viernes, 17 de octubre de 2008

Inshallah

¿Quién soy?... Papeles que llevan mi nombre... y que, en cierto sentido, reflejan la historia de esta ciudad: pasado feliz, presente desesperado, futuro muy incierto... Pero tu curiosidad por mí se ha agotado... y eso me autoriza a resumir mi retrato en una observación: Yo soy Beirut. Soy una derrotada que se niega a rendirse, soy un gallo enloquecido que canta a horas equivocadas, un perro vagabundo que ladra en la noche. No me avergüenzo de ello. Hay tanta infelicidad en los quiquiriquíes de esos gallos, hay tanta vitalidad en los ladridos de esos perros, y créelo: no ladran solo para descuartizarse, para conquistar la acera llena de basura. A veces ladran para conseguir un compañero al que amar y por el que ser amados, y si lo logran se convierten en los perros más mansos del mundo. En cambio si no lo logran y se ven rechazados, vuelven a su cubil y en él se quedan. Si no se quedan en él, es para volver atrás un instante: dirigir a quien no los ha querido un meneo de cola en señal de suave reproche. En efecto se dan cuenta perfectamente de que
la necesidad de amar es una necesidad que hay que satisfacer en pareja pero que su cantidad o calidad casi nunca está equilibrada, en los dos, por simetría y sincronismo: cuando está disponible él, no está disponible ella; cuando está disponible ella, no está disponible él... O bien están disponibles los dos pero para satisfacer la necesidad de él basta con un sorbo, para satisfacer la necesidad de ella no basta un río, y viceversa. En mi opinión el anatema que Dios lanzó contra Adán y Eva al expulsarlos del Paraíso Terrenal no fue tú-parirás-con-dolor, tú-te-ganarás-el-pan-con-el-sudor-de-tu-frente. Fue: cuando-él-te-quiera, tú-no-le-querrás; cuando-ella-te-quiera, tú-no-la-querrás.

(...)

Del mismo modo que no puede amar a un muerto eternamente, no se puede amar eternamente a quien no nos ama.

Oriana Fallaci

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