Había una vez un hombre muy rico, que vivía en un país muy poderoso. Ese hombre de pelo pintado y peinado para tapar su calvicie, compraba canales de televisión, franquicias de reinados universales de belleza, se casaba con mujeres muy hermosas, muy tontas, muy extranjeras. Ese hombre quiere ser presidente de su poderoso país y quiere levantar murallas en las fronteras, "para que no entren al suyo los delincuentes vecinos".
A ese hombre le han dedicado un video los de una marca de bebida de su país, famosa en todo el mundo. Y le quieren decir que el apellido no se elige, se siente y se lleva en las venas; que los extranjeros, con su idiosincrasia, su estilo, sus raíces, su folklore, su música, su modo de ver la vida, aportan mucha riqueza (y no solo en dólares) al nuevo sitio donde llegan. Que aunque muchos hayan atravesado el océano en una patera o hayan caminado cientos de kilómetros arriesgando la vida en ello, tienen Amor, sentimientos, riqueza de alma, ganas de vivir y construir un mundo mejor. Esos inmigrantes indeseables ejercen oficios domésticos en casas de gente donde lo único que hay es dinero, cuidando a los ancianos que les estorban, recogiendo sus cosechas, sirviendo las mesas y cocinando en sus restaurantes. Que a ellos no les importa que les señalen porque están luchando por sus vidas y por el bienestar de sus familias, esas que tienen a miles de kilómetros y cuyo recuerdo no les hace perder la sonrisa en la cara.
El señor que quiere levantar murallas, bien podría levantarse una que se vea desde la luna, pero con tapa, para que se quede encerrado en ella, con sus mujeres extranjeras "compradas" con dinero, con sus millones de dólares y con su infinidad de carencias. A ver si un día aprende que el dinero no lo compra todo y que el mundo no es como lo ve una hormiga.
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