En el momento que nacemos ya tenemos padres y abuelos, probablemente tíos y tías y algunos primos ya llegados o por venir. El tiempo solo existe cuando ha pasado, porque el tiempo que nos queda puede ser tan incierto como un segundo o como un siglo. Y en el tiempo pasado están los ancestros, el ejemplo, la honra o la deshonra, el origen, la primera tierra y las primeras palabras. En el pasado está la familia intensa, aquella que nos sirve para saber el valor de la regla y la satisfacción de la travesura.
Pero luego crecemos. Y en instinto nos lleva hacia nuevos horizontes humanos. A veces encontramos a personas que nos descubren el cuerpo y la pasión. Otras veces nos fundimos con gente que nos da la paz y no sabemos cómo. Con las primeras acabamos casándonos. Con los segundos nos limitamos a poner en sus manos todo aquello que jamás podremos decir en público. Ahí está el embrión de una nueva familia.
Hay un tiempo en el que el mundo está lleno de amigos. Cuando se habla de los muchos amigos que tenemos, señal de que no tenemos ninguno y que en realidad estamos buscándolo. Los amigos adultos son nuestra familia extensa. Un día se cruzaron en nuestro camino y ya no necesitamos palabras para reconocernos. Nos sabemos como los perros que menean el rabo o bien gruñen al paso de otro perro. Los amigos son la gran almohada planetaria que impide que se nos rompan los huesos cuando caemos de bruces sobre el acero de la vida. Sin amigos, las canciones quedan incompletas, las hazañas de amor son papel mojado y a veces hasta la navaja llega a cortar la vena. Sin amigos somos tiza que busca pizarra y risa que busca chiste.
Queremos tanto a nuestros amigos de verdad que nos gusta lucirlos. Es ése un ejercicio peligroso, porque el lucimiento implica a veces deslumbramiento. Y no se trata de mostrar joyas a las urracas. Los amigos, como en general las parejas, se lucen para que su brillo nos ilumine ante terceros. Los amigos son nuestros embajadores cuando no estamos presentes, pero también son nuestros albaceas cuando no conseguimos aquello que pretendemos.
Lo grave es cuando alguno de nuestros amigos no acaba de gustar a los otros. Administradores de nuestro serrallo de amistades,nos gustaría la armonía y la complementariedad de nuestros afectos. Pero siempre hay el patito feo, el díscolo, el excesivo, el que confunde lealtad con agresividad, el que se adelanta a nuestros deseos y acaba haciéndonos tropezar con nuestra propia alfombra. El amigo raro concita miradas de sorpresa y preguntas perplejas. ¿Cómo es posible que tú? ¿Pero qué le ves? Sois un huevo y una castaña. Y sin embargo, ahí estamos alargando un brazo entre la niebla y el otro agarrado al amigo extraño, dispuestos a levantarnos de las mesas si alguien habla mal de él, decididos a traicionar nuestro sentido común para darle aire a sus insensateces, conjurados en no pedirnos nada a cambio porque hasta llegamos a degustar el riesgo cuando no nos va en él más que la aventura y la desventura.
Los amigos raros hay que conservarlos como se conservan oficios antiguos. Así los maestros de gladiadores, los intérpretes de lenguas moribundas y las amas de llaves de todas las estancias de la vida. A veces nos confunden y pretenden mandar más de lo que su carné de amistad les permite. Pero son al mismo tiempo público y autor, locomotora y raíles. Y llegan antes que nosotros, si la vida les es indulgente, para ordenarnos el mundo a nuestro antojo. Y entonces lo extraño es normal, las palabras son sonidos y el sonido, el más fértil de los silencios.
Joan Barril
Mi abuelo tenía un refrán para esto que cuentas:
ResponderEliminar"Los hermanos son amigos que te concede la familia, los amigos son hermanos que te concede la sociedad"
¡Ea, queda dicho, aunque sea en homenaje a un gran hombre!
A los novios se los quiere por lo que son.... A los amigos, a pesar de lo que son.
ResponderEliminarSaludos,