jueves, 30 de abril de 2020

Temporal, un artículo de Manuel Vicent

Consejos ante un temporal: ¿Qué no debes hacer?



Cuando el mar se ve azotado por un temporal, a la tripulación del barco siempre le queda el consuelo de saber que tarde o temprano obedecerá a su nombre y pasará, porque es temporal. 

En el Curso de Navegación a Vela de Glénans se dice que en medio de una gran borrasca es necesario que la tripulación le tema más al patrón que al mar, pero si el patrón tiene carácter y no pierde la calma podrá controlar el desánimo o la rebelión a bordo, de forma que cada uno esté a la altura de las circunstancias. Desde el puente gritará: “Hombre libre, siempre amarás el mar” y en ese grito se reconocerá el que ha echado las tripas, pero no ha perdido el humor; el que no advierte el peligro, pero acepta ponerse el arnés y el chaleco mientras explica que en las Orcadas y en el cabo de Hornos la cosa era todavía peor; estará quien no dice nada, pero se ata la melena con una cinta roja como un día cualquiera. 

En medio de la borrasca un tripulante bisoño primero se asustará porque cree que va a morir y después se asustará más aún al ver que no se muere. Según una leyenda malaya, el primer ser humano que navegó tuvo que luchar contra los Siete Tormentos del Mar: el hambre, la sed, la soledad, la autocompasión, la pena, el miedo y la esperanza. La leyenda cuenta que logró pasar los seis primeros, pero fracasó en el séptimo, por ello la esperanza está ensartada en el corazón de los navegantes. 

Un buen patrón sabe que un temporal se afronta derrotando cada ola. Salvada una, todo el esfuerzo se dirige a salvar la otra, hasta que al final el peligro se aleja y el combate termina. Los malajes han ido por la borda al agua. Entonces alguien preguntará: ¿todo bien, patrón? ¿Preparo un café? Con el mar ya en calma es el momento en que cada tripulante deberá juzgar si el patrón ha dado la talla y pensar si volvería a enrolarse en su barco para una nueva travesía.


(El País, 12 de abril de 2020)

viernes, 17 de abril de 2020

Cuando salga de esta...



Cuando salga de esta iré corriendo a buscarte
Te diré con los ojos lo mucho que te echo de menos
Guardaré en un tarrito todos los abrazos, los besos
Para cuando se amarre en el alma la pena y el miedo

Me pondré ante mi abuela y de rodillas
Pediré perdón por las veces que la descuidé
Brindaremos por los que se fueron sin despedida
Otra vez, otra vez

Pero mientras los pájaros rondan las casas nido
Una Primavera radiante avanza con sigilo
He zurcido mis telitas rotas con aguja e hilo
Me he mirado, valorado, he vivido

Somos aves enjauladas
Con tantas ganas de volar
Que olvidamos que en este remanso
También se ve la vida pasar

Cuando se quemen las jaulas
Y vuelva a levantarse el telón
Recuerda siempre la lección
Y este será un mundo mejor

Cuando salga de esta iré corriendo a aplaudirte
Sonreiré, le daré las gracias a quién me cuide
Ya nadie se atreverá a burlar lo importante
La calidad de la sanidad será intocable

No me enfadaré tanto con el que dispara odio
Es momento de que importe igual lo ajeno y lo propio
Contagiar mis ganas de vivir y toda mi alegría
Construir, construir

Pero mientras el cielo y la tierra gozan de un respiro
Reconquistan los animalitos rincones perdidos
He bebido sola lentamente una copa de vino
He volado con un libro, he vivido

Somos aves enjauladas
Con tantas ganas de volar
Que olvidamos que en este remanso
También se ve la vida pasar

Cuando se quemen las jaulas
Y vuelva a levantarse el telón
Recuerda siempre la lección
Y este será un mundo mejor

Cuando salga de esta iré corriendo a abrazarte


domingo, 12 de abril de 2020

Padre Nuestro


Padre Nuestro 
que estás en las flores, 
en el canto de los  pájaros, 
en el corazón latiendo; 
que estás en el Amor, la compasión, 
la paciencia y en el gesto del perdón. 

Padre Nuestro,
que estás en mi,
en mi familia, 
en mis amigos,
en esa persona que yo amo,
en ese que me hiere,
en aquel que busca la verdad

Santificado sea tu Nombre
Adorado y Glorificado
por todo lo que es bello,
bueno, justo, honesto,
de buen nombre y misericordioso.

Venga a nosotros tu Reino
de Paz y Justicia,
Fe, Luz y Amor.
Se el centro de mi vida
mi hogar, mi familia, 
de mi trabajo,
de mi estudio.

Hágase tu Voluntad
aunque mis ruegos reproducen a veces
más mi orgullo, mi ego,
que mis necesidades reales.

Perdóname todas mis ofensas, mis errores,
mis faltas, mis pecados y ofensas contra Ti,
contra mí mismo
y contra los que me rodean.
Perdóname cuando se vuelve frío mi corazón.

Perdóname,
así como yo con tu ayuda
perdono a aquellos que me ofenden,
incluso cuando mi corazón está herido.

No me dejes caer en las tentaciones
de los errores, de los vicios,
de la crítica, del juicio,
el chisme, la envidia, la soberbia,
la destrucción, el egoísmo

Y líbrame de todo mal,
de toda violencia, de todo infortunio,
de toda enfermedad.
Líbrame de todo dolor,
de toda tristeza, angustia
y de toda desilusión

Pero si aun tales dificultades
ves que son necesarias en mi vida,
que yo tenga la fuerza y el coraje de decir
¡Gracias Padre, Señor del Universo,
por esta lección!

Que así sea.

sábado, 11 de abril de 2020

Esperanza



Cuando la tormenta pase
Y se amansen los caminos
y seamos sobrevivientes
de un naufragio colectivo.
Con el corazón lloroso
y el destino bendecido
nos sentiremos dichosos
tan sólo por estar vivos.
Y le daremos un abrazo
al primer desconocido
y alabaremos la suerte
de conservar un amigo.
Y entonces recordaremos
todo aquello que perdimos
y de una vez aprenderemos
todo lo que no aprendimos.
Ya no tendremos envidia
pues todos habrán sufrido.
Ya no tendremos desidia
Seremos más compasivos.
Valdrá más lo que es de todos
Que lo jamas conseguido
Seremos más generosos
Y mucho más comprometidos
Entenderemos lo frágil
que significa estar vivos
Sudaremos empatía
por quien está y quien se ha ido.


Extrañaremos al viejo
que pedía un peso en el mercado,
que no supimos su nombre
y siempre estuvo a tu lado.
Y quizás el viejo pobre
era tu Dios disfrazado.
Nunca preguntaste el nombre
porque estabas apurado.
Y todo será un milagro
Y todo será un legado
Y se respetará la vida,
la vida que hemos ganado.
Cuando la tormenta pase
te pido Dios, apenado,
que nos devuelvas mejores,
como nos habías soñado.

Alexis Valdés

jueves, 9 de abril de 2020

El balcón en tiempos de pandemia



El mirador era el nombre que también la daban las abuelas al balcón. Un nombre más que descriptivo para esa saliente con barandilla que permite ver la calle, los transeúntes, el tráfico, los acontecimientos, desde las alturas, como si el que se asoma a él estuviera por encima del bien y del mal.

El balcón es diferente según la ciudad, se usa o se disfruta según el clima, según la geografía. No es lo mismo el balcón tropical tan usado para tomar el fresco, para leer, para charlar después de cenar o para que los niños jueguen a la pelota sin hacer estruendos dentro de casa y exponerse a los peligros de la calle. El balcón de España, por ejemplo, la mayor parte del año está cerrado, por el frío del otoño y del invierno, demarcado por  grandes ventanales, o cubierto por toldos polvorientos en verano, atrapando un poco de oscuridad y de frescura, y usado solo para un armario lleno de trastos poco usados, tres plantas o un tendedero plegable de ropa.

Pero en celebraciones grandes es un elemento indispensable, exclusivo, costoso, casi elitista. Es el balcón para ver los encierros de los sanfermines en Pamplona, que se alquilan a miles de euros el metro cuadrado, para ver correr a cientos de personas delante de toros de 500 kilos. Es el balcón de alquiler carísimo en Sevilla para ver cofradías, manolas, pasos, tronos, vírgenes, nazarenos, penitentes, inciensos, cadenas, mantillas y reporteros; el balcón para cantar una sentida saeta al paso de la Virgen de las Angustias o el Cristo del Gran Poder.

Es eso, el mirador. En este caso, el del que mira desde arriba cómo pasan cosas por el mundo, pero sin apretujones, ajenos a la multitud que pasea, procesiona y corre allá abajo, en la calle.

Siempre he añorado una vivienda con balcón, no tan grande  como aquella en que creí en mi viejo barrio de San Benito, donde jugaba con mis hermanos y mi madre y mi abuela charlaban con las vecinas o salían a “atisbar” al vendedor ambulante. Ahora no tengo balcón y he vivido en apartamentos con pequeñas ventanas, algunos solo con vistas a los patios de luces y donde nunca pude ver la calle. Hoy me bastarían cuatro baldosas para ubicar una mesa y una silla donde leer “El Heraldo de Aragón” (o El Colombiano) los domingos con una taza de café.

Pero resulta que llegó una pandemia que nos obliga a permanecer en casa, confinados no se sabe cuántas semanas y no se puede salir a la calle sino por provisiones, medicinas o a trabajos absolutamente necesarios. De repente nos vemos encerrados con la familia con la que habitualmente se compartía un desayuno de prisa y el espacio físico para ignorarse gracias a los teléfonos móviles, tabletas y televisores con Netflix y Amazon. Tenemos horas y horas para aburrirnos o para buscar como desaburrirnos. Y gracias a esos mismos aparatos que nos ofrece la tecnología, nos comunicamos más, nos surgen nuevas ideas, echamos mano a la creatividad y desde el balcón y la ventana le damos otro sentido a nuestra calle, al vecindario, al barrio.

Gracias a los medios de comunicación hemos visto en primer plano a los médicos y enfermeras, a conductores de ambulancias, a personal de limpieza, policías y guardias civiles dándolo todo por atacar la enfermedad del coronavirus, expuestos al contagio y a la muerte. Y a alguien se le ocurrió la idea de homenajearlos cada tarde, a las 8 en punto, ofreciéndoles un aplauso desde la ventana y el balcón. Y las redes sociales hicieron el trabajo de difusión y no hay ningún sitio de España donde no se acuda a la cita.

Al principio eran unos cuantos los que salían y aplaudían, pero el gesto se fue ampliando. Era la cita para sentirnos todos uno, primero agradeciendo a quienes realmente nos cuidan y luego para solidarizarnos en el encierro. Y vimos a la vecina del frente que ni sabíamos que existía, aunque viviésemos en la misma calle desde hace 10 años. Y a la adolescente haciéndose selfies, a los niños pegando en la ventana sus arcoiris coloreados en un papel. La abuela de la esquina cada día sale antes a su ventana a esperar que sean las 8, pero ayer la sorprendió toda su calle cantándole un sentido y desafinado Happy Birthday. No sé cómo se enteraron, pero lo cierto es que la vimos emocionada y sintiendo reales los abrazos virtuales. Y por primera vez el matrimonio que vive al lado de mi apartamento, me agitaba la mano por la ventana y me saludaba con algo más que un simple hola. Y  a la niña del tercer piso del edificio del frente, con la que seguramente nos habremos cruzado cientos de veces, agradeciéndole que tuviera a Mónica Naranjo a todo volumen cantando Sobreviviré y explicándole que no importa que hayamos comenzado a aplaudir dos minutos antes porque los de la vuelta se adelantaron, y que así aplaudiríamos más rato.

Las 8 es la hora de la catarsis, de sentir que no estamos solos, que a nuestro lado viven otros seres humanos que están pasando por lo mismo, que quieren salir a su balcón, a su mirador, a ver más que las cuatro paredes de la casa. Y que también se puede volver a creer en la solidaridad, en la empatía de la cantante profesional, famosa en los medios y en los escenarios, que también está confinada, pero que ahora no le importan los cachés y regala a sus vecinos un aria sobre la libertad a todo pulmón. Y la del anónimo profesor de aeróbicos del gimnasio del barrio, que regala su clase en su terraza, seguido por los alumnos no matriculados desde sus balcones, “guardando la distancia social”. Y la editora de audiovisuales que cada tarde proyecta en el muro del frente cinco minutos de imágenes que los vecinos le envían por email. Ya no es uno solo el creativo, todos son autores y público.

Desde el balcón hemos aplaudido a las 8, cuando aún era noche. Y ahora que hay luz solar, por el cambio de horario en este hemisferio, seguimos aplaudiendo de día. No faltamos a la cita, como tampoco falta a la cita el autobús de la línea 39, que pasa sin pasajeros y hace sonar su claxon, uniéndose a la cita y al homenaje.

Desde el balcón vemos las calles solitarias, percibimos el silencio roto por los cantos de los pájaros que antes no escuchábamos porque los ahogaba el tráfico. Desde el balcón miramos a la abuela sola en casa, al estudiante que interrumpe su clase virtual para saludar, a la pareja de chicos que se acomodan en la estrecha ventana para mirar, esta vez todos sin la sensación de que están por encima de nadie o de nada, sino que son de la misma humanidad.

Hoy es Jueves Santo y Zaragoza debería sonar atronadora por las procesiones de los cofrades con sus bombos y tambores. Pero no se escucha nada… Pero seguro alguno también saldrá a su balcón, con su tambor, vestido orgulloso con el hábito de su hermandad a añorar esa procesión para la que se venía preparando durante meses. Es un jueves de silencio… que volverá a romperse esta tarde, a las 8, aun con sol, para aplaudir orgullosos por los médicos, enfermeras, cuidadores, policías, limpiadores, cajeros, reponedores, agricultores… Y por nuestros vecinos que nos saludan y nos hacen más llevadero el confinamiento.

jueves, 2 de abril de 2020

¡Resistiré(mos)!

“Cuando pierda todas las partidas, cuando duerma con la soledad. Cuando se me cierren las salidas, y la noche no me deje en paz. Cuando sienta miedo del silencio, cuando cueste mantenerme en pie, cuando se rebelen los recuerdos, y me pongan contra la pared…”



“Resistiré, erguido frente a todo, me volveré de hierro para endurecer la piel. Y aunque los vientos de la vida soplen fuerte, soy como el junco que se dobla, pero siempre sigue en pie. Resistiré, para seguir viviendo, soportaré los golpes y jamás me rendiré. Y aunque los sueños se me rompan en pedazos, resistiré, resistiré. Cuando el mundo pierda toda magia, cuando mi enemigo sea yo, cuando me apuñale la nostalgia, y no reconozca ni mi voz”.