He contado alguna vez que por estas fechas me entra la nostalgia de la Navidad. Es una conjunción de sentimientos. Una especie de tristeza por estar tan lejos de la familia, de los amigos y de la ciudad donde he vivido más de la mitad de mi vida. La extrañeza de vivirla en invierno, con frío y calles vacías, cuando antes estaba en medio del trópico, en verano, con bullicio, miles de luces y ambiente festivo. Y la decisión profunda de no olvidar mis raíces, las tradiciones colombianas que por diciembre se centran en el Nacimiento del Niño de Belén, en decorar la casa con luces, escenas del pesebre donde vino al mundo, árbol lleno de adornos, compartir la mesa con los allegados, encender las velas en los dinteles de puertas y ventanas para pedir a la Inmaculada sus bendiciones.
Desde que vivo en España, la Navidad tiene para mi otro sabor. La siento de otra manera. Como si fuera un día festivo más. Pero siempre llega el Espíritu de la Navidad. Se presenta encarnado en una persona que me quiere mucho y aparece cualquier tarde con un paquete de adornos que vimos en una tienda de decoración que me emocionaron como a un crío. Me dijo que era para que los colgara en la casa, para que la Navidad entrara en ella. Sólo bastó ese detalle para que sacara del maletero del armario las estrellas que me regaló otro amigo entrañable, pusiese la Corona de Adviento en la mesa del comedor (cuyas velas enciendo en cada comida, aunque esté solo), para volver a poner en su sitio la figura de María, José y el Niño Jesús y poner en la ventana unas líneas de lucecitas de colores parpadeantes.
Gracias a ese Espíritu de la Navidad, vuelvo a creer que este tiempo es el de la reconciliación, de hacer saber a quienes queremos cuánto les amamos. Que esas luces, esos adornos que duermen once meses en cajas de cartón son más que eso: son el símbolo de que tengo el corazón abierto, despierto, para creer en la Humanidad, en el calor de un abrazo, en la alegría de la vieja amiga que se ilusiona con invitarnos a su mesa en Nochevieja, en la dulce nostalgia del amigo que está a miles de kilómetros y cuya cercanía siento cerca, como las estrellas que ahora están en una esquina de mi salón.
¡Qué afortunado soy! ¡El Espíritu de la Navidad llegó a casa!
¡Gracias Fer por ser su mensajero!
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ResponderEliminarAunque no soy muy devoto de la época, sí tengo que aceptar que en Colombia la navidad es, apesar de todo, el espacio más indicado para compartir y festejar en familia y con los amigos; obvio, siempre al lado del pesebre, el arbolito navideño, las luces navideñas, la natilla y el dulce de manjar blanco...
ResponderEliminarSaludos de Popayán!
Es genial que solo por abrir una maleta te inundes de felicidad. Adorna tu casa como mejor creas conveniente. Tu vida te lo agradecerá.
ResponderEliminarFeliz Navidad entonces, que esté llena de adornos, de buenos recuerdos, de llamadas de gente que lo quiere, lo aprecia, y lo extraña, y que ojalá no sean muchas las navidades que esté sólo, ojalá con flia, en el calor del trópico, del bullicio, las luces, y los buñuelos.
ResponderEliminarSaludos
Nos estamos leyendo
Pridamo
Esta es una época especial del año donde nos sentimos mas alegres, bondadosos y con deseos de estar junto a la gente que nos quiere.
ResponderEliminarSaludos,