miércoles, 15 de marzo de 2023

Antología de besos. Volumen 1


Para empezar deberíamos distinguir entre besos pedidos y besos perdidos. Los primeros siempre saben a poco y lo segundos nadie los buscará jamás. Hay quien empieza distinguiendo entre besos dados y recibidos o según el lugar donde te los puedan dar. Sin embargo, la mejor forma de clasificar un beso es, siempre, por su sabor. El más amargo de todos, el beso de Judas, el que sabemos positivamente que nos va a traicionar.

Después vienen los besos rutinarios, lo que ya no saben a nada, como el chicle ese que vas estirando y estirando y al final cuando te cansas de hacer esfuerzos para nada, lo acabas por expulsar. Luego están los besos de familiares y de conocidos que vas a olvidar más rápido que el nombre de las personas que te están presentando mientras los das; los besos que se dan de lejos, los que no se dan de frente, los besos con redundancia, con repetición, los besos por WhatsApp. Y a partir de ahí, todo va creciendo en intensidad. Están los besos prohibidos, que lo son porque nadie se ha atrevido nunca a legislarlos. Están los besos de despedida, que saben a todo aquello que ya no nos diremos jamás. Y en la cima de todos, los besos apasionados, que son como esa fruta fresca, sabrosa, tierna y, eso sí, con fecha de caducidad.

Por último hay que decir -es de justicia- que no todos los besos se dan por contacto labial. Ahí está la caricia, que es un beso que se da con la punta de los dedos, o el abrazo que no es más que un beso que se da con todo el cuerpo, sin más. 



Risto Mejide


Viajando con Chester


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