miércoles, 3 de septiembre de 2014

¡Baje los pies de la silla, oiga!

¿De quién son esas pezuñas?
No es la primera vez que me encuentro con este cuadro. Hombre, mujer, joven o mayor, con los pies descaradamente apoyados sobre el asiento del frente en el autobús. Los de esta fotografía, tomada ayer en un trayecto por Zaragoza, pertenecen a una jovencita de unos 17 años que venía charlando animadamente con una compañera-amiga. Me pregunto si en su casa también subirá los pies calzados sobre el sofá, sobre la cama o sobre las sillas; si su madre o su padre alguna vez le dijeron que "eso no se hace", o si asistió a alguna clase de "civismo y buenos modales"; o si le gustaría sentarse sobre los residuos, bacterias y demás porquerías de las suelas de los zapatos de otros.

Mi actitud ante el cuadro es querer sentarme justamente en el asiento que viene ocupado por pies ajenos para que quizás así su dueño caiga en cuenta de su comportamiento. Pero lo vuelvo a ver. ¡Y me molesta! Luego muchos usuarios se quejan de los asientos en mal estado y pretenden culpar a la compañía de los autobuses cuando la responsabilidad viene de atrás, de usuarios inconscientes, de padres y maestros que ya no educan, de las actitudes de personas sin civismo. 

Y como nadie dice nada, como nadie le llama la atención a estas personas, ahí vamos,  en el bus de los guarros, cerdos,cochinos;  en la ciudad de los que tiran colillas, papeles, cáscaras de pipas y escupas en las aceras; en la ciudad del siglo XXI, tan europea, tan civilizada. Creo que ni con multas se mejoran estas actitudes porque, como decían los mayores, a una generación se le educa veinte años antes de que nazca.



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