domingo, 7 de diciembre de 2025

Luz de Barrio


Previo a la noche de las velitas, que se celebra el 7 de diciembre (víspera de la fiesta religiosa de La Inmaculada), y que da inicio a la temporada navideña, el canal regional Telepacífico,  de Colombia, lanzó su campaña ‘Luz de barrio’, un homenaje a las tradiciones colombianas que por esta época reúnen a las familias y propician encuentros con los vecinos del barrio.

La campaña está centrada en un video animado de 4:12 minutos, que ya está circulando en redes sociales y se transmite en algunos segmentos de la programación de Telepacífico, realizado en su totalidad, imágenes y música, con herramientas de inteligencia artificial.

La producción es una secuencia de momentos que todos los colombianos han vivido con alegría en la época decembrina, como cuando los vecinos se reúnen a pintar de colores los cordones de los andenes, colgar banderines y cadenetas de un lado a otro de la calle, prender los faroles, rezar la novena de aguinaldo, comer natilla y buñuelos con manjar blanco, comer las doce uvas en fin de año y dar la vuelta a la manzana cargando una maleta. Todo ello es representado por personajes que son muñecos tejidos de lana, haciendo referencia a un regalo típico de las abuelas.

Mauricio Moreno, director del InHouse de Telepacífico y realizador de esta pieza audiovisual, expresó que “quisimos recrear esas costumbres que marcan esta temporada para que la gente se sintiera identificada con todo lo que sucede en el video. También intenta mostrar la gran diversidad que tiene nuestra región, unidas en una pieza, en un mensaje de integración”.

Sobre la animación y el tema musical creados con IA, explicó que “quisimos buscar una canción que se convierta en himno para esta temporada y también trabajamos en dar una textura y un estilo animado que nos recordara a los muñequitos creados por la abuela cuando éramos pequeños”.

Luis Bermeo, El País. 

sábado, 6 de diciembre de 2025

Aburrimiento, rutina y pequeñas frustaciones

Transcribo unos párrafos del discurso de graduación pronunciado por David Foster Wallace en la Universidad de Kenyon en 2005. Se ha publicado y reeditado muchas veces, bajo el título Esto es agua.



"Resulta que hay partes enormes de la vida adulta americana de las que nadie habla en los discursos de las ceremonias de graduación. Y una de esas partes incluye el aburrimiento, la rutina y las pequeñas frustraciones. (...) Por poner un ejemplo, digamos que hoy es un día normal de tu vida adulta, y que tú te levantas por la mañana y te vas a tu nada fácil trabajo de oficina de persona con estudios universitarios, y allí trabajas duro durante nueve o diez horas, y estás estresado, y lo único que quieres es irte a casa y cenar bien y tal vez relajarte un par de horas y después irte a la cama temprano porque al día siguiente hay que levantarse y volver a hacerlo todo otra vez.

Pero entonces te acuerdas de que en casa no hay comida, de que esta semana no has tenido tiempo de hacer la compra por culpa de ese trabajo nada fácil, así que después del trabajo tienes que meterte en el coche e ir al supermercado. Es la hora en que la gente vuelve del trabajo y hay mucho tráfico, así que tardas mucho más de lo que deberías en llegar al supermercado, y cuando por fin llegas, te encuentras el supermercado lleno de gente, ya que, por supuesto, es esa hora del día en que toda la demás gente que trabaja también intenta encontrar un momento para hacer la compra, y la tienda está iluminada con una luz fluorescente y repulsiva, y bañada con ese hilo musical que te mata el alma o  en música corporativa, y viene a ser el último lugar donde de apetece estar, pero te resulta imposible entrar y salir de prisa.

Te ves obligado a pasearte por todos y cada uno de los pasillos alborotados de esa tienda enorme e inundada de luz para encontrar las cosas que quieres, y tienes que maniobrar con un destartalado carro de la compra para esquivar a toda la demás gente cansada y apresurada que también empuja carros de la compra, y por supuesto están también los ancianos glaciarmente lentos y la gente que está en Babia y los niños con déficit de atención que obstruyen el pasillo, y tú tienes que aguantarte y tratar de ser educado cuando les pides que te dejen pasar, y por fin, de una santa vez, consigues todo lo que necesitas para la cena, pero ahora resulta que no hay suficientes cajas registradoras abiertas pese al hecho de que es la hora punta final del día, así que la cola para pagar es increíblemente larga. Lo cual es estúpido y exasperante, y sin embargo uno no puede desahogar su furia con la señora que está trabajando frenéticamente en la caja registradora, que ya está trabajando más que lo que debe en un puesto cuyo tedio diario y cuya falta de sentido sobrepasan la imaginación (...) Pero bueno, llega tu turno en la cola de la caja registradora y pagas tu comida, y esperas a que una máquina compruebe la autenticidad de tu tarjeta y a que te deseen "que tenga un buen día" con una voz que es sin lugar a dudas la misma voz de la muerte.

Y después tienes que meter esas repulsivas y endebles bolsas de la compra llenas de comida en ese carro con una rueda descoyuntada que no pasa de desviarse hacia la izquierda, cruzar todo el aparcamiento abarrotado, lleno de baches y de basura tirada por el suelo, y tratar de cargar las bolsas en el coche de manera que no se caiga todo de las bolsas y ruede por el maletero camino a casa, y luego hay que hacer todo el trayecto en coche hasta casa en pleno tráfico de hora punta, lento, tortuoso y lleno de monovolúmenes, etcétera, etcétera.

(...)

David Foster Wallace
La cuestión es que es precisamente en esas chorradas nimias y frustrantes como la que os acabo de contar donde entra en juego la tarea de elegir. 

Porque los atascos de tráfico y los pasillos abarrotados y las largas colas para llegar a la caja registradora me dan tiempo para pensar, y si no llevo a cabo una decisión consciente de cómo debo pensar y a qué debo prestar atención, voy a estar triste y cabreado cada vez que tenga que ir a comprar comida, porque mi configuración natural por defecto me dice que en esa clase de situaciones lo importante soy yo, mi hambre y mi cansancio y mis ganas de llegar de una vez a casa, y me va a dar toda la impresión de que todos los demás me estorban, ¿y quién coño es toda esa gente que me estorba?

(...)

En medio de todo ese tráfico, de todos esos vehículos atascados y marchando al ralentí que obstruyen mi avance: no es imposible que alguna que alguna de esa gente que va en los monovolúmenes haya sufrido accidentes espantosos en el pasado y ahora conducir les resulte tan traumático que su psiquiatra prácticamente les ha ordenado que se compren un monovolumen bien enorme y pesado para que puedan sentirse seguros conduciendo; o bien que el cuatro por cuatro que me acaba de cortar el paso tal vez tenga al volante a un padre cuyo hijito va herido o enfermo en el asiento de al lado, y que ahora está intentando llegar cuanto antes al hospital, y tenga una prisa muchísimo mayor y más legítima que la mía: que en realidad sea yo quien le está obstruyendo el avance a él

O bien puedo elegir obligarme a tener en cuenta que lo más probable es que toda la gente que hay conmigo en la cola para pagar en el supermercado se encuentre igual de aburrida y frustrada que yo, y que alguna de esa gente en realidad tenga unas vidas que en conjunto sean mucho más duras, más tediosas o más dolorosas que la mía.

Etcétera."

jueves, 4 de diciembre de 2025

La columna de David Uclés antes de su intervención de corazón: ‘Entiérrenme en una cuneta’

Publico este artículo (El País, 26 de noviembre de 2025) a las puertas del quirófano y, aunque no espero morirme, aprovecho la tensión para elaborar unos últimos deseos




Ahora mismo me están rajando el corazón. He publicado este artículo hace un par de minutos, a las puertas del quirófano. Después de varios años despertándome de madrugada con el corazón fibrilando, mis cardiólogos decidieron por mí y me están quemando las venas pulmonares. Al parecer, en tres horas me habrán dejado el corazón bien niquelado, humeante y firme. ¡Qué cosas!

Aprovecharé ese estadio entre la vida y la muerte para reunirme con algunos de los personajes literarios que maté inmisericordiosamente: Emilio, Octubre, Odisto… Y abrazaré el aire buscando a Martina mientras el narrador nos pone de fondo Iris, de Wim Mertens. No tendré tiempo de ver a nadie más, salvo a alguno de mis abuelos y a Saramago. Le comunicaré que quiero ir a Lisboa a tatuarme su perfil en el costado derecho, y que espero que Pilar me acompañe y me dé la mano, pues no me gustan mucho las agujas —y eso que ahora mismo, según intuyo, una muy larga está atravesándome el septo: la pared central y poética del corazón—.

A decir verdad, no tengo previsto morirme, y es casi imposible que esto suceda hoy. Soy muy dramático. Pero como espero no tener que verme en otro quirófano a corto plazo, tengo que aprovechar esta tensión y elaborar unos últimos deseos, no vaya a ser que, de tanto horadarme las paredes del corazón, los alambres me liberen la vida. Os desgajo el testamento:

  • Deseo que envuelvan mi ataúd con la bandera de España que Sonia Monroy utilizó de vestido para ir a la gala de los Oscar hace 10 años.  
  • Deseo que Juan Cruz escriba mi obituario. Me cae demasiado bien.
  • Deseo que mis libros sean distribuidos en pueblos de la España vaciada. Mis camisas, que se las den a Jordi Évole. Y el espejo que uso para quitarme el entrecejo, que lo envuelvan en un paño de terciopelo y se lo entreguen a Santiago Abascal; a ver si, con suerte, logra verse en el reflejo y reconoce, de forma nítida y contundente, como siempre señala Ian Gibson, que sus rasgos son árabes.
  • Deseo que el funeral se celebre en la catedral de la Almudena y que acudan más invitados que a la boda de la hija de Aznar. Pero que no venga la hija de Aznar. Ni Aznar, porfi.
  • Deseo que con mis ahorros construyan una maqueta de la ciudad de Madrid con fruta y se la entreguen a Ayuso veinte días después, cuando la putrefacción sea tal que no quede ni una sola pieza habitable por ningún insecto. Deduzco cuál será la solución de la presidenta: contratará unos buitres hambrientos, sin fondo, para que la devoren.
  • Deseo que le entreguéis mi acordeón a Silvia Abril.
  • Por último, la única voluntad firme y seria de todas: si muero, no quiero que me entierren en un cementerio. Quiero que lo hagan en cualquier cuneta del país, y a medianoche, para que nadie sepa en cuál “descanso”.

Ya que, como pueblo, no hemos conseguido que los cuerpos de nuestros familiares acaben con dignidad en un cementerio, lo mismo es más fácil sacralizar todas las cunetas del país. Despojarlas de deshonra y vergüenza. Y llenarlas de flores, tal como hace la propia tierra desde el siglo pasado. ¿Acaso nunca os preguntasteis por qué nacen jaramagos y retamas en el cemento duro e inorgánico de los bordes de las carreteras? La propia naturaleza hace el trabajo que nosotros no queremos hacer. Y honra, y se muestra así más humana que nosotros.

Que conste en acta.

¡Ah! Y no hace falta que recéis por mí. Ya lo hace Rosalía por todos.

Os quiero.

D.


David U

miércoles, 3 de diciembre de 2025

El Tiempo

 

El Tiempo

Manuel Vicent

El País


El tiempo no existe. El tiempo sólo son las cosas que te pasan, por eso pasa tan deprisa cuando a uno ya no le pasa nada. Después de Reyes, un día notarás que la luz dorada de la tarde se demora en la pared de enfrente y apenas te des cuenta será primavera. Ajenos a ti en algunos valles florecerán los cerezos y en la ciudad habrá otros maniquíes en los escaparates. Una mañana radiante, camino del trabajo, puede que sientas una pulsión en la sangre cuando te cruces en la acera con un cuerpo juvenil que estalla por las costuras, y un atardecer con olor a paja quemada oirás que canta el cuclillo y a las fruterías habrán llegado las cerezas, las fresas y los melocotones y sin saber por qué ya será verano. De pronto te sorprenderás a ti mismo rodeado de niños cargando la sombrilla, el flotador y las sillas plegables en el coche para cumplir con el rito de olvidarte del jefe y de los compañeros de la oficina, pero el gran atasco de regreso a la ciudad será la señal de que las vacaciones han terminado y de la playa te llevarás el recuerdo de un sol que no podrás distinguir del sol del año pasado. El bronceado permanecerá un mes en tu piel y una tarde descubrirás que la pared de enfrente oscurece antes de hora. Enseguida volverán los anuncios de turrones, sonará el primer villancico y será otra vez Navidad. La monotonía hace que los días resbalen sobre la vida a una velocidad increíble sin dejar una huella. Los inviernos de la niñez, los veranos de la adolescencia eran largos e intensos porque cada día había sensaciones nuevas y con ellas te abrías camino en la vida cuesta arriba contra el tiempo. En forma de miedo o de aventura estrenabas el mundo cada mañana al levantarte de la cama. 

No existe otro remedio conocido para que el tiempo discurra muy despacio sin resbalar sobre la memoria que vivir a cualquier edad pasiones nuevas, experiencias excitantes, cambios imprevistos en la rutina diaria. 

Lo mejor que uno puede desear para el año nuevo son felices sobresaltos, maravillosas alarmas, sueños imposibles, deseos inconfesables, venenos no del todo mortales y cualquier embrollo imaginario en noches suaves, de forma que la costumbre no te someta a una vida anodina. Que te pasen cosas distintas, como cuando uno era niño.


miércoles, 15 de octubre de 2025

Por todos, por Maruxa, por las madres...

A veces la publicidad sorprende por las emociones que provoca y no por la incitación a la compra. Y saca las lágrimas y la nostalgia (aunque seas cliente de otra empresa de telefonía). Este video me deja sin palabras.

lunes, 29 de septiembre de 2025

¿25 años no son nada?

Hace 25 años... el emigrante...un par de maletas llenas y el corazón lleno y acompañado. Muchas ilusiones por un nuevo país, un nuevo horizonte, quizás no se veía muy complicado porque había caras conocidas, mismo idioma, costumbres diferentes, pero no todo sale como se desea, pero de todo se aprende.

Años 2000. Buscar trabajo o aceptar lo que van ofreciendo para coger el ritmo. Ensobrar volantes publicitarios (Amena, tu libertad) por un pago (que no salario) ínfimo, sin contrato, sin prestaciones, sin seguridad social. Recoger basuras en un hospital pionero en prevención de epidemias (sin las debidas medidas de protección). Fregar platos en un centro público de la tercera edad (sin contrato, sin prestaciones, sin seguridad social (más de lo mismo). Y sin embargo, con ilusión, con alegría en la cara y en el corazón, bien acompañado.

La hospitalidad pasó a ser una invitación sutil a abandonar la casa. -Buenas tardes, llamaba a preguntar por el apartamento que alquila. -¿Usted de qué color es? Pero siempre alguien más te recibe, temporalmente eso sí.  Y otra vez a mudar las maletas en el metro a compartir vivienda, a sentirse esta vez como arrinconado, y otra vez invitado a irse. Porque sí, porque el también extranjero titular del alquiler no pagaba. Menos mal estaba muy bien acompañado, con alguien vital, tenaz, trabajador y lleno de buenas energías. Menos mal siempre hay alguna voz que te invita a cambiar de ciudad, de panorama. Una ciudad que en menos de una semana te permite tener una vivienda en alquiler y un puesto de trabajo (este sí con contrato, con  prestaciones, con seguridad social).

Viene la temporada de la hostelería, trabajando más horas que un reloj, la clientela para la que no tienes nombre y basta llamarte con un fastidioso psst y también la gente amable, que saluda y se despide y que agradece el servicio. Los jefes que dicen pagar las horas extras a lo que les da la gana, el jefe que no paga la nómina durante cuatro meses, el compañero que descarga su trabajo en el nuevo, el encargado que se satisface poniéndote a fregar casi de rodillas la barra del bar. 

Aparece el "empresario" que ofrece un trabajo en tu profesión. Una supuesta agencia de publicidad que resultó ser un engaño para él mismo y para los empleados que se encontraron un día la puerta cerrada y la empresa clausurada. Otro zasca más.

Y años y años de trabajo en locutorios. Estos más legales, cumplidos con la norma. Atender  gente de muchos países africanos y americanos. Aprender costumbres, conocer caracteres, acercarse a otras realidades, penas y sacrificios, que, comparados con los propios, son mucho más graves y dolorosos. Recibir la sonrisa agradecida de quien se consoló con una sola frase, la satisfacción de saber que alguien prefiere que lo atienda uno y no otro compañero. 

Y aprender de los maestros negativos (del que desprecia, del xenófobo, del homófobo) ¡a no ser como ellos! 

Y los duelos, qué decir de las pérdidas humanas. La ruptura con el compañero de viaje y asumir la depresión. Apartar su presencia, pero no su memoria positiva y llorarlo, una vez más cuando me informaron de su fallecimiento en esta misma ciudad. El corazón roto por la abuela/mamá grande que no volví a ver. Despedirse por última vez de la la madre por teléfono. Perder familia y ganar familia...

En el corazón, el amor, no ha estado ausente. Eso ha merecido todo. Hay compañeros de viajes cortos y largos. El primero, el co-emigrante, un apoyo incondicional, una alegría constante... falló, como fallamos todos. Dolió, como nunca nadie me ha dolido, pero me hizo inmensamente feliz mientras duró su compañía. Y con eso me quedo. Hubo otros compañeros, que cambiamos la relación  y adquirieron otra sensibilidad (fallé, como fallamos todos) y se convirtió en amistad luego de cicatrizar los errores. Hubo intentos, pruebas, ensayo y error, amores desequilibrados en la balanza, preocupaciones y angustias, cierres indeseados y finales fatales que siguen doliendo. Y hay amores imprevistos, inesperados, que llegan despacio, como de puntillas, sin asustar y se quedan y permanecen y respetan y acompañan en total tranquilidad. 

¡25 años no son nada! En un cuarto de siglo y en la vida entera se ama, se cree, se espera y se aprende. A disfrutar las primaveras reventando las flores de los almendros, los veranos de calurosos días largos, los otoños rojizos, marrones, los inviernos silenciosos, fríos y sosegados. A disfrutar los viajes, las carreteras, los trenes, los paisajes. A sentirse honrado y orgulloso de recibir nueva nacionalidad y de homologar el título profesional  A conocer gente buena y generosa. A reencontrarse con amigos que estaban guardados en otro cuarto de siglo anterior. A saber que todo nos hace sentir vivos, los bueno y que parecía malo que nos ha pasado. A reiterarnos que aquel vuelo, tomado hoy hace 25 años, valió la pena la dicha.

lunes, 14 de abril de 2025

¡No desperdicies el milagro de estar vivo!


Nadie nos avisa cuándo será la última vez. 

No hay campana que suene, ni voz que advierta: "Esta es la última sonrisa que verás de él." Simplemente pasa… y uno sigue caminando cuando en realidad, la vida es un suspiro disfrazado de rutina. 

Hoy podrías estar viviendo el último café con tu madre, el último abrazo de tu hijo sin prisas, la última carcajada con ese amigo. 

Hasta que ya no está.

Y no lo sabes. 

Y no lo piensas. 

Y no lo agradeces. 

La costumbre nos anestesia. Y sin darnos cuenta, vamos tachando instantes que jamás volverán, como si tuviéramos repuestos de alma o tiempo en el cajón. 

Hoy estás usando por última vez ciertas palabras, recorriendo por última vez ciertas calles, mirando por última vez ciertos ojos. Pero sigues aplazando besos, posponiendo abrazos, guardando "te amos" para un momento más especial que tal vez nunca llegue.

Nos enseñaron a coleccionar cosas, pero no momentos. A trabajar por futuro, pero no a detenernos en el ahora. A planear el viaje pero no a saborear el trayecto. 

Y es que nadie piensa que lo cotidiano es, en realidad, sagrado. 

La vida no avisa. Solo arranca páginas. Y tú decides si las llenas con presencia o con excusas. 

Así que vive… Como si cada paso fuera la última danza, como si cada palabra fuera testamento, como si cada mirada fuera despedida y cada instante, un regalo que alguien más no tuvo.  

No esperes más a que la ausencia te recuerde que cada instante que pasa son las últimas veces de algo... No desperdicies más en la queja, la culpa o el vacío las últimas veces de amar a los que están y hacerles sentir el amor. 

Tú estás vivo... No desperdicies el milagro.  


Fernando D'Sandi.