“El problema más grande del ser humano -y el mío hasta que me dijeron que tenía cáncer- es la manera de entender la felicidad, de ser feliz. Me he pasado 27 años de mi vida intentando ser el mejor estudiante, graduarme en la mejor universidad, montar empresas y sentirme un cowboy del capitalismo, siempre anclado en el ‘más es mejor.’ Todo precioso y bonito hasta que un día te dan la noticia y no sabes cuántos meses te quedan de vida”, escribía Álex Lequio antes de morir.
"En un abrir y cerrar de ojos, te das cuenta de la importancia del ‘tiempo.’ Mejor aún, te das cuenta cómo y con quién quieres invertirlo. ¿Cuántas veces no he estado con mi novia por quedarme enviando correos hasta las 3 de la mañana? ¿Cuántas veces he ido a jugar con mi hermanita pequeña? ¿Cuántas veces habré ido a ver a mi madre? ¿Cuántas la he colgado? ¿Cuántas invitaciones rechazadas al cine con mi padre? ¿Cuántas? ¿Cuántas?”.
Y como escribía Ana Obregón, su madre, Alex quería compartir con todos lo que había aprendido en su corta vida como consecuencia de su cáncer: “No soy nadie para darte un consejo pero quizás, Dios no lo quiera, un día recibas una llamada del hospital después de hacerte una tac, una placa o un análisis de sangre, invitándote a cerrar una cita con urgencia. Quizás ese día se sienten 7 médicos delante de ti y ‘bum’ todas esas metas por ser un as se evaporan. Al final sólo te llevas el tiempo y el amor que has dedicado a las personas que quieres, a las que... ”, escribía el joven Alex Lequio sin poder terminar su carta.
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