He encontrado este artículo de Juan Fernando Mosquera, publicado en La Hoja de Medellín hace ya muchos años.Vale para una despedida de alguien que se va de una ciudad o de un afecto, agradeciendo todo.
Decir adiós es tan difícil como aceptar, del otro extremo, las despedidas. Pocas veces cinco letras pesan tanto: se atoran en el cuello al pronunciarlas, se hacen difíciles de pulsar en el teclado del computador, son el eco de un fonema de lamento -ay Dios, adiós- y, por más cálido que sea el abrazo, deja cierto frío de pequeña muerte, la despedida.
Todo es eterno mientras dura, es cierto, esa es la impresión de la palabra siempre. Una bonita canción que no dejas de oír será mañana la más bella compañía. Quisiera dejar detrás mío, siempre, una simple melodía que recuerde el tiempo de las sonrisas.
Nunca pensé que siendo tan joven podría yo sentir tantas nostalgias y que mis labios reconocieran tan pronto el sabor del vino de las partidas, que no embriaga pero fatiga. Irse no es lo mismo que abandonar, eso ya lo he entendido... no se rompe fácil el lazo del cariño y no es vano es rima consonante hacer socios del camino esas palabras de postal que son amistad y fidelidad.
Hay dolor en esto que de ninguna manera es una huida. Y hay cientos de frases contenidas. Las historias, las personas conocidas, los rostros olvidados, una taza siempre llena de café, esta distinta mirada, todo lo que aprendí y esta incapacidad de mentir, las páginas del periódico de ayer, la cercanía del amigo que perdí y esta familia que gané, lo dicho y lo callado, aquella primera mañana de años atrás, esta noche y sus grillos, todos los sonidos, el país que me tortura y la noticia que me alivia, los otros que se han ido, los consejos, las amenazas, lo sentido... nada queda atrás; todo lo llevo conmigo. Y mientras más de esto tengo, más liviano me siento. Sé que estoy bien vestido cuando estoy más desnudo.
(...)
Gracias por el amor y la dulce compañía, por los ojos que sin saberlo me siguieron hasta estas líneas, por la amnesia y el recuerdo. Gracias porque aquí encontré a dos maestros. Gracias por permitirme vivir esta vida.
También comprendí que el mañana es inevitable, que ya vendrá y que el futuro no me espera si no salgo a buscarlo, el destino no camina en otros pasos sino en los míos. Es fácil llamarse Juan, lo difícil es asumirlo. Adiós es una palabra muy corta que corta y hiere, por eso mi boca no la dice. Sólo digo hasta luego.
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