Llegaron a casa en pequeñas envolturas de papel. Las recogió una buena mujer allá en el jardín de la casa del pueblo. Las planté en una jardinera en mi ventana. Pronto salieron los brotes. Plantas sencillas, humildes, sin mayores pretenciones, resistentes al sol, agradecidas por un poco de agua. Una mañana presagiaban el color. Otra lo gritaban hacia el cielo. Ahora, levantarme me trae la pequeña alegría cotidiana de subir la persiana y ver que ¡tengo un jardín!
Gracias a esa mujer que recogió las semillas. Gracias a quien las trajo a renacer en mi ventana.
Hay gente que recoge semillas en silencio y las va sembrando discretamente. O bien las guarda a oscuras en una vieja lata metálica para otra primavera. A veces pasan años, bastantes años, hasta que las semillas caen a la tierra y germinan. Al final, florecen. Pero todo empezó con esa mano primera que tuvo la paciencia de desgranar las flores secas.
ResponderEliminarHay gente que acaba escribiendo (fotografiando) la dedicatoria que uno nunca escribió. Gracias.
Hay gente que nunca se dará cuenta por tener sus ojos sellados, ojos que no verán el resplandor de ningún jardín.
ResponderEliminarPero hay unos cuantos seres que tenemos la infinita suerte de poder recordar su gran sabiduría y su grandiosa sonrisa.
hola Merlín,
ResponderEliminarLos jardines no solamente son flores.
Uno también florece cuando encuentra al inicio de la jornada noticias de sus amigos.
Saludos,