Por Reinaldo Spitaletta
El Colombiano
No crea usted que el color está sólo en la piel, o en los ojos, o en el pelo. También está en el alma. Hay gente que la tiene del color de los atardeceres de verano. Como Amalia, por ejemplo. Siempre me pareció que ella tendía más al amarillo, tal vez por esas ajorcas doradas que le bailaban en las manos, metaleando, sonando como cascabeles. Pero, en verdad, ayer, cuando la vi (ella miraba la luz malva del crepúsculo) supe que en su interior había sombras alargadas, y pedacitos de sol muriente, y un vuelo final de palomas vespertinas. Intuí, además, que a ella le gustaban los arreboles. No puedo explicarlo. Pero así es.
No crea que el color está solamente en la camisa, o en la cintica anaranjada que se enreda Sonia en sus cabellos, o en el delantal sucio del vendedor de legumbres. No. El color está repartido por el cuerpo. Dicen también que por el espíritu. Hay gentecita verde. Vive siempre de las esperanzas. Es pura ilusión. Digamos que así es doña Amparo, la señora bonita de la otra calle. Es verdosa. Creo que toda su vida ha esperado. A nadie y a todos. Su esencia es esperar, no importa a quién. Y aunque a veces su trajes son azules, o estampados con un fondo violeta, el color de ella eternamente será el verde, en todos los tonos. No como Lucía, la colegiala de la esquina, que es verde-mar. En sus ojos hondos creo ver naufragios y un vuelo de alcatraces. Es inexplicable.
Hay, por otra parte, gente que tiene el color de las serenatas. No interesa si su traje es mostaza o solferino, o si su piel es canela. La clave está, en este caso, en su voz. ¿Y de qué color es un serenata? Bueno, eso depende. A veces es color-estrella que es, en rigor, el color de los ángeles (¿acaso usted no los ha visto cuando descienden a medianoche al solar de la casa a dormir en el fondo de la alberca?): En otras, es azul turquí. Hay serenatas verdeoscuras y rojas y violetas. Según la guitarra que toque y la voz que cante y los oídos que escuchen. Natalia, por ejemplo, habla siempre con voz serenatuda, puros acordes boleriles. Voz de luna. ¿Adivina su color?
No crea usted que el color es sólo un fenómeno físico. Es también asunto de la memoria. Y si no, vea a esos recordadores, ahí, sentados en una banquita del parque, o en un taburete sobre la acera, o en la esquina de domingo, graneriando. Son un género de gente color sepia. En ellos (señores y señoras de modelos diferentes) todo es nostalgia. Son puro pretérito. Para ellos ya no importan los almanaques. Son pintores de evocaciones. Gente-álbum.Gente que no habla en azul sino en índigo. Seres a los que les suena mejor el glauco que el verde. ¿De qué color pinta usted sus reminiscencias?
Hay, asimismo, gente que cambia de colores según las estaciones, o los relojes. Cada hoja de su calendario es de un color distinto. Así es, verbi gracia, Magnolia, la del nombre florecido. Los lunes su cara es rosada. Los martes, azul cielo. Los miércoles, su caminado se pinta de esmeralda, mientras los jueves tiene manos anaranjadas. Los viernes su pelo amanece morado (y enamorado) y en sus pies hay colores de trópico. Los sábados nunca se deja ver. Y los domingos Magnolia es todos los colores. Fiesta. Policromía. Mujer-luz.
También hay gentecita que, por más que quiera, no refleja los colores. No sé cuál es su problema existencial. No es gente negra (el negro, dicen los físicos, es la ausencia total de color), ni blanca(unión de todos los colores). Tampoco es verde, ni roja, ni fucsia (que es el color de las señoras), ni marrón. No sé que le pasa. Es humanidad almi-enferma, llena de amarguras, sin sonrisa. En cambio, hay gente que tiene sabor en sus colores. Venga el ejemplo. Claudia es sandía jugosa. Marina es agua de mar, oleante. Ana es guayaba. La señora de Jorge es piña colada. Y Andrea es amarillo granadilla. Gente frutosa. Calmadora de sed. Manantial.
No crea usted que el color está solo en la superficie. Está más adentro. Y si no, vea a los que leen a Conrad, London y Melville: son azules. Y rojos los hemingwayanos. Los kafkianos cambian de colores. Semafóricos. Y los que leen las confusas y rítmicas y sonoras novelas faulknerianas son verdes. Es inexplicable. Hay gente colorida. Y descolorida. Gente que cree que el color de Dios es blanco. O negro. Según la raza. Hay gente camaleón. Y gente arco iris. ¿Cuál es el color de su alma?