—¿Cómo se imagina el futuro, Adele?
—No lo he pensado. Cuando era pequeña sólo deseaba una cosa: crecer. Quería que sucediera de prisa, pero ahora no sé para qué ha servido todo esto. No sé para qué. Hacerme mayor. El futuro es... es como una sala de espera, como una gran estación con bancos y corrientes de aire, y detrás de los cristales un montón de gente que pasa corriendo, sin verme. Tienen prisa. Cogen trenes, o taxis. Tienen un sitio a donde ir, alguien con quien encontrarse. Y yo me quedo sentada, esperando.
—¿Qué espera, Adele?
—Que me ocurra algo.
La chica del puente, Patrice Leconte
Doce años ya. Doce años desde aquel aterrizaje en Madrid-Barajas, al lado de alguien a quien amaba y había aceptado vivir la aventura conmigo. Traíamos maletas cargadas de ilusiones, de ideales y de sueños por cumplir. Atrás quedaban las montañas de mi ciudad, la abuela que nunca más volví a ver con vida, la madre que siempre respetó y apoyó en silencio mis decisiones, los amigos con los que crecí, las calles que anduve, los besos en una esquina, la academia donde daba clases, los alumnos que lloraban por dejarlos. "Y bailé tranquilo, dentro de la fiesta de mi despedida, y las doce en punto, sin que nadie vea, aquí en este verso, quedaré escondido".
Doce años descubriendo un país y a su gente, aprendiendo de su modernidad, buscándome un sitio, bebiéndome las calles, conociendo a pocos buenos y a muchos malos, luchando contra imprevistos, sufriendo injusticias, sobre todo las del desamor y la traición, la muerte y las ausencias irreparables.
Doce años después, tengo media docena de amigos fieles, un gato como compañero de piso, 18 meses sin empleo, sensación de vacío, desgano, hartura, calles que no quiero recorrer, desazón, ansiedad... algo así como el cielo de otoño aplastándome el alma. A día de hoy no sé si, como decía María Mercedes Carranza, tirar las viejas fotografías, cambiar la cerradura, barrerlo todo y empezar de nuevo. ¿Volver, con la frente marchita, que doce años no son nada...? Es la alternativa última. La edad pesa y la soledad es muy mala consejera.
¡Doce años ya! Al fondo suena "¡Qué no daría yo por empezar de nuevo!"