-"Ha muerto Fulano".
-"¡Pobrecito!"
¿Cómo que pobrecito?, contesto siempre que escucho esta expresión acerca de alguien que ha muerto. Como si fuera una pena o hubiera que lamentar que esa persona ya no sufre los dolores de una enfermedad larga, o ya no tiene que aguantar las angustias inherentes a la vida misma. Pobrecitos los que quedan (quedamos) en esta parcela. Pobrecitos los que pierden a su madre, a su padre, a su hijo o a su pareja. Pobrecitos los que se quedan aquí con el remordimiento de no haber amado, de no haber dicho, de no haber compartido con ese ser que ha trascendido.
Si tienes alguna fe, si sigues alguna religión, sabrás que el Espíritu, al Alma, abandona el cuerpo y lo deja pudriéndose o convertido en cenizas, y trasciende, crece, se libera de ataduras tales como el dolor, la enfermedad o la soledad. Y si vas de agnóstico o de ateo, si crees que todo acaba con el último suspiro, ¿para qué te lamentas, si todo termina ahí?
A unos y otros los veo llorar en los funerales. Esos eventos sociales donde la gente se reúne para "despedir a un ser querido". Y conversan, ríen, hasta toman unas cervezas. Unos ponen cara de circunstancias. Otros lloran amargamente por la ausencia o por remordimiento. Y piden misas. Sí, los agnósticos y ateos también, por si acaso o por aparentar, y hasta comulgan, en un rito del que hasta el difunto renegaba.
Y yo me quedo pensando siempre en los que quedan, en los que durante años y años recuerdan y añoran a su hijo que partió pronto, en los hijos que se quedan sin madre o sin padre, en los ancianos que pierden a su pareja y se quedan a merced de familiares que los archivarán en un asilo. Por ellos sí siento pena. Por quien se ha ido, aunque note su ausencia y me duela, creo y siento que ha partido a un estado superior y que ya no siente dolor físico ni espiritual. Y me quedo con el consuelo de la obra que dejan, con la semilla que han sembrado y con la luz que ilumina a quienes tuvieron la bendición de cruzarse en su camino.
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