viernes, 25 de enero de 2008

De perfecciones, taxis y andenes...

Dice el autor de uno de mis blogs favoritos, Ni Libre Ni Ocupado:
"Las mujeres más bellas del mundo no aparecen en las revistas del corazón, ni en los anuncios de perfumes, ni se pasean sobre una gran pasarela repleta de flashes. La verdadera belleza se encuentra en la calle; en esa joven sentada en tu mismo vagón de metro, a tu derecha (con su piel suave de cáscara de huevo y unos ojos de infarto que te observan sin mirarte). La mujer más bella del mundo viaja cada tarde en el asiento trasero de mi taxi, con la nariz enrojecida por el frío y pocas ganas de hablar, mientras dibuja con su dedito de diosa figuras geométricas en el lienzo de un cristal empañado por su propio aliento. La mujer más bella coincide conmigo en el portal cuando llego del trabajo y ella sale con su bolsa de basura en la mano.

No entiendo ese halo de belleza que cubre a la famosa (por ser famosa), o la modelo (por ser modelo). Prefiero, sin duda, el erotismo callejero de las ‘sin nombre’, con su aspecto informal y una sonrisa eterna que me deje sin palabras".

Y en su blog, Tenmempie dice, a propósito de la película Lejos del Cielo, que:

"Nos pasamos tantos años en el andén que por fuerza vemos pasar muchos trenes. A algunos las circunstancias nos impiden subirnos, son trenes que no nos atrevemos a coger, pero que se vuelven tan largos que nunca cesan de rozarnos las narices. Otros trenes, sin embargo, los dejamos pasar voluntariamente mientras miramos con indiferencia el traqueteo de las ventanillas. Trenes que se nos escapan y trenes que dejamos pasar.
Aunque... ¿acaso no son muchas veces los mismos?"

Parecen temas diferentes. Pero se asemejan mucho. Hablan de lo que vemos, queremos, tenemos al alcance de la mano y no nos atrevemos a pedir o a tomar. Esa persona, ese ser humano que nos llama la atención, que nos mira y al que no hablamos ni intentamos conocer, a lo mejor está en la misma situación, también necesitando a otro ser humano. Al otro lado del andén, en el sentido contrario del metro. En el asiento trasero del taxi. Esperando un ascensor o un teléfono público. Deseando en el fondo de su alma que no nos apeemos en la siguiente estación, que preguntemos si el taxi está libre y nos atrevamos a seguir sus rutas.

"25 prendas de vestir masculinas, 20 femeninas, 15 de niño, 2 bufandas, 3 gorras, 3 morrales, 5 pares de zapatos, 12 ganchos de ropa, 4 soportes de pared, 4 gafas sin estuche, 2 diademas, 1 nevera de icopor, 12 libros, 1 mapa didáctico, 28 billeteras, 9 monederos. Todas esas cosas están para ser reclamadas en las oficinas del Metro, decía el aviso. Fueron encontradas en los vagones y las estaciones entre enero y abril de ese año. Yo llamé a la línea abierta de la empresa con la esperanza de encontrar algo que no mencionaban, pero fue en vano. No me dieron razón de aquella chica que perdí en la estación de San Antonio. Quedé con algo de ella y quería entregárselo: un asombrado y sincero piropo y, quizás, si las cosas iban bien, una promesa de devoción eterna. "(E.P.)

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