(XL Semanal, 4 de octubre de 2010)
Me parece que esta columna mía se lee en aproximadamente tres minutos.
Pues bien: según las estadísticas, mientras transcurre este tiempo van a morir 300 personas y van a nacer 620.
Puede que yo le dedique media hora a su escritura: estoy concentrado en mi ordenador, con libros a mi lado, ideas en la cabeza, ruido de coches en la calle. Todo parece perfectamente normal a mi alrededor y, sin embargo, a lo largo de estos treinta minutos, 3.000 personas han muerto y 6.200 acaban de abrir los ojos, por primera vez, a la luz del mundo.
¿Dónde se encontrarán estos millares de familias que en los últimos minutos han comenzado a llorar una pérdida o a reír con la llegada de un hijo, un nieto o un hermano?
Me detengo a reflexionar un poco: es posible que muchas de estas muertes pongan punto final a una larga y dolorosa enfermedad y que ciertas personas encuentren alivio en la visita del Ángel que ha venido a buscarlas.
Además, sin duda alguna, a centenares de estos niños que están naciendo los abandonarán al minuto siguiente y pasarán a engrosar las estadísticas de las muertes antes de que termine de escribir este texto.
Qué cosa. Una simple estadística, que vi por casualidad, y de repente me encuentro sintiendo todas estas pérdidas y estos encuentros, todas estas sonrisas y estas lágrimas.
¿Y cuántos están partiendo en soledad, en sus cuartos, sin que nadie sepa lo que les está ocurriendo?
¿Y cuántos nacerán a escondidas y serán abandonados a las puertas de orfanatos o conventos?
Sigo reflexionando: en su momento ya formé parte de la estadística de los nacimientos y un día también me incluirán en el número de los muertos.
Qué bien: soy plenamente consciente de que voy a morir. Desde que hice el Camino de Santiago, entiendo que, aunque la vida continúe y seamos todos eternos, esta existencia terminará acabando un día.
Aunque creamos en otras vidas, lo que se nos ha concedido vivir es siempre el momento presente.
Las personas piensan muy poco en la muerte. Se pasan la vida preocupadas por cuestiones verdaderamente absurdas, dejando las cosas para más tarde, evitando toparse con los momentos importantes. No se arriesgan, porque consideran que es peligroso. Se quejan mucho, pero se acobardan a la hora de las resoluciones.
Quieren que todo cambie, pero ellas mismas se niegan a cambiar.
Si pensaran un poco más en la muerte, en ningún caso dejarían de hacer la llamada telefónica que les está faltando. Serían un poco más alocadas. No les daría miedo el final de esta encarnación, pues no se puede temer lo que es inevitable.
Los indios dicen: «Hoy es un día tan bueno como cualquier otro para dejar este mundo». Y un brujo comentó en cierta ocasión: «Que la muerte permanezca siempre sentada a tu lado. De esta manera, cuando necesites hacer las cosas importantes, ella te dará la fuerza y el valor necesarios».
Espero que tú, lector, hayas llegado hasta aquí y seas consciente no sólo de lo que dicen las estadísticas, sino también de la misión que tienes en esta Tierra. Sí, es cierto que todos nosotros, más tarde o más temprano, vamos a morir.
Pero aceptarlo es la mejor manera de estar preparados para la vida.
Pues bien: según las estadísticas, mientras transcurre este tiempo van a morir 300 personas y van a nacer 620.
Puede que yo le dedique media hora a su escritura: estoy concentrado en mi ordenador, con libros a mi lado, ideas en la cabeza, ruido de coches en la calle. Todo parece perfectamente normal a mi alrededor y, sin embargo, a lo largo de estos treinta minutos, 3.000 personas han muerto y 6.200 acaban de abrir los ojos, por primera vez, a la luz del mundo.
¿Dónde se encontrarán estos millares de familias que en los últimos minutos han comenzado a llorar una pérdida o a reír con la llegada de un hijo, un nieto o un hermano?
Me detengo a reflexionar un poco: es posible que muchas de estas muertes pongan punto final a una larga y dolorosa enfermedad y que ciertas personas encuentren alivio en la visita del Ángel que ha venido a buscarlas.
Además, sin duda alguna, a centenares de estos niños que están naciendo los abandonarán al minuto siguiente y pasarán a engrosar las estadísticas de las muertes antes de que termine de escribir este texto.
Qué cosa. Una simple estadística, que vi por casualidad, y de repente me encuentro sintiendo todas estas pérdidas y estos encuentros, todas estas sonrisas y estas lágrimas.
¿Y cuántos están partiendo en soledad, en sus cuartos, sin que nadie sepa lo que les está ocurriendo?
¿Y cuántos nacerán a escondidas y serán abandonados a las puertas de orfanatos o conventos?
Sigo reflexionando: en su momento ya formé parte de la estadística de los nacimientos y un día también me incluirán en el número de los muertos.
Qué bien: soy plenamente consciente de que voy a morir. Desde que hice el Camino de Santiago, entiendo que, aunque la vida continúe y seamos todos eternos, esta existencia terminará acabando un día.
Aunque creamos en otras vidas, lo que se nos ha concedido vivir es siempre el momento presente.
Las personas piensan muy poco en la muerte. Se pasan la vida preocupadas por cuestiones verdaderamente absurdas, dejando las cosas para más tarde, evitando toparse con los momentos importantes. No se arriesgan, porque consideran que es peligroso. Se quejan mucho, pero se acobardan a la hora de las resoluciones.
Quieren que todo cambie, pero ellas mismas se niegan a cambiar.
Si pensaran un poco más en la muerte, en ningún caso dejarían de hacer la llamada telefónica que les está faltando. Serían un poco más alocadas. No les daría miedo el final de esta encarnación, pues no se puede temer lo que es inevitable.
Los indios dicen: «Hoy es un día tan bueno como cualquier otro para dejar este mundo». Y un brujo comentó en cierta ocasión: «Que la muerte permanezca siempre sentada a tu lado. De esta manera, cuando necesites hacer las cosas importantes, ella te dará la fuerza y el valor necesarios».
Espero que tú, lector, hayas llegado hasta aquí y seas consciente no sólo de lo que dicen las estadísticas, sino también de la misión que tienes en esta Tierra. Sí, es cierto que todos nosotros, más tarde o más temprano, vamos a morir.
Pero aceptarlo es la mejor manera de estar preparados para la vida.
(Nota: Subrayados de Merlín Púrpura).
No hay comentarios:
Publicar un comentario