Vuelve la Semana Santa. Volví a salir a ver la procesión del Domingo de Ramos. Vi cientos de cofrades con sus tambores. Sentí el retumbar de sus tambores en el pecho. Hermandades de niños, jóvenes y mayores que no salen "de vacaciones" porque tienen el compromiso con su Semana Mayor. Un cofrade en su silla de ruedas. Samaritanas con piercing en el labio. Mujeres, "todas de negro hasta los pies vestidas", con mantillas largas y grandes peinetas. Niños con sus mejores galas y sus ramos de palma trenzada adornados con caramelos. Padres con críos a horcajadas en su cuello. Tambores adornados con ramas de olivo...
Nostalgia por la inocencia de la niñez. Recuerdos amables y dolorosos en la Plaza del Pilar de Zaragoza. Soledad. Uno más en medio de la multitud. Y la oración sentida por mí y por todos los que amo.
¡Hossana Filio David! ¡Hossana al Hijo de David!
El Domingo de Ramos tiene para mí recuerdos encontrados. Mi madre, tan creyente ella, nos hacía estrenar vestido y zapatos ese día, los mismos que en la procesión nos sacaban ampollas y rogar al cielo que aquello pronto se acabara; mi padre, tan agnóstico él, que se burlaba sin piedad de las prácticas religiosas, pero que fue siempre una persona cálida, carismática, generosa.
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