Conocí las canciones de Marilina Ross por allá en mis años universitarios. Era para mí una desconocida que, entonces como hoy, me emocionó escuchar. Porque canta con el alma, por la melancolía y el romanticismo de sus letras, porque a veces -casi todas- me hacía sentir emocionalmente adolescente.
Hoy leí que se retira de los escenarios, de la música, de las tablas, de los platós de cine y me entristece. Buscando el por qué, encuentro que una afección respiratoria le impide tener el mismo ritmo de vida y que se niega a actuar atada a un aparato para respirar. Pero también supe que ha recibido homenajes que le han devuelto la fuerza, las ganas de seguir luchando y le han hecho dejar el lápiz con que solo había escrito la inicial de la palabra FIN.
Como ella misma dice, no sabemos qué pasará mañana. Pero le deseo que siga amparada y contenida por muchos compañeros de viaje, los que tiene cerca y los que sólo la conocemos por su música. Que su aire no sea escaso y siga agrandándose y llenándola con la música y el Amor. Que su corazón siga en su danza emotiva.
Al menos por mi parte, seguiré escuchando aquella vieja cinta de cassette con las grabaciones de Puerto Pollensa, Esos que Dicen Amarse, Quereme que Tengo Frío...
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