Llegamos y fuimos bien recibidos. La casa de un amigo que emigró muchos años antes fue nuestro primer refugio: Un lindo ático en el Madrid de los Austrias. Pero este amigo, al día siguiente se iba un mes de vacaciones. Así que a buscarse la vida. Después de vivirlas, algunas anécdotas son de risa, pero en su momento angustiosas. Como pagar billetes de metro para andar cuadro calles, o que sólo te sirva de orientación la famosa valla de jerez Tío Pepe en la Puerta del Sol. Pero siempre aparece un angelito, que te va guiando, que te cuenta de los bonos del metro y del bus, que te dice dónde se pide trabajo, que te acompaña y te evita la angustia que se siente en las noches cuando despiertas y no sabes dónde estás o cuando la pesadilla te sobresalta porque estabas en un avión sin regreso.
Al principio son sólo buenas sensaciones. Una nueva ciudad, más grande, más cosmopolita. Otras caras, gente de todo el mundo andando por las calles, el cambio de clima por las estaciones, reencontrar los museos, las catedrales, los grandes conciertos. Cosas simples como la "necesidad" de tener un teléfono móvil. Es otro mundo. Ni mejor ni peor. Distinto. Al que estábamos dispuestos a comernos.
Pero el dinero se agota. Y los gastos no faltan. Así que a seguir consejos. Que en tal sitio dan trabajo de "ensobradores". Pues allí nos encerramos en una bodega cutre, sin ventilación, con dos docenas de inmigrantes ilegales. Varias horas al día a armar sobres, llenarlos con cinco folletos de publicidad, juntar 500 en una caja y "declararlos" a una mujer. Todo para que al final del mes recibiésemos cualquier mísero salario. Y lo peor de todo era ver todo el tiempo el slogan de la compañía: ¡"Tu libertad"!
Una tarde que no olvidaré es la del 7 de diciembre. Salíamos de lo de los sobres de la compañía de teléfonos móviles a llamar a casa. Es una fecha muy especial en Medellín, cuando todas las familias, los amigos, los centros comerciales, la ciudad entera comienza las celebraciones de la Navidad en las vísperas de la Fiesta de la Inmaculada. Es la noche de las velitas, del Desfile de Mitos y Leyendas, del encendido del alumbrado navideño. Y cuando se está a miles de kilómetros físicos de aquello, uno no hace más que llamar a Colombia a llorar por teléfono.
Ya vivíamos en otro lugar. No hay que ser muy listo para saber y comprobar aquello de que "muerto y arrimado al tercer día hiede". Ante una sutil insinuación de nuestro casero, mi amigo E., nos buscamos dónde vivir. Esta vez nos mudamos a un apartamento que compartíamos con un francés, que se gastaba su sueldo y el de nuestra cuota en fumar porros, beber y salir de putas. Cada vez pedía el alquiler con más prontitud. Cada vez se nos comía la comida con más frecuencia. Cada vez se encerraba con el televisor (de uso común) en su cuarto. Y sin previo aviso nos informó que en tres días entregaría el apartamento a su dueño y que nos buscáramos la vida.
Fuimos a parar a casa de un hermano de E., que amablemente nos brindó hospedaje. El "trasteo" fue en 8 viajes metro y nos acomodamos en una habitación pequeña, en una cama pequeña, tratando de molestar lo menos posible. Mi compañero iba a sus clases de especialización los sábados, limpiaba pisos, servía cafés en un centro de mayores (donde yo los días de eventos especiales me dedicaba a fregar platos). Yo, por mi parte, me ocupaba de camarero, de dependiente de una tienda de regalos, de recogedor de cubos de basura en un hospital (una suplencia entre Navidad y Reyes), todos trabajos temporales. Pero era feliz cruzando la Plaza Mayor cada mañana. Entre tanto, no dejamos un momento de ir a todos las entrevistas que E., me traía contactadas cada tarde. Tengo el dato, 62 en total, de las cuales sólo salía el consabido, "te llamaremos", tan común en Madrid para citas de trabajo o de amigos.
Lo mejor era que entretanto pudimos disfrutar de ese Madrid que tanto me gusta, de sus calles y avenidas, de sus restaurantes de toda clase, de los conciertos en el Auditorio Nacional, gracias a que E. nunca dejó de invitarnos. A él también le agradeceré siempre que esa primera Nochebuena y esa primera Nochevieja las pasáramos abrigados por las risas, la comida y los bailes colombianos en su casa con su numerosa familia.
Pero después de tantas peripecias, de estar casi a punto de tirar la toalla, de hasta vernos solicitando citas en las parroquias, de ver que ya que el billete de regreso había caducado, ya no había marcha atrás. Y una voz telefónica llamó desde Zaragoza y abrió una pequeña luz en ese túnel en el que estábamos.
(Esta historia continuará)
Buff....espero que todo esto acabe con un desenlace feliz...
ResponderEliminarEspero el tercer capítulo
Afectuosos saludos
Hay que que me miro frente al espejo y me digo que guevonada toy haciendo aqui, y ahora que leo esta historia (que ya sabia) más bien me digo DE LO QUE ME TOY PERDIENDO !!!!!
ResponderEliminarSi yo se que es muy duro todo por lo que haz pasado pero mira todavia estas alla a pesar de mis ofrecimientos y todo.
Yo despues del primer año que pasaste alla supe que ya no regresarias, ojo no lo digo con resentimiento mas bien con admiracion y mucho sobretodo mucho respeto...
Hey 38 grados, acabo de quedarme boquiabierto y salibando con tu blog, pero quede con una pregunta, ¿Por qué quieres un final feliz?
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