equilibrio, el mundo tiene un saber más antiguo, un sistema de climas que se complementan, de vientos que arrasan, de catástrofes compensatorias, de silencios forzosos, de quietudes obligatorias, ejércitos invisibles que trazan líneas rojas, neutralizan los daños, controlan los excesos, imponen la moderación y equilibran la tierra.

Después de siglos de atesorar nuestro conocimiento, de valorar nuestro talento, de venerar nuestra audacia, de adorar nuestra fuerza, llega la hora en que también nos toca ponderar nuestra fragilidad, estimar nuestro asombro, respetar nuestro miedo.

También hay algo poético en el miedo: nos enseña los límites de la fuerza, el alcance de la audacia, el valor verdadero de nuestros méritos. Como el mar, sabe decirnos dónde hay algo que nos supera. Como la gravedad, nos muestra qué poderes están sobre nosotros. Como la muerte y como el cuerpo mismo, nos dice qué mandatos no podemos violar, qué no está permitido, qué frontera es sagrada. Y no lo hace con admoniciones ni discursos ni amenazas, sino con un lenguaje sin palabras, eficiente y sutil como un oráculo, que obra “sin lástima y sin ira”, como dijo un poeta, y que es luminoso e inflexible, como una llama.

Pero si el miedo es una reacción ante las amenazas del mundo, la angustia es una reacción ante las amenazas de la mente y de la imaginación. Hace evidente el misterio del mundo, aviva la memoria y sus fantasmas, revela la eficacia de lo invisible, el poder de lo desconocido.

Dicen que lo que no nos destruye nos hace más fuertes. Esa inminencia del desastre pone también un toque de magia aciaga en lo que parecía controlado, un sabor de alucinación en los días, suelta una ráfaga de locura sobre todo lo establecido, un destello de Dios en la prosa del mundo.

Y sentimos que hay algo que aprender de estas alarmas y peligros. Si todo lo más firme se conmociona, nos enseñan que todo puede cambiar, y no necesariamente para mal. Que si la tormenta lo estremece todo, nosotros también podemos ser la tormenta. Y que en el corazón de las tormentas también puede haber, como decía Chesterton, no una furia, sino un sentimiento y una idea.

En esa pausa de paciencia y de miedo ganan nuevo sentido las meditaciones de Hamlet y los delirios de don Quijote, los consejos de Cristo y las preguntas de Sócrates, los sueños de Scheherezada y la embriaguez de Omar Kayam. Si hay un mundo cansado y enfermo que cruje y se derrumba, tiene que haber un mundo nuevo que se gesta y que nos desafía.

Queremos de pronto decir como Barba Jacob: “¡Dadme vino y llenemos de gritos las montañas!”. Queremos decir, como Nietzsche: “Y que todos los días en que no hayamos danzado por lo menos una vez se pierdan para nosotros, y que nos parezca falsa toda verdad que no traiga consigo cuando menos una alegría”.


domingo, 15 de marzo de 2020

Reflexión para épocas de coronavirus




Sí, hay miedo.
Sí, hay aislamiento.
Sí, hay compras de pánico.
Sí, hay enfermedad.
Sí, incluso hay muerte.

Pero...

Dicen que en Wuhan después de tantos años de ruido puedes escuchar a los pájaros de nuevo. Dicen que después de unas pocas semanas de silencio el cielo ya no está lleno de humos, pero azul, gris y claro.

Dicen que en las calles vacías de Assisi la gente está cantando desde sus casas y sus balcones, manteniendo sus ventanas abiertas para que los que estén solos puedan escuchar las voces de las familias a su alrededor.

Dicen que un hotel en el oeste de Irlanda frece comidas gratis y las entregan a domicilio. Hoy una joven que conozco está ocupada repartiendo por el barrio volantes con su número de teléfono para que los ancianos puedan tener a alguien a quien llamar.

Hoy iglesias, sinagogas, mezquitas y templos se están preparando para dar la bienvenida y proteger a los desamparados, enfermos y cansados.

En todo el mundo la gente se está desacelerando y reflexionando. En todo el mundo, las personas miran a sus vecinos de una manera nueva. En todo el mundo la gente está despertando a una nueva realidad. A lo grande que realmente somos. A qué poco control tenemos realmente. A lo que realmente importa: ¡AMAR!

Entonces rezamos y recordamos que sí, hay miedo. Pero no tiene que haber odio. Sí, hay aislamiento. Pero no tiene que haber soledad. Sí, hay compras de pánico.Pero no tiene que haber egoísmo. Sí, hay enfermedad. Pero no tiene que haber enfermedad del alma.Sí, incluso hay muerte.Pero siempre puede haber un renacimiento del amor.

Despiértate eligiendo como debes vivir hoy. Hoy respira, haz una pausa y escucha. detrás de los tormentos de tu miedo los pájaros cantan de nuevo, el cielo se está despejando, la primavera está llegando, y siempre estamos rodeados de amor. Abre las ventanas de tu alma y aunque no puedas pisar la calle vacía, ¡Canta! ✨

Fray Richard Hendrick, OFM
March 13th 2020