sábado, 26 de septiembre de 2015

¿Uno qué es?

Para aquellos que creen en sangre de otros colores distintos al rojo, para los racistas, clasistas, amantes de blasones, genealogías y "rancios" abolengos...

"¿Uno qué es? La progresión es geométrica, dos padres, cuatro abuelos, ocho bisabuelos, 16, 32, 64, 128... En pocas generaciones se amplía tanto que es imposible no tener meretrices, reinas, locos, sabios, príncipes y mendigos entre los antepasados: ‘bisladrones’ y ‘tataraputas’, como se dice. Lo importante es intentar ser uno lo que es, lo que sea, pero dejando un buen recuerdo de nuestro breve paso por el mundo."


Héctor Abad Faciolince (a propósito de su libro La Oculta)
en una entrevista para El Tiempo (Bogotá),
por Liliana Martínez Polo.

martes, 15 de septiembre de 2015

Aylan



Comparto aquí la columna de Patricia Esteban Erlés, publicada en Heraldo de Aragón el pasado domingo 13 de septiembre. Sin más comentarios.

La foto te asalta, te sale al paso repentinamente en el muro de Facebook, como una enfermedad inesperada. Alguien la cuelga y obtiene a cambio varias docenas de "me gusta". Recuerdo entonces esa manía que tienen algunos de aplaudir frenéticamente tras un concierto, el tic de palmadas espasmódicas que roba al espectador el último instante de silencio y reflexión que se agradece tanto después de un violín sublime. Miro la imagen, quizás con la esperanza remota de que sea un fake. Pero no. Hay algo intensamente real en ese cuerpecito de medio metro clavado en la orilla de una playa, tendido boca abajo, quieto como nunca jamás puede quedarse un niño pequeño. Miro la cabecita indefensa, la camiseta y el pantaloncito baratos, las mini zapatillas caladas. Y sé que es verdad porque la muerte es una señora muy seria y deja su huella en cada uno de los seres que caen en sus manos. 

Aylan está muerto y solo, solo del todo, en la orilla de una playa que no lo vio jugar ni comerse un helado. La muerte lo ha dejado varado como a una cría desorientada de delfín, lo ha tintado de un azul pálido, lo ha inmovilizado para siempre, ha tomado al asalto y la devastado todo lo que Aylan podría haber sido y ya no será. No crecerá un centímetro más ni aprenderá una nueva palabra, no volverá a ver a la familia lejana que pagó para que él y sus padres y su hermano escaparan del destino que finalmente los atrapó en alta mar, en ese plácido lugar azul llamado olvido del que todos, los presidentes encorbatados, los países con fronteras y usted y yo misma somos copropietarios. 

Aylan se deja fotografiar con la mansedumbre de los muertos, ha cruzado el río de Caronte con una moneda de oro bajo su lengua de casi bebé. Miro la foto. Me obligo a saber. Y ante el cuerpo diminuto, inútil ya, pienso en la enorme vergüenza que tenemos que sentir todos los que abrimos un grifo y vemos salir agua, mucha más de la que necesitamos, los que pulsamos un interruptor y deshacemos las sombras sin saber la suerte que tenemos.

lunes, 14 de septiembre de 2015

Mi apellido no es Trump


Había una vez un hombre muy rico, que vivía en un país muy poderoso. Ese hombre de pelo pintado y peinado para tapar su calvicie, compraba canales de televisión, franquicias de reinados universales de belleza, se casaba con mujeres muy hermosas, muy tontas, muy extranjeras. Ese hombre quiere ser presidente de su poderoso país y quiere levantar murallas en las fronteras, "para que no entren al suyo los delincuentes vecinos". 


A ese hombre le han dedicado un video los de una marca de bebida de su país, famosa en todo el mundo. Y le quieren decir que el apellido no se elige, se siente y se lleva en las venas; que los extranjeros, con su idiosincrasia, su estilo, sus raíces, su folklore, su música, su modo de ver la vida, aportan mucha riqueza (y no solo en dólares) al nuevo sitio donde llegan. Que aunque muchos hayan atravesado el océano en una patera o hayan caminado cientos de kilómetros arriesgando la vida en ello, tienen Amor, sentimientos, riqueza de alma, ganas de vivir y construir un mundo mejor. Esos inmigrantes indeseables ejercen oficios domésticos en casas de gente donde lo único que hay es dinero, cuidando a los ancianos que les estorban, recogiendo sus cosechas, sirviendo las mesas y cocinando en sus restaurantes. Que a ellos no les importa que les señalen porque están luchando por sus vidas y por el bienestar de sus familias, esas que tienen a miles de kilómetros y cuyo recuerdo no les hace perder la sonrisa en la cara. 

El señor que quiere levantar murallas, bien podría levantarse una que se vea desde la luna, pero con tapa, para que se quede encerrado en ella, con sus mujeres extranjeras "compradas" con dinero, con sus millones de dólares y con su infinidad de carencias. A ver si un día aprende que el dinero no lo compra todo y que el mundo no es como lo ve una hormiga.