Conocí a Manolo hace un par de años, por casualidad, cuando entré a su bar a tomar el café mañanero de camino al trabajo. Su bar se llama Petit y hace honor a su nombre: Pequeño, tres mesas y seis sillas y la típica barra de algún mineral oscuro. Pero lo que no es pequeño es el calor humano que se siente allí. Todos los que entramos al bar, casi a las mismas horas, pidiendo siempre lo mismo, no sentimos como en casa. Siempre hay risas, un tema que comentar, una broma para hacer. Con el tiempo, los clientes nos vamos conociendo y nos convertimos en amigos, así sea durante los breves minutos que tardamos en beber una copa de vino o un café.
A Manolo, que abrió el negocio hace más de cuarenta años, podría recordarlo por su capacidad para traer siempre una anécdota a cualquier comentario de un cliente. De él escuché las escapadas de viaje con los amigos, cuánto le gustaba la buena mesa, cuánto quería a su esposa Aurora y a su hijo Sergio, cómo disfrutaba con las gracias de su nieta Nerea. Llegué a verle alguna vez bastante fastidiado con una lesión en la espalda y nunca le noté un gesto de malhumor: A las 6 de la mañana estaba al pie del cañón, con su carajillo a punto y el genio dispuesto para atendernos con diligencia.
Poco lo vimos este año por el bar. Enfermó de repente y pasó muchos meses de pruebas médicas y hospitalizado. Y con mucho coraje aguantó sus males hasta que su cuerpo no pudo más. Hace 23 días que recibimos la noticia con el escueto "Cerrado por defunción" en la puerta del bar. Y la verdad es que su ausencia se nota, más cuando vemos su imagen en un rótulo publicitario de una conocida marca de whisky encima de la máquina tragaperras.
En su velatorio estuvimos su familia, sus amigos, sus clientes. Por el bar han desfilado muchísimas personas a dar el pésame a su hijo. Pero lo que más me ha impresionado es que en esos lugares estábamos tranquilos, serenos, como si estuviéramos con él, como si de repente nos pudiera hablar de su amado equipo de fútbol, el Barça. Quizás porque sabemos que su tarea en este mundo estaba bien cumplida.
Su hijo Sergio, con quien alternaba el trabajo, ahora está a cargo del bar al cien por cien. Y seguro que lo hace tan bien como su padre. "Lo que se hereda no se hurta", dice un conocido refrán. Y no me cabe duda de que sigue haciéndonos grata la visita al Petit, donde el espíritu de Manolo seguirá presente.
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En su funeral pronunciaron las siguientes palabras:
No puedo pasar por alto la ocasión que nos ha reunido en este improvisado consejo de familia Montforte-Sierra. Bien es verdad que e su DNI no figuraba el apellido Sierra, pero por vínculo matrimonial él decidió incorporarlo. Así pues me permitido hacer público y poner en alta voz el cariño interior que todos los aquí presentes le manifestábamos y darlo a conocer a todo aquel que sea capaz de escuchar.
Finalmente, hoy y ahora, ya se ha presentado la fecha señalada en el calendario para que celebremos en este acto la despedida de Manuel. Es cierto que sólo se muere una vez, pero durante mucho tiempo y en tu caso, querido Manuel, han sido 62 años de tránsito vital desde su nacimiento en Caspe, la verdad es que o parecen demasiados años para desarrollar una vida. Sin duda que se nos han quedado a todos muchas cosas que compartir, momentos dulces y placenteros en que que reír y momentos en los que llorar y que por las circunstancias del destino ya no queda tiempo para poder llevarlas a cabo.
Escribió el filósofo Ben Franklin que "en cada vida debes trabajar como si fueras a vivir cien años y rezar como si fueras a morir mañana". Puedo aseguraros que Manuel durante esa parte de vida en la que yo he coincidido con él, trabajó con creces las horas correspondientes a sus cien años reglamentarios. Tan sólo dos días antes de su óbito y durante la hora de la comida en la habitación del hospital, sí, rezamos juntos, puesto que rezar es confiar en las personas que desinteresadamente te quieren ayudar, es el amor y el cariño que le unía a su familia: me habló de su esposa y de la dedicación que le estaba mostrando, me habló de su hijo y de su trabajo y rezar también es encomendarnos a ese Ser Supremo al que nos confiamos en los momentos de mayor zozobra, y eso os aseguro que lo hicimos.
A los 33 años en vida de San Agustín, cuando a la muerte de Mónica, su madre de 56 años, escribió: "mientras le cerraba los ojos, una tristeza inmensa invadió mi corazón e iba a echarme a llorar, se me desgarraba el alma porque mi vida había llegado a ser una sola con la suya".
Es probable que si Manuel en estos momentos tan dolorosos pudiera confortarnos de algún modo, lo hiciera de un modo similar a como lo hizo Mónica al decirle a San Agustín momentos antes del fatal desenlace: "lo único que os pido es que de vez en cuando os acordéis de mí ante el altar del Señor en cualquier momento que os encontréis".
Yo prometo hacerlo.
Y finalmente, quiero Manuel, o quisiera acabar este breve momento sin agradecerte muy especialmente los inolvidables momentos que hemos compartido en este mundo y la suerte que hemos tenido de conocerte.
Seguro que le encantaría leerte... Muy sentido y muy cariñoso tu post. Esos bares son especiales, la verdad, siempre que el dueño sepa mantener la confianza sin pasarse, peo el fútbol muchas veces da para discusiones gordas, jaaja.
ResponderEliminarEn fin, ojalá te sientas igual de bien con el hijo como con el padre.
Bezos
Lo bueno de estos escritos es que nos manifiestan la importancia que le damos a ciertos momentos, lugares y personajes que con el tiempo llegan a ocupar un espacio en nuestro corazón.
ResponderEliminarQuizas la magia no esta tanto en la persona o el lugar como la forma en que transformas y trasmites esa realidad a traves de tus letras.
ResponderEliminarGracias por compartirlo.