La víspera del 12 de octubre, la Plaza de las Catedrales, en Zaragoza (España) se prepara para la celebración del día de Nuestra Señora del Pilar, Patrona de la ciudad y de la Hispanidad. A pesar de ser otoño, de que el día se anuncia gris plomizo, de que todo parece vacío, la ciudad tiene otra cara. Son las fiestas de Zaragoza, unas fiestas en honor de una advocación de la Virgen María que distan mucho de ser religiosas. Pero lo central, lo llamativo, es que ese esqueleto de hierro (15 metros de altura y 16 de ancho) del que habla Tenmempie en su blog, al día siguiente estará repleto de flores que 400 mil personas, ante un sol brillante y un ambiente fresco y festivo, depositarán durante diez horas y media para tejer con ellas el manto de la Virgen.
A mis ojos foráneos, desde que vivo en Zaragoza, siempre les ha sorprendido esta manifestación cultural y religiosa. Primero, por la cantidad de personas que no dudan en vestirse con el traje típico aragonés: Hombres, mujeres y niños hacen cola para depositar la ofrenda y luego deambulan por las calles, por su bares, cafeterías y restaurantes en una estampa casi surrealista. Mujeres al estilo de otros siglos, acompañadas de hombres de jeans, con niños en cochecitos de marca, modernos, hablando por sus teléfonos móviles.
Aparte de esos centenares de baturros y baturras camino al altar de la Pilarica, por toda la ciudad circulan jóvenes y no tan jóvenes, por casetas, recintos feriales, parques, estadios, avenidas, discotecas... en busca de diversión, conciertos, risas, jolgorio, alcohol, drogas... de todo un poco, y no de todo en todos. Si a las siete de la mañana iban los "ofrendantes" hacia la plaza, también entraban a los portales parejas de enamorados, y por el centro iban jóvenes caminando como zombies, con los ojos desorbitados preguntando con voz pastosa si hay algún lugar abierto donde seguir la marcha.
Una semana en la que se duplica la población de la ciudad. Una fiesta que pocos saben por qué se instituyó, una Virgen que pocos saben por qué lleva el nombre que lleva. Un contraste pagano-religioso. Una necesidad de manifestar artificialmente la alegría.
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