A propósito del fallecimiento de una compañera de la facultad, han circulado las consabidas condolencias vía mail, facebook, whatsApp, y demás medios modernos de comunicación y cotilleo, así como el obituario en el periódico donde trabajó, exaltando sus virtudes (que no dudo que las tuviera). Alguien comentaba, al respecto, que el papel puede con todo. Y que una vez más se corrobora aquello de que "no hay difunto malo, ni novia fea, ni padre mal estudiante".
Pues bien, repasando escritos para el blog, me encontré este texto de la poeta poetisa colombiana María Mercedes Carranza, que me vuelve a recordar lo que creo que pasa siempre con los difuntos o, mejor dicho, con los duelos de esos difuntos. ¿Estará en lo cierto la también fallecida poeta poetisa?
Al comienzo la llorarán mucho.
Habrá novenas, misas cantadas
con diáconos y cuatro curas.
El luto adornará a los parientes
que entre lágrimas verán su vida
como una hazaña.
Será gran señora, incomparable esposa,
dilecta amiga, pozo de gracia,
de virtudes y dones.
El vacío que dejará en la sociedad
no podrá llenarse aunque lo intenten.
Se conservarán igual que reliquias
cadejos de su pelo.
Y hasta habrá manos
que echen de menos otras manos.
Con los años será la abuela
que hay que pasar a un osario
y luego la foto en cualquier rincón de la casa
que nadie sino de lejos sabe
a quién retrata.
Finalmente nada.
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