miércoles, 29 de junio de 2016

lunes, 20 de junio de 2016

El Guardián de los Secretos

"Lo primero que hace la muerte cuando te atrapa es enseñarte todo lo que has vivido, lo que dejas atrás -dijo el anciano en un susurro resignado, esbozando aún así media sonrisa-. Es cruel, la muy hija de puta -añadió con una voz gutural y la mirada perdida-. Es como si nos mostrase con saña lo que nos arrebata, para que nos duela más morir."

No hace muchos días, recibí un mail de Óscar Hernández Campano, en el que me informaba de la publicación de su última novela El Guardián de los Secretos. No dudé en conseguir un ejemplar, pues lo conocía por la lectura de El Viaje de Marcos, libro que leí hace unos años y compartí en este blog porque me pareció una obra maravillosa, de las que se leen con el alma comprimida y las lágrimas rodando.

El Guardián de los Secretos no se queda atrás. Es uno de esos libros que te pone en la disyuntiva de leerlo de un tirón, quitándote horas al sueño, o de dosificarlo, disfrutando a sorbos, a capítulos, cada escena, cada confidencia de sus personajes, cada secreto que se confiesa a ese muchacho de la mirada de miel. El Amor, la ternura, el miedo, el coraje, la guerra, la muerte, llenan cada línea de dos historias paralelas que Óscar Hernández Campano teje con maestría, como están tejidas las redes de los pescadores, para que no se quede fuera ningún detalle. 

Con este libro se recupera lo que yo llamo lectura cinematográfica, porque asistimos a cada escena como si la viésemos ante una pantalla, con la diferencia de que, gracias a la magia de las palabras, el lector crea fisonomías, paisajes, olores, texturas y sonidos y se sumerge en este océano de sentimientos, de dolor y de gozo que el autor ha creado con maestría. Es una delicia revivir historias propias en los símiles y metáforas de las que Hernández nos hace cómplices. En mi caso, al menos, me emocionaba recordar enamoramientos que parecían hechizos, "ojos que me miraron y me bañaron con su azul", y todas las veces que la culpa nos agobió porque "una manera de sentir, de desear o de querer debía ser invisible porque nos habían dicho que estaba mal". Con este libro me han vuelto a nacer lágrimas añejas, recordé y reviví a unos azulísimos ojos tristes, volví a reflejarme en unos ojos y a hundirme en su mar de color esmeralda y me prometí en medio de estas páginas a vivir la vida, no como si cada día fuera el último, sino como si fuera el primero.

Gracias, Óscar, por el regalo maravilloso de tu palabra, por llevarnos a mundos tan cercanos y tan lejanos, por compartir con tus lectores tu talento, tus sentimientos y tu sensibilidad. Sabemos que valdrá la pena esperar tu próxima creación.




miércoles, 15 de junio de 2016

¿De dónde eres?

¿Te atreverías a preguntarte quién eres en realidad, 
de qué raza, 
de qué país?


Un mundo abierto comienza por una mente abierta. 

Un vídeo de momondo.es

martes, 7 de junio de 2016

Pequeños proyectos de vida

 publicado en el periódico El Tiempo (Bogotá, Colombia), 
el pasado 3 de junio.

Adolfo Zableh
Adolfo Zableh Durán
Estoy dedicado a los pequeños proyectos de vida, a las tareas de entrecasa. No se trata de ganarse un Nobel, ni siquiera un Simón Bolívar, sino de lograr triunfos pequeños. Labores en las que el rival es uno, no los demás, porque los retos interesantes no son con el resto del mundo.

Ayer arreglé la puerta del baño, que no ajustaba bien, e hice un arroz que no me quedó soplado. Hacer arroz es muy difícil, cualquier persona que haya tratado de hacer uno lo sabe. Lo curioso es que el mundo está lleno de arroz, todos los restaurantes y muchas de las casas lo preparan a diario, y no los ve uno celebrando semejante logro, como si hacer un arroz de fideos como Dios manda fuera sencillo.

La pequeña grandeza es mantener la barriga a raya, cuidarse la piel, no colgarse en los recibos, estar en contacto con las personas que significan algo y con las cosas que alguna vez fueron importantes. Uno vive procurando no perder amigos, prometiéndose volver a verlos, cuando si se alejaron fue por algo. Yo no soporto a mis viejos amigos, y aunque los recuerdo con cariño, creo que ya fue todo para ellos. La amistad, como el amor, no es eterna.

La otra noche pasaron por televisión 'Hechizo de un beso', una película de éxito moderado con Alec Baldwin y Meg Ryan. La vi después de 20 años y entendí que la tráquea de Ryan era preciosa, y que la gente no usa la palabra ‘preciosa’ porque le parece fea. De 'Hechizo de un beso' aprendí también que la vida es muy corta como para pasársela odiando, y que hay que cuidar los dientes. Yo empecé tarde y hoy veo como un pequeño triunfo cada vez que me pongo mi protector contra el bruxismo antes de dormir. La gente tiene los dientes disminuidos de tanto bruxar por las noches porque está llena de miedo.

Y cada mañana, cuando me despierto y los miedos de la noche anterior parecen poca cosa, digo que voy a ser mejor persona, que voy a leer más y a ver menos televisión, que voy a ser más considerado con los desconocidos, mejor hijo y mejor hermano, mejor amigo, mejor trabajador. Luego aparece algo para hacer y dejo todo para última hora, por eso las cosas me salen como me salen, que no me salen mal, pero sí ahí, y ahí es una forma de decir que son aceptables, pero que podrían ser mejor.

Otro pequeño gran proyecto de vida por estos días es reír. Reírse es el mejor plan. Tener sexo, irse de vacaciones y comer no está mal, pero son apenas excusas para la risa. Y lo bonito de reírse es que no es necesario ser feliz para hacerlo. Uno ve gente golpeada por la vida, gente que ha visto a sus seres queridos ser asesinados, gente caída en desgracia, y aun así se ríen. No tiene nada que ver con el dinero. El dinero no hace la felicidad; facilita la vida, pero no garantiza que te vayas a reír. La risa es tan poderosa que de una de ellas puedes enamorarte para siempre.

Otra conquista que me he procurado es no dejarme ganar del miedo. Es el miedo, no la pereza, lo que nos inmoviliza. Es lo que no nos deja hacer las cosas, por eso es más fácil quedarse en la casa comiendo y perdiendo el tiempo que salir a la calle a buscar lo que queremos, que ni idea de lo que sea. Y aunque en teoría queremos ser felices, ignoramos lo que sea tal cosa. Cuando buscamos la felicidad y fallamos, quedamos más tristes que antes.

Hasta hace años creí que la felicidad era viajar, por eso recorrí el mundo entero, pero no sirvió de mucho, más allá de ver muchas ciudades con las que soñé de pequeño. Consumí aviones sin filtro en una carrera que no podía ganar. Y aunque suene a un estilo de vida envidiable, terminó siendo un sinsentido. Yo me iba a morir en uno de esos aviones. Hoy entiendo que felicidad no es pasársela montado en un avión rumbo al próximo destino exótico, sino que el avión aterrice y tener a alguien a quién contarle que llegué bien.