lunes, 28 de abril de 2008

El último trasteo

He estado recordando en estos días ciertas historias, mis cuentos favoritos, aquellos que leía en clase a mis alumnos y compartía con los amigos. Siempre hay algún relato que se parece a la vida cotidiana, unos más verosímiles que otros... pero tienen algo que movernos en el interior. Uno de ellos, tomado del libro Un Vestido Rojo para Bailar Boleros, de la colombiana Carmen Cecilia Suárez, no ha dejado de emocionarme, por sencillo, por simple, y a la vez intenso. Por eso lo publico hoy.

El Último Trasteo

Aquí, sentada en la poltrona roja, las cajas de cartón esparcidas desordenadamente alrededor, contemplo este recinto por última vez. Aún falta mi colección de campanitas por descolgar, la de bronce hindú, la de cerámica con su sonido cristalino y la de barro con su dejo a monte; también la jaula de bambú con los pajaritos de pauche y paja -unos caídos ya y cubiertos de polvo- y el origami taiwanés violeta que se mece al lado del helecho enfrente del ventanal del comedor.

Al pie de la chimenea quedan las ollas y pailas de cobre y las cenizas y leños de la lumbre de anoche.

Dentro de las cajas ya han sido guardados cuidadosamente, en ese ritual que por destino he de repetir todos los septiembres (alguien me dijo que así estaba establecido en mi mapa astral) los tomos de la enciclopedia y de los clásicos, los libros del abuelo, las cartas de mi madre y nuestras cartas y fotografías de doce años. Aparte están sus cosas y las mías para facilitar el trasteo.

Las matas que abundan verdes en los rincones, la alfombra de hebra larga que encargamos a Cajicá, el juego amarillo de comedor sobre el cual reposan dos copas con restos de brandy, todo de alguna manera ha perdido su sentido, ha quedado vacío, como un monumento que albergaba algo que ha dejado de ser.

Anoche repartimos las sábanas, los manteles y las toallas y peleamos por unos ceniceros.

Ahora, al acercarse el adiós, recorren por mi mente, como en una película acelerada -y como dicen que ocurre en el momento de morir- todos los instantes alegres, dolorosos y tiernos y no puedo evitar el llorar.

El camión llegará en una hora. No sé a dónde voy; es uno de esos momentos en la vida en que estamos totalmente a la deriva del destino. De ahora en adelante, los trasteos tan solo serán míos, seguramente repetidos todos los septiembres.

1 comentario:

  1. Wao...

    Casi pa sentarse a llorar...

    Pero es cierto que los trasteos le ayudan a uno arefrescar el espíritu...te lo dice alguien que tuvo su último trasteo hace 15 años.

    Abrazos

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