Hay muchas maneras de matar a una persona: se puede deslizar una seta venenosa entre un plato de inofensivos champiñones; con los ancianos y los niños es fácil fingir una confusión en los medicamentos. Se puede conseguir un carro y, tras atropellar a la víctima, darse a la fuga. Con el tiempo y la crueldad necesarios, es posible seducirla con engaños, asesinarla a bala o puñal en un lugar tranquilo, y deshacer luego el cadáver. Cuando no se quiere manchar las propias manos, no es sino salir a la calle y pedírselo a alguien con menos escrúpulos y menos dinero. Existen los químicos, brujería, envenenamientos progresivos, palizas por sorpresa o falsos atracos que terminan en tragedia.
Pero sin duda hay un método más fácil: El Olvido. La memoria, que se vuelve frágil con la edad, ayuda a enterrar el pasado. Cierra las puertas para que no aparezcan antiguos fantasmas y los muertos no regresen de la muerte. Se olvida todos los días. Se olvida tantas veces, a tanta gente. Pasa el tiempo, continúa la vida y los lugares son ocupados por otras cosas, por otras personas.
Luis Fernando Afanador
en la Revista Semana,
acerca de Melocotones Helados,
novela de Espido Freire.
Eso es como no permitas que te maten?
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