jueves, 20 de julio de 2017

Si la muerte pisa mi huerto...

José Fernando Oquendo
Si la muerte pisa mi huerto
¿quién firmará que he muerto
de muerte natural?
¿Quién lo voceará en mi pueblo?
¿quién pondrá un lazo negro
al entreabierto portal?

¿Quién será ese buen amigo
que morirá conmigo,
aunque sea un tanto así?
¿Quién mentirá un padrenuestro
y a rey muerto, rey puesto...
pensará para sí?

¿Quién cuidará de mi perro?
¿quién pagará mi entierro
y una cruz de metal?
¿Cuál de todos mis amores
ha de comprar las flores
para mi funeral?

¿Quién vaciará mis bolsillos?
¿quién liquidará mis deudas?
A saber...


¿Quién pondrá fin a mi diario
al caer
la última hoja en mi calendario?
¿Quién me hablará ente sollozos?
¿quién besará mis ojos
para darles la luz?

¿Quién rezará a mi memoria,
Dios lo tenga en su Gloria,
y brindará a mi salud?
¿Y quién hará pan de mi trigo?
¿quién se pondrá mi abrigo
el próximo diciembre?

¿Y quién será el nuevo dueño
de mi casa y mis sueños
y mi sillón de mimbre?
¿Quién me abrirá los cajones?
¿quién leerá mis canciones
con morboso placer?

¿Quién se acostará en mi cama,
se pondrá mi pijama
y mantendrá a mi mujer,
y me traerá un crisantemo
el primero de noviembre?

A saber...
¿Quién pondrá fin a mi diario
al caer
la última hoja en mi calendario?

(Joan Manuel Serrat)

Alguien abre el Facebook, como cualquier día, y se encuentra con mensajes de pésame en la página de un amigo. Parece una broma pesada y se echa mano del mecanismo de defensa de la negación. Pero pasan las horas, se mandan mensajes, se reciben respuestas y sí, el que hace unas horas publicaba fotos de su llegada de vacaciones a una bella ciudad europea, el que hasta hace poco estaba conectado al whatsapp, ya no está, ha muerto súbitamente. Y nos deja a todos paralizados, sin saber qué hacer ni qué decir. 

Ayer se marchó Fernando, al que también llamábamos por su apellido. Amigo y compañero de años más jóvenes, de fiestas, de estudios. Se fue sin previo aviso y nos deja huérfanos de su sonrisa, de su voz, del brillo de sus ojos. A más de uno le ha dejado el alma en pedazos, por aquellos amores intensos, difíciles. A otros la deuda de una conversación larga y sincera. A sus alumnos la riqueza de su enseñanza. Y a todos su brillante buen humor, la sinceridad de sus críticas y la serenidad de su carácter.

José Fernando Oquendo

Dicen que los preferidos de los dioses se marchan antes. Oquendo se fue sin dolor, sin el sufrimiento de una larga enfermedad, sin deteriorarse, seguramente feliz de estar con su pareja en un viaje terrenal que nadie percibía sin regreso. Duele su partida, sobre todo por lo inesperada. Pero sabemos que su presencia sigue aquí, en Sabaneta, en Morgantown, en Holanda... en cualquier sitio donde un ser humano pudo tratarlo y conocer sus sentimientos y su pensamiento, su espíritu reinvindicativo, su don de la palabra, su consejo, su mirada limpia y su inmenso corazón.

Marcha en paz, Negro. Te amamos.

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