Andrés Gioeni saltó a la fama como el cura que colgó los hábitos y se declaró gay en Mendoza (Argentina). Ahora es actor y escritor. Le escribió esta carta al Papa tras conocer su opinión sobre los homosexuales.
Andrés Gionei |
Admirado y estimado Francisco:
¡Paz y bien! Me tomo el atrevimiento de escribirle, con todo el respeto y la admiración que se merece. Como millones de personas, he estado observando, escuchando y siguiendo de cerca su asunción, sus primeros gestos como Pontífice, su viaje a Latinoamérica, sus hermosas palabras hacia los jóvenes. Y, aún en mi actual agnosticismo, se han renovado mis esperanzas de que en el interior de la Iglesia pueda hacerse realidad el largamente esperado “aggiornamiento”, tan declamado y reclamado por el Concilio Vaticano II.
Me alegro y celebro el hecho de que siga entrando aire fresco al interior del Vaticano, ya que queda mucho camino por recorrer. Personalmente me hago eco de sus palabras: quiero “hacer lío”, quiero “que no me excluyan”, quiero pertenecer. Quiero hacer valer mis derechos y el de muchos otros que se encuentran en similar situación, no quiero quedarme de brazos cruzados. Alguna vez fui sacerdote católico, pastor, compartí ese ímpetu misionero y esa necesidad de reclamo de apertura eclesial. Hasta que decidí abrirme a un costado cuando descubrí mi propia tendencia homosexual y admitir mi imposibilidad de ejercer el ministerio pastoral en celibato. Hoy ya mis caminos van por otros rumbos y mi vocación se tiñó de otros matices.
Pero sus palabras y su ejemplo me hacen tomar fuerzas e impulsar esta iniciativa. Me atrevo a hacerme portavoz de una gran porción de personas que pertenecemos a la comunidad homosexual. Y simplemente, con humildad, pedirle encarecidamente que incentive, estimule, promueva y acompañe una mayor profundización en la Teología moral sexual acerca del lugar y la experiencia de la persona homosexual.
No le pido que de un día al otro la Iglesia cambie su catecismo en referencia a este tema. Simplemente le pido que no se estigmatice a aquellos teólogos y pastores que aportan elementos de disenso a una respuesta pastoral poco satisfactoria para tantos de nosotros. No le pido que se oponga a la extensa Tradición que habla de pecados contra la naturaleza, sino le pido revisar y ampliar el concepto de naturaleza.
No le pido que no se lea e interprete la Sagrada Escritura, sino que se profundice y se ahonde en lecturas despojadas de preconceptos. Que se dejen de utilizar como “caballito de batalla” pasajes bíblicos que la Teología ya ha demostrado y descartado que se refieran a ese tema. ¿Cuánta más agua deberá pasar por el río para que se desligue la palabra “Sodomía” a un pecado que no habla de lo que el pasaje bíblico quiere denunciar? Usted sabe mucho más que yo, que como este, estamos plagados de errores de interpretación que han llevado a que la Verdad -esa que nos hace tan libres- quede relegada y oculta durante mucho tiempo. Sólo para ilustrar con un ejemplo: ¿Cuántos años tuvieron que pasar hasta que Juan Pablo II pidiera perdón por los errores de la Iglesia en referencia a Galileo Galilei? Por interpretar erróneamente un pasaje bíblico (Josué 10,12-14). Es llamativo que también en esta controversia haya conceptos de naturaleza en la base.
No le pido que no siga manteniendo una doctrina. Le pido que la ayude a seguir creciendo y adecuándose a los nuevos paradigmas del mundo contemporáneo que nos desafían a encontrar nuevas respuestas. ¿Recuerda que hace no tantos años la Moral Sexual afirmaba que el único objetivo primario del matrimonio era la procreación de los hijos? ¿cuántos matrimonios vieron renovada su alianza cuando fue reconocido también el aspecto del amor y la ayuda mutua, del bien de los esposos? Esas actualizaciones son aire fresco que renueva el corazón de las personas y las ayuda a vivir con mayor dignidad.
No le pido que diluya a Cristo, le pido que, mirándolo a él, se atreva a buscar a todas las ovejas dispersas como un Buen Pastor.
Muchos gobiernos y estados están abrazando una mayor apertura, una nueva visión de pareja. El tiempo es propicio. Ya hace varios años que el mundo pide a gritos un cambio de enfoque. Luego de años de revisión científica, en 1973 la Asociación Americana de Psiquiatría eliminó la homosexualidad del “Manual de Diagnóstico de los trastornos mentales”. Sin embargo hubo que esperar hasta 1990, para que la Organización Mundial de la Salud, retirara la homosexualidad de su lista de enfermedades mentales.
Es necesario que la Iglesia dé un paso más contundente y significativo. ¿Para qué dilatar más este proceso? ¿No sería positivo ser pionera con respuestas de adecuación en una sociedad en permanente búsqueda? Hasta no hace muchos años se pensaba que esta tendencia podía curarse con diversas terapias y tratamientos. Y usted debe estar al tanto que son muchas las comunidades católicas que persisten en estas técnicas y dañan de por vida a tantas personas que se someten a este tipo de prácticas.
Por experiencia en el confesionario, son muchas las personas que abrazan la fe católica y siguen obteniendo una respuesta diluida, incompleta y que no puede encajar en su estilo de vida. Las personas de fe que tienen esa tendencia no tienen muchas opciones para vivir libremente su sexualidad. Quedan confinados prácticamente a dos opciones: ser castos o célibes (pero según la doctrina católica el celibato es un don que se otorga a pocos y que no se puede obligar a abrazar como voluntarismo) o actuar de modo diverso a lo propuesto por el catecismo y por lo tanto, vivir en pecado si es que se obra en consecuencia con su realidad homosexual.
Por otro lado, cuando veo en mi ciudad y en tantas otras ciudades del mundo las manifestaciones y marchas del orgullo gay, reconozco que no me siento del todo identificado con los modos en que aparecen los reclamos. Aún cuando en sus contenidos tengan muchas aristas de verdad, me duele ver las críticas despiadadas a la Iglesia (aquella que integré en el pasado con tanto entusiasmo) y a otras instituciones, y me pregunto si el enfrentamiento aguerrido puede ser solución en un mundo tan dividido por diferentes visiones.
Me encantaría poder ser puente y lazo entre posturas tan desencontradas, para que acerquen experiencias y puedan enriquecer las expresiones afectivas de la humanidad. Quiero asumir y trasmitirle algunas de las preguntas escondidas en esos reclamos:
¿De verdad el amor de dos personas, siendo del mismo sexo, no demuestra ni reflejan nada del amor de Dios? ¿no manifiesta algún rasgo por descubrir de su inabarcable creación?
¿De verdad insiste la Iglesia en esa visión maniqueísta de que la relación sexual homosexual es sólo un acto de placer carnal y no tiene una vertiente verdadera de afectación del espíritu que ennoblece el diálogo copular y corporal?
¿De verdad la Iglesia con sus silencios va a permitir que se sigan estigmatizando a tantos jóvenes en tantos países donde se siguen asesinando solamente por su tendencia? ¿No es tiempo, usted mismo lo dijo, de salir y defender la integridad del hombre con un mensaje conciliador e integrador?
Permítame por último remontarme a mi experiencia personal. Particularmente cuando me descubrí homosexual me asusté mucho, le tuve miedo a eso nuevo y desconocido con lo que me tenía que enfrentar. Tuve terror y pavor de estar desafiando la voluntad de Dios y de estar al borde del precipicio del infierno. Mi salida del sacerdocio fue caótica, escandalosa, dolorosa. Pero esa cicatriz, esa marca, ese aguijón es el que hoy me hace arremeter y desafiar este paradigma que hoy se encuentra sin respuesta sensata. Con sana humildad quiero decirle que hoy después de casi diez años de convivencia monógama con otra persona de mi mismo sexo, me siento feliz, realizado y con ganas de transmitir esta experiencia para que muchos otros puedan experimentarla y vivirla.
Ayúdeme y ayude a tantos otros a descubrir por dónde podemos transitar la fe, sin renunciar a esta experiencia de amor, que en conciencia, la sentimos fundamental en nuestras vidas.
Con admiración y elevando una plegaria por su ministerio,
Andrés Gioeni, otro hijo de Dios.
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