jueves, 24 de marzo de 2011

¡He dicho basta!

¡He dicho basta! Tanto va el cántaro al agua, que al fin se rompe. Y durante dos años y ocho meses he aguantado las cosas normales y las intolerables de cualquier empleo. Que si el jefe está de mal humor, que si los clientes son impertinentes, que si hay que madrugar todos los días, que si hay que barrer, fregar, lavar los servicios, cocinar, servir, atender, cobrar, sonreír y sonreír; trabajar cientos de horas extras sin cobrar; que si creemos lo que nos dicen o se los hacemos creer; escuchar historias de fábula, críticas e insensateces; trabajar con ganas porque es mi responsabilidad hacerlo bien, aunque llevase cuatro meses sin recibir el sueldo...

Pero llega el día de decir: "¡Hasta aquí hemos llegado!". No se puede soportar que la mujer que te contrató oculte la cabeza como los avestruces y no te de la cara ni una explicación ni pida excusas. Llega un momento en que no se puede convivir con la ansiedad y la depresión que te causa el no tener con qué afrontar tus obligaciones a pesar de tener un empleo. Durante este tiempo he tratado de hacer caso omiso a que no haya podido ir a la boda de mi hermana (porque la empresa estaba atrasada en los pagos), que mi madre no haya podido venir a verme (porque no me dieron el tiempo de las vacaciones), que me hayan prohibido comerme una empanadilla...

Sobra decir que cuando se trabaja de cara al público hay que mantener el tipo ante comentarios tan desagradables como que los extranjeros son una mierda de perro, que por ello deben aguantar el trabajar sin recibir salario... Aguantar y aguantar. Pero no me voy por culpa de los clientes, porque ellos me hicieron agradable el 90% del tiempo, porque entre ellos he hecho amigos, porque me han apoyado, admirado y querido. Ya lo saben Trini, Nieves, María(s), Patricia, Rocío, Graciela, Elizabeth, Miguel, Mireya, Javier, Eduardo, Eva, Toni, Concha... La lista es extensa y valiosa. Perdón si no están todos aquí, pero sí en mi memoria.

Creo -erróneamente- que los demás actúan con la misma buena fe que yo. Nunca pensé que tendría que contratar a un abogado para hacer valer mis derechos. Pero siempre hay una primera vez. Ya todo está saldado. Y, como dice el refrán, más vale un mal arreglo que un buen pleito. Seguro que he perdido dinero, pero la verdad es que no me importa. He ganado tranquilidad y eso no se puede comprar.

Ahora, como tantas veces, a comenzar de nuevo. A ratos no sé a dónde voy, pero seguro que encontraré el camino.

4 comentarios:

  1. Por fin ya era hora... lastima que por un error de otra persona te toque comenzar de nuevo...

    ResponderEliminar
  2. Buena suerte.
    Que tengas un buen caballo y una ámplia llanura.

    ResponderEliminar
  3. Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.

    ResponderEliminar
  4. Te entiendo... Alguna vez hace ya mucho tiempo estuve en una situción identica, buena suerte en el nuevo rumbo que has tomado.

    Saludos,

    ResponderEliminar