lunes, 18 de noviembre de 2024

La vida es cuando llamas


Hubo un tiempo en que nos quisimos mucho. Pero éramos muy jóvenes y la vida nos separó. Tuve que irme lejos y no pudiste seguirme, eran otros tiempos. Hace tanto de aquello.

Pero nos hicimos una promesa. 

“Nos llamaremos todos los años el día de nuestro cumpleaños”. 

No hemos fallado nunca en más de sesenta años. Hemos ido viendo cómo nuestra voz envejecía, como nuestras conversaciones tenían menos reflejos y eran más cortas, pero nunca han faltado. 

Otra cosa nos prometimos. Cuando un año no llegara la llamada de uno de los dos, nos conformaríamos. Nos daríamos por despedidos y no intentaríamos averiguar más. Los dos sabríamos lo que significa. Por eso, desde que cumplimos los setenta, cada año nos despedimos cuando hablamos. Por si es la última vez. 

Hoy es 23 de octubre y cumplo 82 años. Desde primera hora de la mañana estoy pendiente del timbre estridente de mi teléfono ochentero del salón, de los de girar la rueda con el dedo para marcar. Sueles llamar a primera hora de la mañana. Es lo primero que haces este día, me dices siempre. Sentada aún en la cama, con la boca empastada y los ojos legañosos. 

Se acerca la hora de comer y no has llamado. Habrás tenido que hacer algo. Algún otro año te retrasaste. 

Son las cuatro de la tarde. Estoy sentado en mi butaca, casi tan vieja como yo. Pegado a la mesita del teléfono. No he comido. Hoy no tengo hambre. He intentado leer un libro pero me he descubierto leyendo tres veces la misma frase. Es pronto pero parece que el día quisiera anochecer ya, todo está oscuro. Vivo en una calle estrecha del centro de Madrid. Casi puedo tocar el edificio de enfrente. En los días oscuros casi no llega luz. 

Son las nueve y es noche cerrada. He puesto la televisión. Sin volumen. Me gustan los claroscuros que se crean en el salón con su resplandor. Son sombras alargadas, que aparecen y desaparecen según los colores de la pantalla. 

He encendido la lamparita que hay en la mesita del teléfono. Son las diez y no he comido nada en todo el día. Creo que me haré una tortilla. Y a lo mejor me preparo un tomate abierto con aceite, orégano y sal. Sí, eso haré. 

El viejo reloj de cuco que heredé de mis abuelos ha cantado las once de la noche asomándose desde su nido de madera. Hace un rato que he apagado la televisión. Estoy sentado mirando el teléfono. Mudo, ausente. Los ruidos de la calle se han ido aquietando y el silencio es casi absoluto. Me suelo acostar pronto porque me gusta madrugar. Pero hoy no tengo sueño. 

Acaban de dar las doce. Ya es otro día. Ya no es mi cumpleaños. Me he levantado y he abierto la ventana para ver los colores de la ciudad. La calle empedrada se tiñe del color anaranjado que le dan las farolas. Entra frío. Una pareja camina despacio hablándose al oído. Muy abrazados. El cielo parece un pijama, lleno de nubes a rayas azules y grises. 

Me voy a acostar. Estoy cansado. Y triste. Y agradecido. Desde mi cama se ven los aleros de las casas de enfrente. Casas viejas. Y por encima, el cielo de Madrid. Y más allá, ese otro cielo, el de todas partes. 

Achino los ojos buscándote detrás de una nube que lo sombrea todo. Y pienso que en cuanto llegue allí arriba, lo primero que haré será llamarte. 


                  Relato de  Fernando Portolés (incluido en su libro "Mar de estío" - Ediciones Ruser 2023)

jueves, 11 de julio de 2024

Elogio al error | Discurso de David Escobar Arango


Elogio al error es el discurso de David Escobar Arango que se ha hecho viral y polémico estos días. Se trata de una serie de ideas acerca de las dificultades que se presentan a lo largo de la vida, dirigidas a graduandos de la Universidad Eafit de Medellín (y a cualquiera que sea consciente de los esfuerzos y tropiezos que se encuentran en los caminos personales y profesionales). 

El discurso ha levantado muchos aplausos y también muchas críticas. Unos porque dice verdades grandes como catedrales y otros porque consideran que a los jóvenes no se les puede hablar de una manera negativa o pesimista. Claro, en estos tiempos de mundos ficticios, virtuales y artificiales, creados para pantallas, no existe la probabilidad del fracaso, del error, de la quiebra, del despido laboral, de la ruptura de pareja. Aquello de caer para levantarse no es una opción: supuestamente los millones de seguidores de Instagram están ahí para ablandar el suelo. Para qué esforzarse si "yo quiero ser influencer" (no sé de qué, pero influencer). 

Me ha encantado este discurso. Años atrás (si pudiera devolverme con la experiencia adquirida), le diría a mis alumnos lo mismo que David Escobar Arango. Seguramente no estarían mascando chicle en primera fila ni chateando en sus teléfonos de penúltima generación mientras les hablaba. Pero la palabra puede caer en distintos terrenos... y puede dar buenos frutos. 

David Escobar Arango
 es un reconocido ingeniero de producción, graduado en esa misma universidad 
y actualmente es director de Comfama. 

miércoles, 10 de julio de 2024

¡Ay, la vida!

La vida te desilusiona para que dejes de vivir de ilusiones y veas la realidad. La vida te destruye todo lo superfluo, hasta que queda solo lo importante. La vida te retira lo que tienes, hasta que dejas de quejarte y agradeces. La vida te envía personas conflictivas para que sanes y dejes de reflejar afuera lo que tienes adentro.

La vida deja que te caigas una y otra vez, hasta que te decides a aprender la lección. La vida te saca del camino y te presenta encrucijadas, hasta que dejas de querer controlar y fluyes como río. La vida te pone enemigos en el camino, hasta que dejas de "reaccionar". La vida te aleja de las personas que amas, hasta que comprendes que no somos este cuerpo, sino el alma que él contiene. La vida se ríe de ti tantas veces, hasta que dejas de tomarte todo tan en serio y te ríes de ti mismo. La vida te rompe y te quiebra en tantas partes como sean necesarias para que por allí penetre la luz.

La vida te enfrenta con rebeldes, hasta que dejas de tratar de controlar. La vida te repite el mismo mensaje, incluso con gritos y bofetadas, hasta que por fin escuchas. La vida te envía rayos y tormentas, para que despiertes. La vida te humilla y derrota una y otra vez hasta que decides dejar morir tu ego. La vida te corta las alas y te poda las raíces, hasta que no necesitas ni alas ni raíces, sino solo desaparecer en las formas y volar desde el Ser. La vida te niega los milagros, hasta que comprendes que todo es un milagro. La vida te acorta el tiempo, para que te apures en aprender
a vivir. La vida te ridiculiza hasta que te vuelves nada, hasta que te haces nadie, y así te conviertes en todo. 

La vida no te da lo que quieres, sino lo que necesitas para evolucionar. La vida te lastima, te hiere, te atormenta, hasta que dejas tus caprichos y berrinches y agradeces respirar. La vida te oculta los tesoros, hasta que emprendes el viaje, hasta que sales a buscarlos".


Bert Hellinger, teólogo alemán (1925-2019)