Conocí a Marisa el primer día de clases de nuestra carrera. Éramos los benjamines del grupo y desde el comienzo tuvimos muy buena relación, una amistad que se prolongó durante años, así estuviésemos cada uno en lo suyo: ella con su matrimonio, sus tres hijos estupendos, su carrera de comunicadora empresarial, y yo a lo mío, también con la carrera, emigrando. Y aunque nos separaran miles de kilómetros, siempre estábamos cerca el uno del otro, y nos buscábamos y nos encontrábamos (por teléfono o mail) en los cumpleaños, en las navidades, en los años nuevos, o en mis visitas a Medellín, cuando quedábamos para un café, o para desayunar. La hora no importaba, lo que valía la dicha (no una pena) era sentarnos a hablar, como si nos hubiésemos visto el día anterior.
Marisa siempre destacó profesionalmente, y de ello pueden dar testimonio las empresas a las que asesoró y los alumnos a los que formó. Pero en lo que más la aprecié y por lo que más la echaré de menos, es por su compañerismo, amistad, honestidad y lealtad. Siempre tuvo una palabra de ánimo, una risa sincera, un abrazo al corazón. Nunca economizó el afecto. Era la primera en felicitarte por un éxito o en apoyarte en un momento difícil. Y creo que su principal obra sigue aquí en la tierra con los hijos que deja: responsables, educados, serios y buenas personas, y a quienes acompaño en su pena desde la distancia.
Hablé con Marisa por su último cumpleaños, cuando le envié un whatsapp desde la Plaza del Pilar y le envié una foto del manto de la Virgen en su fiesta. Me apenó mucho saber que justo ese día estaba ingresada en el hospital. No parecía nada serio pero su salud se fue deteriorando, aunque ella seguía aferrada a su fe, a la vida y al Amor. Pero como los buenos se marchan antes, ayer terminó su andadura por este mundo, seguramente acompañada de los suyos y llevando en su muñeca la cinta de la Virgen del Pilar que le mandé hace unos meses.
Marisa nos hará mucha falta, pero estoy seguro que ahora está en el Cielo, donde no hay dolor ni pena y desde donde mirará con satisfacción los resultados de su paso por esta Tierra.
Un abrazo para tu madre y tus hijos. Y para ti, Marisa, una oración y mi eterno recuerdo.
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