martes, 23 de septiembre de 2008

Si la muerte pisa mi huerto...

Un grano de trigo cae en la tierra, todo es marrón en este otoño. La tierra es fría, oscura y húmeda. El dolor es intenso, casi negro. En primavera, el verde de la espiga se recorta brillante contra el cielo azul cruzado por un arco iris. ¿De qué color es, pues, la muerte?

Zen.

Vivimos en una sociedad que está de espaldas a la muerte como si, al ignorarla, la muerte no desapareciese. Pero la muerte existe y no es lo contrario a la vida. De ningún modo. La muerte es, simplemente, lo contrario al nacimiento, por eso forma parte de la vida y nos viene al encuentro a menudo.Reconciliarse con la muerte no quiere decir negar el dolor que se siente ante la pérdida de un ser amado. No quiere decir ser de corcho, insensibles o tener un corazón anestesiado, sino integrar las emociones que tengamos para seguir viviendo con mayor conciencia.

Reconciliarse con la muerte, vivir el duelo, no quiere decir estar roto por un dolor absurdo y estéril, sino dejar madurar las emociones y los sentimientos que nos unen todavía más con la vida. Es decir con Pablo Neruda: "Déjenme solo con la muerte, pero porque aunque la tierra sea oscura, no crean que voy a morirme, sucede todo lo contrario: sucede que soy y que sigo, sucede que voy a vivirme".

Ése es el proceso del duelo: dejarse besar por la muerte despedirse de lo que creímos nuestro y que ya no existe, dejando marchar lo que creímos propio y dando la bienvenida a lo que el contacto hizo germinar.

Sólo estando vacíos podremos llenarnos de lo nuevo. La vida siempre es así: un acto continuo de vida y de muerte, un movimiento constante de dar y recibir, un inspirar y un expirar, una sístole y una diástole.


Aferrarnos a algo o a alguien cuando ya ha pasado es atarnos al sufrimiento y negarnos a enriquecer nuestra vida con lo que nos dio y con lo que nos espera en el momento presente. Aferrarnos a una parte pasada de la vida, crisparnos sobre su recuerdo y negar la fluidez y la presencia vaciante de la muerte es perdernos la posibilidad de volver a ser llenados nuevamente.


Y MÁS ALLÁ: RECONCILIARNOS CON LA VIDA

Cuando nos reconciliamos con la vida experimentamos que nada de los nos sucede nos pasa porque seamos nosotros los grandes protagonistas. Descubrimos que solamente somos los vehículos de la misma Vida para expresarse, igual que los actores son los vehículos para que la obra de teatro pueda representarse. Da igual el papel que nos toque vivir, lo importante es darle a energía y la intensidad que un buen actor le daría para gozar haciéndolo.
Viviremos lo que nos toque vivir con intensidad, por el gozo de expresarlo, por el gozo de dar lo máximo de nosotros: nuestra máxima energía, nuestra máxima inteligencia y nuestro máximo amor. Al vivir así, estamos más allá de la muerte puesto que no nos expresamos a nosotros como individuos, sino que expresamos a la propia Vida a través nuestro. Lo hacemos gozosamente, con el placer de los actores al representar el personaje sorprendente que les toca en la obra, son importar cuál.

Al vivir así, podemos dejar caer el papel que hemos representado cuando la muerte nos visita, puesto que sabemos que no somos la obra que representamos, sino el actor que la encarna. Vemos la muerte como parte misma de la obra y, al morir, nos sentimos llamados a fundirnos con ella, a descansar con el mismo placer que tomamos la cama después de un largo y un gozoso día.

La muerte es triste por aprendizaje social pero, en realidad, es el descanso después de un largo día. Nada hay más agradable que dejarse caer en la cama y disolverse en el sueño tras un largo día... Lo mismo ocurre con la muerte: después de haber trabajado mucho, después de haber amado mucho, de haber luchado mucho morirnos es tomarnos el descanso deseado.

Pero esto sólo puede ser contado cuando es una experiencia. Esto solo puede experimentarse cuando se vive la cotidianidad sin negar lo que sucede y respondiendo a ella con la máxima conciencia. Sólo nos podemos reconciliar con la muerte al reconciliarnos con la vida, al atrevernos a vivir lo que nos toque vivir, sin huir de ello, sino yendo a su encuentro para aportar el amor, la energía y la inteligencia que solamente yo estoy llamado a aportar a esa situación.


Tomado de Revista Zero , No. 111.

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