En la mayoría de países de América Latina, al igual que en Estados Unidos, México y en Canadá, el tercer domingo de Junio se celebra el día del Padre. En este día se festeja a los tíos, abuelos y padres en general. En Bolivia, Honduras y España se festeja el 19 de marzo, día de San José según la tradición católica (Padre adoptivo de Jesús, Santo patrono de los carpinteros y abogado de la Buena Muerte). En Brasil, en cambio, se celebra cada segundo domingo de agosto, en tanto que en República Dominicana se celebra el último domingo de Julio.
Hacía tiempo que no recordaba esta fecha, hasta que alguien me preguntó por mi padre en estos días. Resulta que como lo perdí en un accidente de tránsito cuando yo sólo tenía tres años, nunca la he tenido en cuenta. Quizás por una costumbre cultural, en "mi otro país", Colombia, se le da más importancia al día de la Madre, tiene un sentimiento más profundo. Allí siempre se ha dicho: "Madre no hay sino una, ¡y padre es cualquier h.p.!". Cosas de la sabiduría popular. Y, por otra parte, siempre he pensado que hay algunas fechas que se establecen sólo con propósitos mercantiles. Hoy me ha dicho alguien, al comentarle lo de las fechas diferentes en España, que eso lo impone El Corte Inglés (que también dice cuándo es primavera o Navidad.
Pero hoy no quiero hablar de eso. Quiero hablar de algunos padres que lo son con todas sus responsabilidades. No de aquellos que son simples "preñadores a destajo", maltratadores familiares e irresponsables sin remedio. Hoy me he acordado de padres como el que hubiera querido tener junto a mí durante muchos años. Primero, de mi hermano, el papá de mi único sobrino, que ha sabido mantener un hogar lleno de Amor y que junto a su esposa ha educado un hijo que es el orgullo de toda nuestra familia. Y de Mon, padre de un lindo niño catalán, porque se desvela -literalmente- por cuidarle y verle crecer. O de Cristopher, el papá francés de Paul, un niño que he visto en brazos de su padre mañanas enteras, que le lleva y recoge en la guardería, que le quiere con locura, me pide chocolates cuando me ve y se despide con un infantil "au revoir". Y de la orgullosa sonrisa de Alberto, el padre de Lucía, la niña que cada mañana me regala su alegría inocente. Como ellos, veo a muchos que cargan a sus hijos en el canguro o les llevan en el cochecito, les dan sus biberones y sopas, les cambian los pañales y relevan a sus madres en muchas tareas para que ellas descansen. Unos verdaderos "Padrazos".
Me ha dado, a mi edad, el síndrome del huérfano. Extraño a mi padre, del que sólo tengo unas fotografías conmigo en brazos, la esclava que usaba en sus años en la aviación militar y su nombre en una lápida en el Cementerio de San Pedro, en Medellín. Lo extraño porque hay cosas que sólo puede enseñar y resolver un padre. Ciertas dudas en la adolescencia, algunas tácticas del trato con las personas fuera del entorno familiar, su orientación en las tomas de decisiones serias de la vida. Me tocó aprender a ser fuerte, valiente y guerrero sin su entrenamiento. Y nos perdimos las celebraciones de triunfos que tuvimos o pudimos llegar a tener. Pero me dejó sus genes, a su madre y a mi madre. Y no puedo quejarme de esa herencia de la que me siento orgulloso.
¡Feliz día del Padre!
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