De niño, papá despeinaba mi copete para que yo me enojara como un hombre.
En los pesados trabajos de su taller de hierro
forjó rudamente mi cuerpo.
A los quince años mis piernas sostenían sin dificultad una nevera,
y en mi pecho hubiesen podido llorar dos o tres muchachas.
Allí mismo, en los sucios almanaques Texaco
que envejecían sobre las paredes,
él me enseñó el amor por las mujeres desnudas;
y asomado a la puerta de las cantinas
donde a veces bebía, aprendí la manera de aprovecharme de ellas.
"Pero llegado el día en que tu madre se enferme de muerte
-me decía ebrio mientras lo llevaba a casa-,
será justo que prefieras cuidar de tu esposa".
Sin preguntar nada, un día celebró las heridas
de mi primera riña y, sonriendo,
descargó un puño sobre mi pecho.
De alguna manera, él supo entonces sobreponerse al miedo,
y hoy, a mis diecisiete, presumo de poder llegar tarde a casa.
Oh, Diego, en largas jornadas papá hizo de mí una fortaleza.
Y es una maravilla cómo se sostienen sus muros
ahora que entras en mí como un duende,
y podemos a solar jugar y amarnos como dos niños.
Fernando Molano
Aunque con finales un poco tontos siempre me ha gustado la obra de Molano por esas microhistorias que forman una grande, con las cuales en algunas ocasiones me veo reflejado.
ResponderEliminarEste libro me gustó mucho, es hermoso, y no me avergüenza decir que me sacó más de una lágrima.
Andrés Castro Ripoll