miércoles, 19 de julio de 2017

La era de los zombies tecnológicos

No hace mucho tiempo, se definía al ser humano como un ser vivo, que nace, crece, se reproduce, muere y se diferencia de los animales, los vegetales y los minerales en que posee lenguaje, habla y se comunica. Insisto, eso era antes. 

Ahora, nace, lo conectan a un móvil, a una tablet o a la pantalla del ordenador. Si molesta el niño, se le conecta a un aparato de esos. Crece, no aprende a escribir correctamente, no habla sino que "whastappea", se comunica con otros seres humanos con mensajes cortos de texto que no llevan vocales, paga la entrada a un espectáculo y no lo mira con sus ojos sino a través de la pantalla; se sube a un bus con un conocido y durante 30 minutos de recorrido no habla sino que lo ignora mientras chatea con otro o con un grupo. 

El ser humano de nuestros días va en una involución física y mental. En lo corporal, creo que en unos años va a tener músculos nuevos, una especie de bíceps en los pulgares, joroba de dromedario, cervicales inflamadas, el mentón adherido al centro de las clavículas y los ojos pequeñitos. En lo mental, ya se nota en aquellos que no ven una película de cine por estar chateando (¿es inteligente pagar para eso?), en los zombies del autobús (el 90% de los pasajeros van clavados a su celular sin mirar nada ni a nadie), en los que entregan dinero a un cajero en un comercio sin mirarlo porque están conectados a su música o a su chat. Estoy seguro de que si el dependiente fuese desnudo ni lo notarían. 

Lo malo es que cada día hay más dependencia de la tecnología, esa que cuando falla a muchos vuelve histéricos pero nos devuelve a la realidad y caemos en cuenta de que alrededor hay familiares, amigos, conocidos, árboles, animales, nubes, playas, ríos, mares... Pocos conocemos la libertad de estar sin el móvil unas horas o unos días, sin grupos de Whatsapp, sin estados de conexión, sin fotografiar y "compartir" (¿es eso compartir?) hasta el plato de albóndigas que te vas a comer, sin contar a todo el mundo dónde estás, con quién y haciendo qué. 

Sigo en el plan de ser un poco antiguo (si antiguo es ser del siglo/milenio pasado), mirando a los ojos, pronunciando y escuchando palabras, disfrutando de los gestos, de las expresiones, del mundo que me rodea... Y cuando quiero dar a otros la tranquilidad de no tenerme a su alrededor por un rato, bendigo la puerta de casa que me invita a disfrutar de un buen libro y mi propia compañía. 

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