domingo, 2 de noviembre de 2014

¡No todo está perdido!



No recuerdo cuál soñador dijo que quien empuña un pincel o un violín jamás empuñará un arma. Pero hoy, una vez más, vuelvo a creer que eso puede ser verdad. Fue esta tarde de "veroño" (una nueva estación que no es ni verano ni otoño), de esos días de mañana nublada y tarde de paseo, cuando el arte y la calle coinciden para alegrar la vida. Un grupo de jóvenes, muy jóvenes, se acomodan frente al escaparate de una tienda de ropa, con sus instrumentos musicales, más propios de una orquesta sinfónica que de una banda rockera juvenil. Visten sus vaqueros desgastados y lucen sus cortes de pelo a la moda y hacen lo que saben hacer: interpretar música.

Con facilidad se ganan la atención de los transeúntes: hombres, mujeres y niños atraídos por las notas de Sweet Dreams, de un blues o de un pasodoble tradicional. Músicos que quizás no sean perfectos en su ejecución  pero que demuestran que les apasiona lo que hacen, que saben transmitir, que ponen a la pareja madura a bailar en plena calle y a los niños a entrenar sus primeros pasos al ritmo de la música. Jóvenes que bien podrían estar apoltronados frente a sus ordenadores y sus videoconsolas, que prefieren conquistar a un público ocasional que les regalaba muchos aplausos y alguna moneda.


Hoy regresé a casa con la satisfacción de ver a niños muy pequeños embelesados con las notas de una tuba, un clarinete, un saxo, un trombón y una caja. Con el buen humor que da una calle para el peatón, para el transeúnte, para el ciudadano que comparte sonrisas y aplausos cuando la belleza recrea su espíritu. ¡Con la certeza de que no todo está perdido!

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