domingo, 8 de mayo de 2011

Para el día de la madre, de Mi Madre

El post del domingo pasado, con la letra de la canción Manos Adoradas, lo he publicado porque el primer domingo de mayo se celebra el Día de la Madre en España.

Hoy vuelvo a hablar de las madres, pero específicamente de la mía, por ser el día clásico en Colombia y en gran parte de América. Esa canción, que ha tenido muchos intérpretes, la he venido tarareando desde hace un par de semanas, quizás motivado por los anuncios de la televisión y las revistas y por la publicidad de las tiendas.

A lo mejor no haya nada nuevo qué decir sobre las madres. Siempre, por estas fechas, se dicen palabras bonitas, que cada uno tiene la mejor del mundo y una serie de frases de cajón para poner en tarjetas y en mails. Lo cierto que es hay madres que no han nacido para serlo y no cuidan y aman a sus hijos como debieran (tampoco hay cursos en ninguna parte para ser madre o padre, con certificado de calidad). Ni hijos que debieran "honrarlas" como es debido.

Conozco alguna mujer que tiene a su hijo mejor de edad como su lacayo y lazarillo, donde no le faltan "lindezas" de palabras malsonantes, hirientes y humillantes. Y no dudo que tarde o temprano se quedará sola, cuando el niño comprenda que tiene que emprender su propia vida y vivirla como mejor pueda. También conozco hijos para los que su madre es solo una proveedora de dinero, de comida, de vivienda y evitan a toda costa estar a su lado, ayudarla, apoyarla o simplemente hacerle compañía en los momentos en que se siente triste y asolada por la Vida. Hijos que dan un beso a su madre octogenaria sólo si ella se lo pide. Hijos que gritan a su madre delante de quien sea o le ordenan que se calle. Hijos que el día de la madre le dejan un regalo pero no la abrazan al entrar a casa. Un regalo que seguramente ella hubiese cambiado por un abrazo sincero y por un cambio de su actitud agria frente a la mujer que le parió.

Las manos de mi madre son como las de la canción. Recuerdo cómo zurcía los calcetines de sus tres hijos (con un a bombilla verde que guardaba en su costurero), cómo planchaba cerros de ropa en tardes calurosas, y lavaba durante años nuestra ropa a mano -desde los jeans hasta las colchas de las camas-. Cuando hacía un pastel, batido a mano, lograba la equidad para que nos repartiéramos los restos de la masa en el recipiente y en sus manos. Las manos de mi madre nos levantaban de pequeños con el frío de sus labores en la cocina. Las manos de mi madre tienen callos en las palmas porque siempre ha estado fregando para tener la casa como una patena. Las manos de mi madre me dejaban una nota sobre el plato de la comida si ella no podía estar para servírmelo. Esas mismas manos, hoy, cuando ya soy un adulto, recortan frases y anécdotas de los periódicos y me las manda para que no me olvide de mi ciudad y de mi cultura. Y cuando me escribe entrañables cartas, que hace en dos o tres sesiones antes de irse a la cama, las termina contándome el último chiste que se haya aprendido.

Con esto, no son solamente sus manos las que adoro. Es todo su ser, el juvenil tono de su voz cuando me llama a decirme que quería escucharme. Es ese corazón inmenso que, como la Virgen María, conserva muchas cosas meditándolas en él. Ha soportado la viudez más que temprana, Ha sufrido por las enfermedades de sus hijos. Ha estado a nuestro lado para que estudiáramos. No recuerdo que nunca haya faltado de casa a la hora de regresar del colegio, para darnos las meriendas y ponernos a hacer los deberes (y hasta tomarnos las lecciones). Cuando cada uno de sus hijos tomó su rumbo, ella lo aceptó calladamente, sin reproches, sólo con unos lagrimones que salían de sus ojos color de miel. Sé que no deja de orar por sus hijos, que siempre está procurando la unión familiar, que nos conoce tan bien que le basta escuchar un "hola, mamá" al otro lado del teléfono, para darse cuenta si estamos tristes, con problemas o nostálgicos.

Adoro las manos de mi madre, su humildad, su sentido del humor, su alegría de vivir, su fortaleza de carácter, su infinita paciencia. Y su Amor incondicional.

¡Te quiero Mamá!

2 comentarios:

  1. Muy buen testimonio, como todo lo tuyo, me parece que yo fui un poco más irónico y mordaz... ¡como siempre! Aunque la relación con mi madre... ¡ya se sabe! es de esas como la canción de MECANO de la rosa: "No puedo vivir sin ella, pero con ella tampoco..."

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  2. Vale la pena todo el sufrimiento de una MADRE por poder recibir un día una carta como la tuya. Jamás leí un testimonio más bello que el tuyo. Eres un gran hombre, una bellísima persona y por supuesto, sin ninguna duda, el MEJOR HIJO. Un beso.

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