
Fue honesto. Supo decir lo que su corazón le dictaba. A veces se reñía a sí mismo por sus actuaciones. Otras se tragaba para él los fuertes juicios que él mismo se hacía. Le vi llorar muchas veces. Le vi solitario y amargado. Muchas otras compartí también con él las alegrías fugaces de las noches de copas, de las noches locas. Pero para él la vida era muy difícil, casi imposible de sobrellevar. Llevaba la tristeza en su interior, un lado oscuro que no pudo vencer. Pensaba que vivir era sufrir y hoy a sus 31 años, su cuerpo fue dejado en los brazos de la Madre Tierra.
Pero el Miguel que yo conocí, al que llamaba Ojos Azules, por su mirada como el mar y triste como una tarde de invierno, estoy seguro que ahora vive en paz, tranquilo, donde no hay dolor ni soledad. Estará en su cielo, con una sonrisa que ahora sí será de verdad, porque su Espíritu está libre de las ataduras terrenas, de los sentimientos humanos. Y también sé que ahora conoce toda la Verdad. La de todos y cada uno. Y nos sonreirá desde el Más Allá, al saber a ciencia cierta que sí le queríamos con toda el alma. Que sólo deseábamos que viviera intensamente. Y que hoy comprendemos con mucho dolor que no esté entre nosotros.
Con Alfonsina Storni, te digo esta noche, Miguel, Mi Querido Ojos Azules:
Sabe Dios qué angustia te acompañó
qué dolores viejos calló tu voz...
Cinco sirenitas te llevarán
por caminos de algas y de coral
y fosforescentes caballos marinos
harán una ronda a tu lado
y los habitantes del agua
van a jugar pronto a tu lado
Miguel, nos queda en el alma tu mirada, tu voz profunda y seca, las canciones que te gustaban y que nos traerá tu recuerdo cada que las escuchemos, las tardes de café y las noches que compartimos. El desayuno de la mañana y las charlas por el messenger. Los cubatas en cualquier garito, tus emociones reprimidas, tus reclamos de nuestra presencia y algunos silencios insondables. Nos queda tu memoria. Para siempre.
Descansa en paz, Amigo.
Ninguno elegimos ser nacidos, nos pusieron en este mundo sin derecho a opinar, ni siquiera elegimos la vida que llevamos... No es de extrañar que la vida se termine haciendo demasiado gravosa y que, en un acto de valor, haya quien abrace la decisión libérrima de abandonarla. Como todas la decisiones que tomamos, se podrá discutir su oportunidad. Pero en este caso no su derecho.
ResponderEliminarY es verdad que ha golpeado a la gente que -aun a distancia- tenía alrededor, pero todas las decisiones generan daños colaterales. A estas alturas es evidente que, puestas en la balanza, hubo otras consideraciones que terminaron pesando más.
Pues llevemos unas flores para que el camino hacia la última morada sea más placentero.
ResponderEliminarPrecioso nombre, divinos ojos, afirmación suprema de la voluntad... Ninguna recriminación para el desertor, como ninguna de las ensoñaciones con las que aquí se poetiza lo irrebatible: que volvió de la vida al gran seno de la nada. Para el suicidio no hay razones, simplemente faltan para la vida. Su dolor se durmió con él, nadie, nunca, sabrá cuánto fuego carcomía su ser, y si extinguirlo fue su decisión, ¡enhorabuena, bombero de su propia desdicha!
ResponderEliminarD.
Upa
ResponderEliminarPor un momento sentí que el segundo párrafo hablaba de "alguien a quien conozco".
Miguel, donde esté, sigue enseñandote, de eso estoy seguro.
Me quedo sin palabras ante este post... creo que no me resta más que decir que afortunadamente Ojos Azules sigue vivo en sus palabras, en sus recuerdos, y al parecer en su corazón. Nos estamos leyendo.
ResponderEliminarPridamo
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ResponderEliminarDESCANSE EN PAZ
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