En 1992, un contenedor se cayó por la borda en su viaje de China a Estados Unidos, liberando 29.000 patos de goma en el Océano Pacífico. Diez meses después, el primero de esos patos de goma llegó a la costa de Alaska. Desde entonces, se han encontrado patos en Hawaii, América del Sur, Australia, y viajando lentamente entre el hielo del Ártico.
Pero 2000 de los patos fueron atrapados por el Giro del Pacífico Norte, un vórtice de corrientes que se mueven entre Japón, Alaska, el noroeste del Pacífico y las Islas Aleutianas. Los objetos que son atrapados por el giro, normalmente permanecen en él, condenados a viajar por la misma ruta, dando vueltas para siempre por las mismas aguas. Pero no siempre. Sus rutas pueden ser alteradas por un cambio en el tiempo, una tormenta marina, un encuentro casual con un grupo de ballenas.
Veinte años después de que los patos de goma se perdiesen en el mar, siguen llegando a las playas de todo el mundo y el número de patos en el giro se ha reducido, lo que significa que es posible escapar. Incluso después de años de dar vueltas por las mismas aguas, es posible encontrar el camino a la costa.
Hay 31,530.000 segundos en un año; mil milisegundos en un segundo; un millón de microsegundos, mil millones de nanosegundos. Y la única constante, que conecta los nanosegundos con los años, es el cambio. El Universo. Del átomo a la galaxia. Es un estado perpetuo de flujo. Pero a nosotros, los seres humanos, no nos gustan los cambios. Luchamos contra ellos. Nos asustan. Así que creamos la ilusión de éxtasis. Queremos creer en un mundo en reposo, el mundo del ahora. Y aún así nuestra mayor paradoja sigue siendo la misma: El momento que entramos como el "ahora", ese "ahora" ya ha pasado...
Nos aferramos a las instantáneas. Pero la vida son imágenes en movimiento. Cada nanosegundo es diferente al último. El tiempo nos obliga a crecer. A adaptarnos. Porque cada vez que parpadeamos, el mundo ha cambiado.
Todos los días, en cada momento, en cada nanosegundo, el mundo cambia. Los electrones chocan entre sí y reaccionan. La gente colisiona y cambia la ruta de los demás. El cambio no es fácil. Muy a menudo es doloroso y difícil pero tal vez eso sea bueno. Porque es el cambio lo que nos hace fuertes. Nos mantiene resistentes. Nos enseña a evolucionar.
Touch, episodio 11: Gyre
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