Y por estas fechas no puedo dejar de recordar las palabras de Armando Villa Gutiérrez, un antiguo compañero de tareas periodísticas, que joven marchó a la mayor parcela, la celeste, a encender luceros con la punta de una estrella:
No deseo ningún aguinaldo. Te tengo a ti. Para mi frío están tus brazos y mis brazos están para tu frío. ¿Quién quiere un aguinaldo si para para mis palabras está tu boca? ¿Quién lo quiere si para tus labios están mis balbuceos? ¿Con qué derecho exigiría yo un aguinaldo si el sol emerge para nos todos los días y se va con la crepuscular promesa del regreso?
Yo no pido nada más que verte cada noche, desde enero hasta diciembre, para chequear como un buen técnico que tu corazón sigue disparando, sin descargarse, el ritmo del amor.
Y te prendería velitas, en una tabla o en el alma, el 7 de diciembre y el resto de diciembre y el resto del año hasta llegar a otro 7 de diciembre donde otros se unirían a mi tesón para decir en un mar de llamitas azules y naranjas y amarillas que eso que se siente realmente es un fuego inacabable.
Y esperaríamos al Niño Jesús para contarle que siguen nuestras manos buscándose para inventar el calor que necesita todo pesebre, toda humanidad, toda pareja.
Y le contaremos que todavía es posible, en esta parcela celeste y verde, hostil e insulsa, algo que debemos mencionar en voz baja: la ternura. Y que con ella inventamos nombres mágicos, como Hinejadanta con el que volamos sin movernos hacia el plano que nos permita la imaginación en un instante en donde todo puede ocurrir, hasta un te quiero que siempre suena renovado, que siempre hace el milagro de la taquicardia espiritual.
Y que todas las noches sean como la "nochebuena" y nos envuelva el misterio embrujador del 24 en medio de una alegría pólvora.
Y eso nadie me lo va a cambiar...
ResponderEliminar...Vos siempre serás mi aguinaldo...