viernes, 20 de marzo de 2020

Recordando otros virus...

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Hace casi 20 años recibí de la propia boca de un amigo la noticia de su diagnóstico positivo para el virus del VIH. Eran tiempos de miedos, de desinformación, de escasas medidas para controlarlo; se decía que para el 2000 en cada familia habría una persona conviviendo con el VIH/Sida. Acompañamos a muchos en su diagnóstico, aprendimos del virus, de la enfermedad y de la pandemia, aprendimos a ser "positivos por la vida". Y aunque a algunos los despedimos en su viaje a la eternidad, otros muchos siguen aquí, vivos, amando, riendo, llorando, sintiendo, estudiando, luchando como los mejores guerreros.

Ese amigo con el que lloré hace 20 años, sigue tan bello, vital y fuerte como cuando lo conocí. Y en estos tiempos de otra pandemia, causada por el democrático Covid 19, que no distingue a políticos, artistas, famosillos, youtubers e influencers, predicadores, color de piel, origen u oficio, le vino a la mente escribir sobre lo que vivió en aquellos tiempos estigmatizadores: 

"¡Me da una nostalgia! La humanidad entera viviendo el pánico que sentíamos nosotros con el sida, esa sentencia moral y de muerte con estigma de "maricón". Muchos no están para contar la historia de ver morir a un amigo o a un familiar desprovisto de defensas. Algunos sentimos correr el terror viral en angustias noctámbulas, de sudor frío y dolor en los huesos; todo era un motivo para verte en camino a la muerte, sentías una tristeza que no se describe, sentías pavor de tocar o ser tocado, temías la mirada inquisitiva de algún dueño de la moral, aún entre los mismos estigmatizados. 

Cada día morías un poco. Se derrumbaron sueños, temías cada paso transcurrido. Muchas lágrimas en la almohada, muchos silencios guardaban la tormenta del dolor. De a poco retornaba el amor de los tuyos, el encuentro amoroso con muchos médicos y personal de apoyo. La sentencia no estaba dada completa: aparecieron los primeros remedios que te corrían como veneno en la sangre y, luego, la depresión más profunda, con náuseas, mareos, olvidos y ganas de mejor dejarte morir. Esa parecía la esperanza y ella se tornaba más amenazante que el mismo virus. Entonces desistir era también un derecho negado, ante lo que otros acusaban un suicidio.  

Entretanto,  algo de esperanza debatía sin defensas:  algún sueño terco apareció, resurgía un brotecito de deseo, algún amor sin flechazo apareció, un perdón se atravesó en el camino, reconciliando un tanto.  Ya la medicina era más vital y lo que auguraba milagroso brotó en la vida:  aún tengo angustias y vivir no hizo que se ahuyentaran temores, decepciones, sueños, incomprensiones; han caído mis ídolos, mis temores están, pero han retornado las defensas, con ello la palabra, la escucha y otros que amo me han permitido vivir -sin negar la posibilidad latente de morir vital-. 

Te quiero y deseo mucha vida para ti que eres importante para mi. Te escribo de manera personal, no es un poema, no es un decálogo y no es mi epitafio..."

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