miércoles, 16 de abril de 2014

Miedo, me da miedo...

Yo le temo a los peces vivos o muertos, desde que pasó lo de las bailarinas que murieron y yo las encontré mirándome con sus grandes ojos, sin vida pero expresivos; desde ahí me desesperan cuando pasan rozándome en el mar. Sí, le temo a los peces, al igual que a los fantasmas y a ciertas historias de brujas, también a los murciélagos y a las cucarachas; le temo a las bombas, a la guerrilla y a los asaltantes; le temo a tirarme en paracaídas, a las culebras y a ciertas medidas del gobierno.

Fotografía: Merlín Púrpura
Yo le temo a la parte de mí que no conozco, que en ocasiones es la que más grita. De cierta forma le temo al rechazo y también a ser normal, a perderme en la masa y ser mediocre y también le temo a pensar esto. Le temo a tragarme un hueso y ahogarme, o ahogarme con un grito; le temo a que la gente que no me escuche, pero más aún a no escucharme a mi mismo.

Le temo al día en que mi mamá muera, al día en que me de cuenta que soy adulto y tenga que pagar la cuenta, sobre todo la del tedio, cotidianidad, aburrimiento. Si, le temo a que se muera el niño que llevo en mi, a que pierda su encanto el helado de fresa.

Temo que mi poesía se silencie, y a que me coja la luz de la cocina cuando estoy descalzo. Temo no estar haciendo lo correcto y, de no ser así, temo ser el que mejor miente.

Temo al maleficio que me echó la señora Pérez por romper su ventana. 

Temo a que me olviden los que amo, borrarme del recuerdo de aquellos que aún habitan en mí; también me dan miedo los temblores de tierra, el cáncer o amanecer un día y no poder ver el sol, no sólo por ser ciego sino, y peor aún, porque no lo quiera ver.

Le temo a quedar encerrado, a los toros bravos y, de cerca, a las cercas de electricidad. Le temo a lo frío que puedo ser, lo cruel, o lo idiota; le temo a los estados de inconsciencia, a las armas, a las masas y a que me extraigan la cordal que falta.

Le temo a las bromas de doble filo, a llegar a casa y no encontrar a nadie, a no reconocerme con los años. Le temo a mi oficio, aunque es más respeto que temor; le temo a las fuerzas del cosmos y le temo a estar enfermo.

Le temo a no reconocer en otro su dolor, temo hacerle daño a la gente y a los locos tirapiedra; temo quedarme sin frenos, desbocarme; le temo a dormir más que a morir y no me refiero a dormir siete horas diarias, sino dormir mientras me pasa la vida de largo. Le temo a cierta variedad de ranas venenosas y a ciertas lenguas igualmente venenosas.

Yo le temo a perder el sabor de los labios en los besos, le temo a no poder estar en el escenario. Temo a mi tristeza, aunque sé que de allí sale la felicidad; entonces también le temo a lo perfecto, a las aguas mansas, a envejecer solo. Le temo a tener que dejar de hacer el ridículo; que mi memoria mienta, que cada vez y siempre (puesto que he cambiado) cambie lo que he perdido.

Aldebarán

Natatia Solano Bonnett
Sícologa, actriz, escritora, voluntaria
(y amiga en otros tiempos).

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