Brokeback Mountain, como la vida misma

Recibí hace unas semanas unas prendas que usaba Ojos Azules, como un regalo de su familia, en su memoria. Cuando su hermana me entregó su cazadora de piel, la primera reacción fue llevármela a la cara y sentir su olor y su textura, como si aún estuviera impregnada de su presencia humana. Aún quedaba allí un tímido aroma de su colonia. Días después, su madre me daba su camiseta "de ir de fiesta": negra, con un par de alas bordadas en la espalda. Ojos Azules la lucía con frecuencia en las noches de sábado y siempre le dije que parecía un angelito.

La verdad es que no me costó "estrenar" la cazadora. Es más, la misma noche que la recibí me la probé en el restaurante donde cenábamos su hermana y yo. Y la he usado con frecuencia en estos días de invierno. Con la camiseta de las alas fue diferente. Me la entregó su madre, una tarde de cafès y memorias sobre su hijo. La saqué de la bolsa en casa, la olfateé, la doblé y la guardé en el armario. Muchas veces intenté probármela, pero no sentía el momento. Hasta que el sábado me decidí. Me quedaba bien y me la admiraron mucho. Lo curioso es que al día siguiente, al prepararla para lavado, no pude evitar abrazarla con fuerza, con los ojos en llanto, repitiendo el nombre de su anterior dueño, Ojos Azules.

Y hoy, por casualidad, volví a ver esta escena de Brokeback Mountain y me sentí dibujado en ella.

¡Cuánta falta nos haces, Ojos Azules!