Transcribo unos párrafos del discurso de graduación pronunciado por David Foster Wallace en la Universidad de Kenyon en 2005. Se ha publicado y reeditado muchas veces, bajo el título Esto es agua.
"Resulta que hay partes enormes de la vida adulta americana de las que nadie habla en los discursos de las ceremonias de graduación. Y una de esas partes incluye el aburrimiento, la rutina y las pequeñas frustraciones. (...) Por poner un ejemplo, digamos que hoy es un día normal de tu vida adulta, y que tú te levantas por la mañana y te vas a tu nada fácil trabajo de oficina de persona con estudios universitarios, y allí trabajas duro durante nueve o diez horas, y estás estresado, y lo único que quieres es irte a casa y cenar bien y tal vez relajarte un par de horas y después irte a la cama temprano porque al día siguiente hay que levantarse y volver a hacerlo todo otra vez.
Pero entonces te acuerdas de que en casa no hay comida, de que esta semana no has tenido tiempo de hacer la compra por culpa de ese trabajo nada fácil, así que después del trabajo tienes que meterte en el coche e ir al supermercado. Es la hora en que la gente vuelve del trabajo y hay mucho tráfico, así que tardas mucho más de lo que deberías en llegar al supermercado, y cuando por fin llegas, te encuentras el supermercado lleno de gente, ya que, por supuesto, es esa hora del día en que toda la demás gente que trabaja también intenta encontrar un momento para hacer la compra, y la tienda está iluminada con una luz fluorescente y repulsiva, y bañada con ese hilo musical que te mata el alma o en música corporativa, y viene a ser el último lugar donde de apetece estar, pero te resulta imposible entrar y salir de prisa.
Te ves obligado a pasearte por todos y cada uno de los pasillos alborotados de esa tienda enorme e inundada de luz para encontrar las cosas que quieres, y tienes que maniobrar con un destartalado carro de la compra para esquivar a toda la demás gente cansada y apresurada que también empuja carros de la compra, y por supuesto están también los ancianos glaciarmente lentos y la gente que está en Babia y los niños con déficit de atención que obstruyen el pasillo, y tú tienes que aguantarte y tratar de ser educado cuando les pides que te dejen pasar, y por fin, de una santa vez, consigues todo lo que necesitas para la cena, pero ahora resulta que no hay suficientes cajas registradoras abiertas pese al hecho de que es la hora punta final del día, así que la cola para pagar es increíblemente larga. Lo cual es estúpido y exasperante, y sin embargo uno no puede desahogar su furia con la señora que está trabajando frenéticamente en la caja registradora, que ya está trabajando más que lo que debe en un puesto cuyo tedio diario y cuya falta de sentido sobrepasan la imaginación (...) Pero bueno, llega tu turno en la cola de la caja registradora y pagas tu comida, y esperas a que una máquina compruebe la autenticidad de tu tarjeta y a que te deseen "que tenga un buen día" con una voz que es sin lugar a dudas la misma voz de la muerte.
Y después tienes que meter esas repulsivas y endebles bolsas de la compra llenas de comida en ese carro con una rueda descoyuntada que no pasa de desviarse hacia la izquierda, cruzar todo el aparcamiento abarrotado, lleno de baches y de basura tirada por el suelo, y tratar de cargar las bolsas en el coche de manera que no se caiga todo de las bolsas y ruede por el maletero camino a casa, y luego hay que hacer todo el trayecto en coche hasta casa en pleno tráfico de hora punta, lento, tortuoso y lleno de monovolúmenes, etcétera, etcétera.
(...)
La cuestión es que es precisamente en esas chorradas nimias y frustrantes como la que os acabo de contar donde entra en juego la tarea de elegir. David Foster Wallace
Porque los atascos de tráfico y los pasillos abarrotados y las largas colas para llegar a la caja registradora me dan tiempo para pensar, y si no llevo a cabo una decisión consciente de cómo debo pensar y a qué debo prestar atención, voy a estar triste y cabreado cada vez que tenga que ir a comprar comida, porque mi configuración natural por defecto me dice que en esa clase de situaciones lo importante soy yo, mi hambre y mi cansancio y mis ganas de llegar de una vez a casa, y me va a dar toda la impresión de que todos los demás me estorban, ¿y quién coño es toda esa gente que me estorba?
(...)
En medio de todo ese tráfico, de todos esos vehículos atascados y marchando al ralentí que obstruyen mi avance: no es imposible que alguna que alguna de esa gente que va en los monovolúmenes haya sufrido accidentes espantosos en el pasado y ahora conducir les resulte tan traumático que su psiquiatra prácticamente les ha ordenado que se compren un monovolumen bien enorme y pesado para que puedan sentirse seguros conduciendo; o bien que el cuatro por cuatro que me acaba de cortar el paso tal vez tenga al volante a un padre cuyo hijito va herido o enfermo en el asiento de al lado, y que ahora está intentando llegar cuanto antes al hospital, y tenga una prisa muchísimo mayor y más legítima que la mía: que en realidad sea yo quien le está obstruyendo el avance a él.
O bien puedo elegir obligarme a tener en cuenta que lo más probable es que toda la gente que hay conmigo en la cola para pagar en el supermercado se encuentre igual de aburrida y frustrada que yo, y que alguna de esa gente en realidad tenga unas vidas que en conjunto sean mucho más duras, más tediosas o más dolorosas que la mía.
Etcétera."
No hay comentarios:
Publicar un comentario