Hay en el aire una cierta melancolía, como cuando se alejan los barcos de los puertos y no se resignan los pañuelos en el muelle.
Hoy el sol no ha salido, llueve desde hace una semana, desde que llegó el otoño vestido de sepia y marrón y decapitó lo más bello y luminoso del paisaje. Es un verdugo el otoño, aunque nadie lo dice. La ciudad no es la misma bajo el cielo oscuro, nadie es el mismo en esta estación del año, es difícil encontrar una sonrisa en días como este.
De no ser por ti no habría salido con este día; se me ocurre que hoy sale sólo la gente que no falta a ninguna cita. Voy despacio y seguro hacia la lejanía de tu rostro, presiento el final de nuestros besos y no me desespero. Y no me desespero porque lo sabía, amor mío, sabía que en una tarde como esta te irías para siempre.
He visto flotar el adiós en el azul de tus ojos desde las flores de la última primavera. Desde entonces tienes el equipaje listo y el corazón distante. No estoy sorprendido, de veras, ni desesperado. Ninguna de mis palabras tendrá el peso suficiente de un ancla, para que no abandones este desolado mar. Si así lo quieres, que así sea. No te pediré que te quedes ni te suplicaré. El árbol pierde las hojas, no su dignidad.
Estos versos los escribí para ti esta mañana cuando me levanté y sentí en el aire una cierta melancolía.
Cuídate, corazón, de los hombres de mar, te prometen amor y no vuelven jamás. Cuídate, por favor, de quien llega hasta aquí con el rostro sin sol y una historia feliz; cuídate del amor elegante y cortés que te pide perdón y te engaña después; cuídate, mi querer, porque no estaré nunca más junto a ti, no podré defender tu pudor, tu verdad, tu razón, tu jardín; eres lo que yo más quiero en el mundo y moriría, amor, si algo te pasara. Cuídate, corazón, cuídate, cuídate por favor, cuídate, corazón, cuídate.
Gian Franco Pagliaro
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