La belleza siempre es triste, ¿no crees?. Contemplarla produce una especie de desolación. No sé por qué. Temes perderla, que alguien la dañe, que no dure... No sé. Temes no poder aprehenderla, no poder valorarla en su justa medida... Es algo irracional, ¿no? La belleza te habla de eternidad, aunque sabes que eso es imposible, ya que nada es eterno. Además, al contemplar la belleza, notas como si algo se rompiera dentro de ti. Te sientes frágil, inútil, superfluo. Pierdes de pronto la conexión con la realidad. Pues la realidad es la fealdad... La belleza puede provocar incluso deseos urgentes de llorar. Yo he llorado una vez contemplado un valle...
Y estoy ahora mismo a punto de llorar contemplándote a ti. Por favor, déjame contemplarte. Pero no me mires así, ¿vale? ¡Qué ojos tan oscuros e impenetrables! Nunca sé qué estás pensando. (...) Tú también eres triste. Eres hermoso y, por lo tanto, triste. Se me encoge el corazón cada vez que te miro. Me hace daño tu belleza. casi me produce escalofríos del daño que me hace. Siento que podría abrazarme a ti y estar llorando durante horas y horas, durante días y días, sin que nada de este mundo lograra consolarme. ¡Nada! ¡Ni siquiera tus besos lograrían consolarme!
Pedro Menchén
Y no vuelvas más por aquí.
Odisea Editorial, Madrid, 2005
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