sábado, 25 de junio de 2011

Soy una familia

Por Cristina Peri Rossi

Estaba sentada en el sofá, leyendo "Los Novios Búlgaros", de Mendicutti, cuando sonó el timbre de la puerta. Siempre espero una sorpresa agradable: un ramo de flores anónimo, la concesión de un premio literario al que no me presenté, o un diálogo estimulante con un vendedor de seguros o de enciclopedias, aficionado al cine y a la poesía. pero no. Era una joven de cabellos rizados y uñas pintadas, con una carpeta en la mano: seguramente se pagaba los estudios (de periodismo, como dicen los varones resentidos, ahora las mujeres invaden los medios de comunicación) haciendo encuestas o vendiendo películas de vídeo a domicilio. Me armé de valor: no creo ser el tipo de personas que refleja alguna clase de realidad social: soy pura subjetividad y, además, no tengo vídeo. En cuanto le abrí la puerta, la joven blandió el rotulador, la carpeta, y me pidió permiso para hacerme unas preguntas. Le contesté que si eran íntimas, mejor: la falta de intimidad me aburre. Mi broma le desconcertó un poco; decidió pasarla por alto y, enseguida, me hizo la primera pregunta: "¿Es usted miembro de una familia?". Me imaginé que se trataba de una encuesta sobre divorcios solicitada por el ayuntamiento, o parte del programa de las Naciones Unidas. los carcamales de esa institución (les pagan extraordinariamente bien para hacer sólo retórica), en un acto digno de su senilidad, han decretado que el 94 es el Año Internacional de la Familia. Una decisión que Franco, Stalin, Pinochet y Margaret Thatcher aplaudirían. "Oh, sí", contesté rápidamente. "Pertenezco a una familia". La joven anotó una cruz en el primer casillero. (En eso, yo estaba totalmente de acuerdo: la familia es una cruz). "Cuántos miembros componen su familia?", fue la segunda pregunta.

No estoy casada, no tengo hijos, mi padre murió hace muchos años, mi madre y mi hermana viven en Uruguay, de manera que mi familia se reduce a una sola persona: yo. Una familia de un solo miembro, es verdad, porque detesto la superpoblación. "Yo soy mi familia", le respondí. La joven me miró con asombro, y como no me gusta desconcertar a las nuevas generaciones, que ya tienen bastante con la masificación de la enseñanza, el paro, el sida y la televisión, le expliqué: "No soy una excepción. En Nueva York y en San Francisco hay muchas familias como yo. Hombres y mujeres que viven solos, madres divorciadas que viven con su único hijo, parejas "gays" o dos mujeres que se aman. En realidad -agregué-, yo soy el único miembro de mi familia, pero me gustaría tener un perro. Como viajo mucho, y no quisiera dejar el perro en una pensión para animales, por ahora prescindo del animalito". No anotó todo esto, pero parecía algo incrédula. Decidí hacer un esfuerzo por convencerla. "A esto se le llama familia nuclear. Cumple todos los requisitos de la familia convencional: soy una unidad de producción económica, es decir, compro y vendo, produzco y consumo, pago impuestos. No tengo hijos, pero colaboro con varias asociaciones humanitarias y festejo la Navidad. Instalo un árbol de plástico y hago regalos a los amigos. Este año -confesé- suspendí la celebración, por lo de Yugoslavia, pero dediqué el dinero a una cuenta de Sarajevo".

Después de escucharme atentamente, la joven consultó sus papeles y me dijo: "Lo siento. Si no está casada, ni divorciada, ni tiene hijos, no puedo incluirla en el estudio". Me lo temía: las familias no tradicionales tenemos muchos problemas. No nos corresponden las casas de protección oficial, pagamos más impuestos, no tenemos créditos especiales por familia numerosa y no nos invitan a los concursos de la tele. A cambio, gozamos de algunas interesantes ventajas: el territorio propio, la libertad de pensamiento y de acción, la autonomía financiera y la democracia interna. Especialmente, estamos exonerados de las cenas del sábado con los suegros y los almuerzos de domingo con los cuñados; podemos comprar en las tiendas pequeñas y sólo necesitamos una unidad de televisor.

Le aconsejé a la joven un viaje de estudios a Nueva York o a San Francisco. Se le iluminaron los ojos, pero enseguida reflexionò: "No me dejarán ir". -"¿Quiènes?", pregunté, alarmada. "Mi familia", contestó. "¿No eres mayor de edad?", le dije. "Sí -respondió. Pero tampoco él me dejará ir". "¿Quién?", pregunté, alucinada. "Mi marido", dijo, y se marchó, con la cabeza gacha. (EFE).

4 comentarios:

  1. Me ha encantado este relato, o anécdota personal, o reflexión, da igual como lo llames.... tienes toda la razón del mundo.... hay muchos modelos familiares... nosotros éramos mi novio y yo, y nuestra "hija", PEPA, nuestra perrita, aunque como la hemos tenido que sacrificar, con gran dolor, ahora estámos huérfanos de hija... por tu parte, espero que encuentres alguien que te quiera, como te haces querer en el blog, y seas pronto una familia de dos...

    Mira, hasta GILIBLOGGER me da la razón, tu eres un "single" y la palabra de verificación que me sale es "singurs", voy a interpretarla como si fuera un diccionario "SINGURS: Dícese de la persona soltera que vive sola y desarrolla su vida con una gran singularidad..."

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  2. Una entrada verdaderamente magnifica.
    Me ha facinado el modo de contarlo.
    Hay muchas mas familias como la tuya de lo que la gente cree.
    La mia tambien es un tanto especial.
    Un abrazo, compañero.
    Ricard

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  3. Buen punto, segun la sociologia una sola persona es familia, ya esos estigmas de mama, papa e hijos ya no van.

    Me encanto este tema ya tenia conocimiento y que bien que alguien mas piense igual.

    Buena mar

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  4. A veces mas vale solo que mal acompañado.

    Y también hay algunos que simplemente se sienten solos a pesar de tener familia.

    Saludos,

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